sábado, 5 de diciembre de 2020

Bienaventurados los puros (y los no tan puros)



Mi padre me dijo “tienes que leer a Knut Hamsun. Es uno de los mejores novelistas que he conocido”. Total, que me informé un poco sobre ese autor del que ni había oído hablar. Una vez más, la crítica confirmó que mi padre tiene buen gusto para la literatura. ¿Qué, has leído ya a Hamsun? —me preguntó en la larga sobremesa del cumpleaños de mi madre. Le gusta compartir sus pasiones y un padre nunca se jubila del todo del oficio  de guiar a los hijos, ni renuncia tampoco a una cierta autoridad, por más que las diferencias se recorten en la edad adulta. De una madre ya ni hablamos. Hijo abrígate bien que hoy hace mucho frío. Y el niño tiene ya sesenta años. Como me esperaba su pregunta le solté a mi padre una respuesta que se daba un aire con la de un político al periodista afín, uno de esos que más preguntar les dan un pasecito para que se luzcan, marquen gol y caiga la primera ovación de la grada. Lo de Felipe II ya cansa un poco y nunca he sabido de dónde viene. ¿De la caza tal vez? Tuve que decirle que, sintiéndolo mucho, no iba a leer jamás nada escrito por el tal Knut Hamsun, que me negaba a leer a un tipo que había dado la bienvenida a la ocupación nazi de su país y le había regalado su Premio Nobel de Literatura nada menos que al monstruito de Goëbbels, el propagandista de Hitler. Cogí tanta carrerilla que si no me llego a frenar se me va un no es no, en esta crisis nadie se va a quedar atrás y hasta que somos una coalición de progreso. Me sentí teatrero y un poco payaso.


Mi padre no es de los que se rinden fácilmente y del cumple de mamá salí con la recomendación de leer a Thomas Mann. En concreto, “La Montaña Mágica” y “Los Buddenbrook”. ¡¿Que si quieres arroz, Catalina?! Mann me sonaba, claro, pero como sabía poco de él eché un ojo a su biografía y lo que se decía de su obra. El burgués de traje y corbata perpetuos, pañuelo impecable en el bolsillo de la solapa, botines de piqué, y padre de seis hijos de una única esposa hasta que la muerte nos separe, sentía una fortísima atracción por los jóvenes de su mismo sexo. Pocos dudaban de que Aschenbach -un maduro y cascado escritor, que es narrador y personaje principal de “Muerte en Venecia”-, que arde en deseo por el jovencísimo y bello Tadzio y se comporta ridículamente como un adolescente enamorado en secreto, tenía mucho del propio Mann. Un deseo que habría reprimido durante toda su vida con expresada nostalgia de la Grecia en que el amor homosexual entre un joven y un viejo no era un tabú -el “Fedro” de Sócrates. El deseo carnal de un viejo por los efebos me provocó reparos, un poco de asco incluso. Aparte, muchos decían que Mann era pomposo y muy pagado de sí mismo. Así que lo de leer a Mann quedó, como poco, aplazado. 


Más o menos por esas mismas fechas, Yvette, mi profesora de francés, me habló de
Céline y su “Viaje al Fin de la Noche”. Y cómo lo decía, Voyage-au-bout-la-nuit, madre mía, bajito, como un susurro y muy bien pronunciado. Sobre todo la nuit, sin té, muda. En su boquita de piñón el francés más que un idioma era un técnica de hipnosis, que te idiotizaba, como le pasaba al tal Aschenbcah con Tadzio, las cosas como son. ¿Cómo dices que se titula, Yvette? Y otra vez el mismo cosquilleo. Después de la breve recomendación, Yvette se despidió con un elegante movimiento de su mano, un levísimo y estiloso “waving” en inglés. En francés, ni idea. En el autobús de vuelta, tratando de aplacar una sucesión de imágenes de Yvette, todas gratas, salvo el beso con su novio, busqué en Internet al tal Céline, Louis-Ferdinand, para más señas. Había coincidencia general en que la novela era una pasada, pero el escritor… Racista furibundo, antisemita y filonazi. 


