sábado, 27 de febrero de 2016

Empezando el día sábado

Fotografía: Enrique Brossa


Sábado 6:30 AM
Nubes dentro de una nube. Hay un cielo raro. Hacia el Este se abre la paradoja del claro, que a estas horas es oscuro, moteado de algunas nubes densas. Las peladas ramas de los plátanos se yerguen verticales, muy apuntadas, como erecciones juveniles, y oscilan  levemente. Se bambolean en lo alto los cipreses y uno, el más alejado, se abre y se cierra desde dentro, como esas plantas que mece el mar y respiran por las hojas. Los soplidos del viento agitan caprichosamente las altas y leves ramas, como cintas, de los sauces. Suena un breve raspado, como de lija, sobre las placas granulosas que enmarcan la piscina. Algo que no consigo identificar. Un claxon agresivo, que prejuicioso presumo alcohólico, suena a lo lejos y enseguida se queda sin fuelle. El viento se calla, el viento ulula. Copas estáticas, copas balanceadas. De entre la espesura de la redonda copa del ancho pino brota un brusco ruido de aleteo, como de cópula o pelea o de ave que lucha contra el viento. Serán las urracas. Las suelo ver en ese pino. No hay luz en ninguna de las casas de los edificios que alcanza la vista.

En mi dormitorio un repentino frotamiento eléctrico de telas, un espigado cuerpo, filiforme, se voltea en la semioscuridad, tira bruscamente del edredón, se envuelve en él y una densa cabellera rubia con brotes castaños cambia de lado sobre la almohada. Otro cuerpo, más largo y más ancho, resta inmóvil, la cara hacia el techo, irregularmente cubierto por una sábana. Acaba de ser desposeído de cobertura mediante un tirón, pero no parece importarle. De momento. La batalla entre durmientes por el abrigo continuará, seguro, cuando me vaya. Silencioso, estiro la sábana sobre el cuerpo grande y alzo el edredón hacia la cabecera del cuerpo pequeño. La cara plácida y la tupida cabellera revuelta siguen inmóviles. A tientas y sigiloso busco inútilmente los dichosos calcetines. Luego con el hilo de luz que extraigo del baño. Están dentro de los zapatos de ayer. Esto es nuevo. Ni tirados en cualquier rincón, ni en el cesto de la ropa. ¿Los pondría yo allí? Ni idea. Sólo recuerdo que me dormí muy pronto, en el sofá, apenas comenzada la película. Eso es lo que me provocan infinidad de películas: sueño. Mejor dicho, lo afloran. Bajan mi guardia. La horizontal en el sofá y la cadera sobre la que descanso mi cabeza rematan el mal trabajo de guionista y director. Los actores, ahora recuerdo, también pusieron mucho de su parte. Dentro de un rato veré amanecer. Así que no hay mal (cine) que por bien no venga. Y óscars que cuesta mucho entender…

En el patio suena de tarde en tarde el viento sacudiendo por unos segundos alguna sábana o mantel, como vela o bandera que restalla. La ventana ha temblado. Los cristales cruzados por una ola. Encaje imperfecto. Obra humana. Esa ráfaga me sirve de acicate para posar la novela sobre la mesa de estudio junto a la invadida o intercambiada cama. A ver qué día hace. La noche en realidad, pero uno sigue aferrado a sus categorías, consigo mismo por centro del universo. Te levantas: es el día.

Sábado 7:10 AM
Sigue sin haber amanecido y voy a echar otro vistazo. Un aire limpio y frío, rebosante de humedad, y el humo del tabaco se disputan, como espermatozoides en pos del óvulo, las cavidades de mis pulmones. La eterna lucha entre el bien y el mal, ambos presentes en nosotros, por los siglos de los siglos, amén.

Sábado 7:40 AM
Ahora el cielo ya es azul, muy pálido. Hay finas nubes, manchas rosáceas, como de talco en suspensión. Veo encenderse las primeras casas. El viento sopla, más constante, en dirección Este. Apenas permite a los árboles volver a la posición de firmes. Dos chasquidos metálicos hieren el aire. Un coche asciende la rampa y sus ruedas atraviesan una rejilla metálica. Un pajarillo que suena sobre mí, en ángulo muerto, sus breves patas apoyadas quizás sobre la baranda de la azotea, aprovecha una breve tregua del viento para mostrarme cómo canta. Sí, me gusta tu música, se te da bien.

domingo, 21 de febrero de 2016

Navidad Porcelanosa. Conversan Enrique y Vargas Llosa

¿De qué hablarán Mario Vargas Llosa y Enrique Iglesias cuando se reúnan? ¿Cómo podría ser una conversación cualquiera entre ambos, por ejemplo, cuando coman juntos? 

