TORRENTE 4: LETHAL CRISIS
Desciende el número de espectadores que van a los cines. El cine español pierde cuota de mercado. El público le vuelve la espalda. Pasan los Goya sin pena ni gloria, con la polémica entre Alex de la Iglesia y la ministra Sinde, que ni nos va, ni nos viene. Los premios se los lleva en bloque la película catalana "Pa Negre" (Pan Negro), de la que todos hablan maravillas y... estoy esperando conocer a alguien que haya ido a verla para preguntarle.
De pronto, todo eso cambia. Reaparece Torrente, un personaje que ya se ha incorporado al imaginario español, como Don Quijote o Mortadelo y Filemón. Vuelve a haber colas para sacar las entradas. Las salas se llenan. Una película española acapara tal cantidad de ellas que condena a ser ignorados, cuando no imposibilitados, a los demás estrenos. Y, nadie lo duda, es una mala película. Al parecer es un público mayoritariamente adolescente el que puebla las salas. Los que más salen de casa, dicho sea de paso. Son chavales que aún usaban chupete cuando comenzó la saga con "Torrente: El Brazo Tonto de la Ley" (1998). Todo lo cual refuerza que estamos ante un personaje "mítico", alguien que ha calado en la sociedad española. Estamos, sin duda, ante un fenómeno de masas, todo un fenómeno social.

Que Santiago Segura, quien ejerce encantado su rol de "cachondo oficial", se lo sabe montar, que rentabiliza al máximo su talento, su trabajo y su dinero, está fuera de dudas. Utiliza recursos fáciles como repescar a conocidísimos actores ya fuera de la circulación (Tony Leblanc o Fernando Esteso) y personajes de la prensa rosa y la telebasura (Paquirrín, Belén Esteban, Ana Obregón), cameos de futbolistas (Kun Agüero), tías buenas, incluida una actriz porno (María Lapiedra), escenas, conversaciones y alusiones de temática sexual y la música de un cantante de éxito, macarilla, horterilla y de escasas luces (David Bisbal), el cual encaja muy bien con el resto de personajes. Cuenta, además, con una atención mediática incomparable a la de otras películas. El estreno de "Torrente 4: Lethal Crisis" ha sido todo un acontecimiento de sociedad, repleto de personajes de"alto standing" mediático.

Estamos, pues, ante un fenómeno social que no se explica exclusivamente por esos recursos antes enunciados porque, además, la atención mediática tiene su causa en el éxito de las anteriores entregas de la saga y en el interés previo del público por esta cuarta entrega, sin perjuicio de la retroalimentación de ese interés que la amplísima cobertura mediática conlleva. Así que cabe preguntarse, diría que es imperioso incluso hacerlo, ¿por qué gusta tanto Torrente a los españoles?
Una primera razón que se me ocurre es la escasez de películas de humor, en especial, españolas. Las ganas que tiene el público de reírse y de hacerlo con personajes patrios, con tipos que deambulan por nuestras estrechas aceras y no por anchas avenidas, que estudian en institutos y no en un High School, que viven en pisos y no en chalets, que tienden la ropa, bragas y calzoncillos incluidos, en las cuerdas del patio y algunos, incluso, en la terraza, en plan decorativo. Pero esa explicación es manifiestamente insuficiente. Habría que preguntarse, además, por qué triunfa ese tipo de humor, zafio, basto, tosco, chusco, carente de todo pulimento o sutileza y muy previsible, mientras que otras películas con un humor de otro corte no lo hacen.
El público español se divierte con el arquetipo del español vulgar, hortera, zafio, primario, rastrero y, en suma, casposo, que representa Torrente. Se recrea en esa zafiedad, en la fealdad externa e interna del personaje y la de los espacios físicos en que se mueve, aunque con ciertos cambios en las entregas sucesivas de la saga, pasando del barrio popular al lujo marbellí, nulamente estéticos ambos. Entregas posteriores que han derivado, asimismo, en la burla del cine de acción, en la parodia de sus personajes simplones, apenas esbozos de personas, de sus manidas persecuciones automovilísticas, explosiones, disparos, etc. Hasta los títulos de ese género -que infantiliza al espectador con el esquema de buenos y malos con victoria infalible de los buenos- son hilarantes y de ahí el chistoso "Lethal Crisis" que, por contraste con el hispánico Torrente, resulta de gran comicidad.