Decepcionado con Céline cerré Chrome y, a la vieja usanza, llamé a mi novia, cuya voz, entre otras cosas, no tiene nada que envidiarle a Yvette, salvo que ella no pasa del bonjour, je m’apelle Laura, y con una pronunciación manifiestamente mejorable. Quería ir al cine, a ver una de Woody Allen¿Vamos a darle dinero a un tipo que se lió con su hijastra, aún menor de edad y cuarenta años menor que él? Traté de zafarmePero Laura tiene una mente de lo más ágil, sobre todo para detectar y recordar cualquiera de mis contradicciones o incoherencias, como suele decir. Pues la última que vimos en el cine era de Polanski y ya sabías que no puede pisar los EE.UU, porque está acusado de violación de una menor. A mi madre le has regalado una colección de CD’s de ópera de Plácido Domingo y Cervantes, tu admirado don Miguel de Cervantes y Saavedra, con el que tanto me braseas, fue encarcelado por sisar parte de los impuestos que recaudaba y se largó de Madrid por patas rumbos a Italia, después de haber dejado malherido, o más que eso, a un tipo en una reyerta. Vale, vale, te lo compro.


Así que esa noche, en la que Laura borró luego todo rastro de Yvette, vimos la de Woody Allen, como antes habíamos visto la de Roman Polanski. Su madre, pronto mi suegra, me ha dicho que escucha a su Plácido Domingo del alma a todas horas, digan lo que digan de él, que además no está probado y ella no se lo cree. Mi padre está contento de que me haya gustado tanto Knut Hamsun. También me gustó y mucho “la Montaña Mágica”, así que quiero seguir pronto con “Los Bruddenbrook”, otro tochazo. En cuanto a Céline y su aclamado “Voyage au bout de la nuit” (¡upps, se me escapó la té! Lo siento, añorada Yvette), resultó evidente que había sobrevalorado mi francés. Pero irá en la carta a los Reyes Magos, esta vez en español. Lástima que ya no podré hablar de la novela con Yvette. Rompió con el motero malote de chupa de cuero por el que se vino a Madrid y se ha vuelto a Nantes. Una de la clase dice que le han dicho que por ahí se dice que era un maltratador. 

Aunque yo haya escogido el mal camino, sean bienaventurados los puros, los que criban y someten a escrutinio con sus rayos x de la moral, y sólo se tratan con sus iguales. Dios les tendrá que premiar de alguna manera por el rosario de renuncias (y denuncias) que se imponen (y tratan de imponer) por el bien de su conciencia (y la de todos los demás). Si en las redes se les ha ido la mano en su papel de “haters” tal vez una temporadita de purgatorio, premio diferido, toca esperar, pero premio a fin de cuentas.
 
Liberados del yugo del capitalismo, ya superfluo adjetivar el tiempo como libre y, más aún, desposeídos de sus teléfonos móviles, los elegidos podrán entretener la espera de la ceremonia de entrega purgando la laxa lista de los poco rigurosos ayudantes de Dios. Un micromachismo, una apropiación cultural, exceso de desplazamientos en coche; más grave aún, frecuentes viajes en avión, poco uso de la bicicleta, resabios de patriarcado, haber corrido en un encierro, meterse en el mar sin dejar que se haya secado bien el protector solar, pedir bolsas de plástico en el súper o, peor todavía, en el hipermercado, haber financiado con su dinero, de una u otra manera, a los impuros, qué sé yo. Algo habrá que evite que los más puros de entre los puros tengan que mezclarse con quienes podrían contaminarlos. 

Y bienaventurados también los no tan puros. Alegraos y regocijaos porque aunque tal vez pongáis en riesgo vuestra recompensa en los cielos, grande es la que os llevaréis puesta de la tierra viviendo sin corsés, sin tantos escrúpulos ni remilgos, con espontaneidad, tratando de no juzgar en exceso y, sobre todo, porque leéis libros maravillosos, veis películas estupendas, escucháis música admirable sin que os frene que sus creadores sean o fueran así o asá, hayan hecho esto o aquello (o se diga que lo fueron o lo hicieron). Que os quiten lo bailao. Aparte, siempre será Dios quien tendrá la última palabra, por mucho que los enjuiciadores amateurs organicen campañas de concienciación y os monten escraches para que os echen de dondequiera que tan injustamente seáis acogidos.