No sé por qué me dio por pensar en ello esta Navidad, sentado también a la mesa. Bueno, igual sí lo sé. Ahora que le doy una vueltecilla al tema me vienen estas posibles razones: 

(i) y quizás principal... porque las comidas navideñas suelen dejar muchos ratos muertos en que entregarse, con gozo y alivio, a las más caprichosas imaginaciones; 
(ii) porque el prejuicio existe y se me antojan una pareja muy dispar (soy gran admirador de la genialidad literaria de Vargas Llosa y de la profundidad de buena parte de sus reflexiones sobre arte, política o sociedad y, dicho suavemente, digamos que no tengo en alta consideración ni el intelecto, ni la curiosidad intelectual del hijo de Isabel Preysler y Julio Iglesias -probablemente sin excesiva justificación, basado en meros indicios o hasta puras apariencias); 
(iii) porque de golpe gente que jamás me habló de ningún escritor me comenta algo sobre Vargas Llosa -en esencia, alguna mención a su conocido y sorprendente nuevo amor, con un enfoque algo jovial y escoltada por una sonrisita algo maliciosa. 

Para bien o para mal, ya pasadas las navidades me sorprendí recreando un fragmento de esa muy hipotética conversación, cualquiera o aleatoria, entre el autor de "Conversación en la Catedral" y "La Casa Verde" -por citar dos de "las grandes"- y el autor o intérprete de "Experiencia religiosa", entre otras canciones. 

Y ahí va para quienquiera que se lo haya preguntado también alguna vez o le pueda interesar tan caprichoso ejercicio de la imaginación.
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- -   Mario, ¿sabes que mamá me regaló un par de libros tuyos?

- Y qué, ¿los has leído?

- Bueno, he leído uno. Ahora me estoy tomando un descansito después de tanto esfuerzo. Pero este verano quiero ponerme con el otro, ¡eh!

- ¿Y cuál es el que has leído, dime?

- Pues… ¡Uff! Espera, ¿cómo era…? No me viene ahora. Creo que se me ha olvidado el título, jejeje. Nunca he tenido muy buena memoria.

- ¿Recuerdas de qué trataba?

- Sí, eso sí, claro. A ver cómo lo digo. Yo diría que trataba de…la vida. ¡Eso es, sí! Trataba de la vida, como mis canciones.

- Así es, Enrique, todos mis libros tratan de la vida. Pásame el ceviche, anda. Veo que no lo has probado. ¿No te gusta el plato estrella de la cocina peruana? Porque a Isabel, tu mamá, le chifla, aunque lo toma sólo de a pequeños bocaditos. ¿Tú también eres así de mirado y disciplinado con la dieta?

- Bueno, yo es que ahora estoy en una etapa muy ‘veggie`.

- Qué, ¿atravesando un periodo de cambios en tu vida, Enrique? Eso me suena…

- Sí, no sabes qué mogollón tengo en la cabeza, uff. Me lo replanteo todo. Voy al armario y puff, me quedo así como parado. ¡Ahora mismo no sé qué look quiero! Y empezar así el día… Te aseguro que es una "nightmare".

- Sí, me hago cargo. Todo un dilema existencial, ¿verdad?

- ¡Qué bueno, Mario! “Dilema existencial”. Ahora mismo les mando un tweet a mis creativos de la compañía de discos. ¡Nos acabas de dar el título de mi próximo álbum!

- Y las canciones tratarán de la vida, me imagino. De la dificultad de las decisiones que se han de tomar, de las elecciones que hacemos, las dudas que algunas veces nos sobrevienen, las preguntas que se hace uno, la zozobra…

- ¡Jo, contigo da gusto hablar, ¿sabes?! ¡Qué rápido que lo pillas todo! ¡Es como si me leyeras la mente! “Zozobra”, esa también me mola para título de una canción, aunque no sé muy bien lo que quiere decir.

- Acércame, por favor, la fuente con mi cevichito del alma, que me voy a servir más, y ahora seguido te respondo.