Al público español le gusta recrearse, deleitarse con el antihéroe José Luis Torrente. Algo hay en el alma hispana que este tipo de personas casi despiertan simpatía y hasta ternura. Diría que hay un cierto componente de identificación innegable. En algunos casos, puede haber una identificación directa. No en vano vivimos la exaltación de lo hortera, la exhibición orgullosa y agresiva de lo barriobajero, al estilo de "la princesa del pueblo". En otros casos, puede ser que se aspire a ser así, en el sentido de romper radicalmente con el molde de lo políticamente correcto, de atreverse a ser genuino, espontáneo, natural, uno mismo contra viento y marea, aun a fuerza de resultar patético y lamentable en el caso de Torrente. Ser, digamos, el anti-anuncio, el anti-climax. Encarnar orgulloso la imperfección consustancial al ser humano, en contra de las fuerzas estandarizadoras y de perfeccionismo aparente que presionan con gran fuerza al individuo contemporáneo. Torrente es lamentable, penoso, repulsivo, sí, pero es auténtico, natural, original, es una persona y no un clon y le importan un comino un sinfín de convenciones sociales.
Aparte de ello, a los españoles nos va mucho lo grotesco, lo esperpéntico, lo aberrante. Hay cierta semejanza entre Torrente y el esperpento de Valle Inclán o el realismo social de Berlanga, salvando grandes distancias de talento, creatividad y valor artístico, es obvio. Torrente es el "freaky" español contemporáneo por antonomasia. Es un colgado, un fracasado, una bola de sebo con cuatro pelos en la cabeza, mal vestido, mal hablado, putero, borracho, vago, cobarde. Su enfoque del sexo es totalmente soez (fetichismo por las bragas, gusto por la pornografía, recurso constante a la prostitución), frustrado (su "performance" sexual es lamentable), machista (la mujer como mero objeto) y, además, hipócrita y contradictorio (presume de masculinidad, zahiere la homosexualidad y, sin embargo, en alguna medida, la practica o la desea).
Creo que fuera de nuestras fronteras al público le resultará más bien infumable. La saga está llena de referencias a la realidad española, con apariciones estelares de personajes absolutamente desconocidos más allá de los Pirineos y, sobre todo, requiere esa disposición del alma que implica regocijarse en el esperpento, amar, en alguna medida, lo que debería causar rechazo.
Sin embargo, el antihéroe tampoco es patrimonio exclusivo español. Por ejemplo, hay una magnífica novela norteamericana, "
La Conjura de los Necios" ("
A Conspiracy of Dunces"), cuyo personaje central,
Ignatius J. Reilly es un antihéroe. Es un colgado, un inútil, un tipo de treintatantos o "cuarenta y" que vive aún con su madre. Es sucio, guarro, rastrero, vil. Tiene la cabeza plagada de ideas inconexas, las cuales componen una ideología delirante. Es alguien que concentra, digamos, toda la conformación negativa que la sociedad norteamericana de aquel tiempo (creo que los 60 ó 70) podía causar sobre un individuo. Es despreciable en todo su ser, repugnante en su aspecto y costumbres y, sin embargo, despierta cierta simpatía y hasta ternura. El protagonista tiene hasta una estatua en Nueva Orléans, la ciudad donde transcurre la acción.
Por cierto, el autor de esa novela (
John Kennedy Toole) se suicidó en 1969, a los 31 años, ante el rechazo contumaz de las editoriales a esta novela, la cual fue "descubierta" por el novelista
Walker Percy , al que la madre del fallecido autor le insistió mucho en que leyera el manuscrito. Fue publicada en 1980, ganadora del premio Pullitzer 1981 y, a la postre, un best-seller mundial.