- Amén.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Isabel Díaz Ayuso, Santa y Mártir de Madrid


Foto: Elio Valderrama (Libertad Digital)
Foto: Elio Valderrama. Libertaddigital.

La poco santa alianza que en teoría nos gobierna y, más aún, o menos (santa) todavía, la que nos presupuesta, está regalándole a Isabelita la condición de icono, el papel de heroína. Como la buena ola al surfista buenorro y cool, los contubernios arriba indicados propulsan a Isabelita en su cuesta arriba hacia la santidad y el martiriologio romano. Zancadillas, codazos, palos en las ruedas del carro…
 
La ley como piedra arrojadiza del ego enfurecido y el sectarismo rabioso. El presente real decreto entrará en vigor desde el instante mismo de su publicación en el «Boletín Oficial del Estado» (las 16:54 horas para más delirantes señas). Excremento legislativo para los anales legales, acompañado de argumentos que atufan a excusa improvisada. Trolas tamaño pelota de playa Nivea, tan gordas que ni la recién fallecida y más prodigiosa zurda de la historia se las colaría a un portero manco y cojo.
 
Va por ti, vamos a por ti, Isabel, Isabel Díaz Ayuso. Y, de paso, a por Madrid, que no sabe votar, que no entra en razón, gente recalcitrante y díscola a la que no han logrado convencer ni el cuatrienio carrilciclista y kolegueño del portento de Carmena, ni el gracejo natural y hondura filosófica de Gabilondo, el hermano de Iñaki, aquella radio star a la que un micrófono indiscreto reveló como servicial agitador y propagandista del inefable Rodríguez Zapatero. Ya saben, aquel gobernante manirroto, despreocupado y feliz, que esparcía como jovial confeti, los polvos de los que vienen estos lodos. Es inexplicable que los madrileños no entren en razón, pero es lo que hay, así que si no aman al Príncipe, que lo teman, lo cual ya dijo Maquiavelo, a principios del XVI, que era más seguro. Lluevan, pues, hostias como panes en la jeta de su presidenta que encima se me pone farruquita. Pedrochulo NoesNo alardea de sensible a la lacra de la violencia machista, pero si se trata de Isabelita, se pone la gorra de maltratador sin cortarse un pelo.  

Y ahora van y le suministran a Isabelita, Santa y Mártir, todo este combustible al ardor guerrero isabelino, llenando hasta rebosar su depósito. A la molestia e irritación amenaza de entrometerse en asuntos ajenos le añaden la de echarle mano a la cartera de los madrileños. La mezcla no puede ser más explosiva. Que quien inicie este nuevo frente sea encima el independentismo catalán, por boca de ese dechado de elegancia parlamentaria que responde por Rufián, suena a declaración de guerra. Van y le ponen a Isabelita que se sueña la Thatcher, unas Malvinas encima de la mesa. Una meliflua y cursilona rueda de prensa de Pablo Iglesias, otra, entre lo didáctico y la grandiosidad perdonavidas, con un espolvoreado de falsa modestia, más falsa que Judas Iscariote, no hubiera provocado jamás semejante ignición. Entre los asesores de la poco santa y creciente alianza ha de haber algún recolocado de la tele, de esos que distribuyen por bandos, asignan papeles e instruyen al famoseo sobre cómo potenciar la bronca. Vistas bastantes cosas de las que (nos) han pasado es posible que lo tengan pluriempleado y meta su baza asesora en lo del Covid-19.  



Se entiende que no sea vea bien el mal ejemplo isabelino, lo feo que resulta eso de hacer funcionar la cosa pública, en el peor de los casos igual de bien o de mal que en cualquier otro sitio, con impuestos más bajos. En particular, sin meterle el bocado a herencias y donaciones. Pero hay que medir un poco, cuidar las formas, a qué mensajero se elige siquiera, que esto de Madrid parece ahora lo del 2 de Mayo, con el pueblo levantándose contra las invasoras tropas de Napoleón, liderados por una santa y mártir, de temperamento belicoso. Aparte, la chica siempre ha tenido un cierto aire de dar muy bien en una estampita. Con su perenne esbozo de sonrisa, Isabelita mira como perdida al horizonte, algo enajenada, al modo de los iluminados. Discursea ella para la prensa, que es lo que cuenta en estos tiempo veloces, mediante una personal combinación de pausas y ráfagas o borbotones, beligerante, hasta tremendista, sin perder la sonrisa y con ciertos atascos verbales. Habla como si fuese una médium o una mística a cuya chola va llegando un mensaje del cielo o de ultratumba, aunque a veces debe haber interferencias y te puede soltar que añora el ruido, la contaminación y los atascos. Aunque a más de uno le he oído yo después nostalgias clavaditas. Tal vez sus lejanas fuentes le soplaron el porvenir, pero joven, novata e impaciente no supo esperar al momento adecuado para soltarlo. 

Una santa y mártir algo modernilla, soltera, a la que se intuye no muy de misas, aunque tampoco le molesta si toca. Igual hasta le trae recuerdos, se encuentra con viejos amigos y el de la parroquia es un público entregado, que aplaude, vitorea y hasta palmea. Si no fuera por el engorro de la mascarilla dichosa, alguno igual le plantaba un beso, casi casi morreo, a las puertas del templo. A Felipe le pedían un hijo y a Isabelita más de uno se lo ofrecería. Una santa y mártir con la que querríamos cenar y luego, si hay feeling mutuo y no nos la birla una llamada para algo, pasar a mayores. Ni muy lista, ni muy tonta. Tampoco una guapa inapelable, aunque desde luego menos, mucho menos, tiene de fea. Sobre todo tiene ese algo de los diferentes, de las chicas formales de fondo travieso, de la adolescente que se atreve a soltar la barbaridad. Es la que grita ¡polla! en el tumulto del colegio de monjas haciendo reír a todas sus compañeras, y aunque la voz y el hecho mismo la delatan, se salva de ser castigada por la monja que ríe con rostro serio. Hábito y oficio obligan.


Saltando de batallita en batallita se va forjando Isabelita un carisma entre gran parte de la gente de Madrid, no hace mucho sorprendida por su nombramiento y mosca por su bisoñez. Santa Isabelita de Madrid, mártir in crescendo de la también creciente yuxtaposición que detenta el poder, casa grande en la que todos son bienvenidos, con tal de que estén más a la izquierda o quieran romper la unidad de España. Otra singularidad de este gobierno, aunque cuesta elegir si en la escala del esperpento esto va por delante o por detrás de la entrada en vigor a las 16:54 horas. Es de más calado, sí, pero entrada en vigor en el instante mismo de su publicación, esto es, a las 16:54 es el chiste llevado al BOE
 
Santa Isabel es aún joven, habita los aledaños de esa madurez moderna, un tren muy lento, cuya hora de llegada no para de retrasarse. Joven y enérgica, con su anorak de presidenta y todo, que le han tocado tiempos de estar mucho en la calle. Una época extraña, rara de narices, igual que a sus enemigos, pero a la vez un tiempo propicio como pocos para hacerse un nombre, una imagen, hacerse querido. U odiado, según te manejes en estas aguas revueltas y te mirase cada cual ya de antes. Beauty is in the eye of the beholder, dicen los anglos. Se parece, aunque en más fino, a eso nuestro del color de las cosas y el cristal con que se miran. 

Será por eso que aumenta estos días el número de quienes se la figuran, a Santa Isabelita digo, como una émula de Manuela Malasaña, hija por cierto de un panadero francés, y la visualizan portando el estandarte de la libertad. Una heroína a la que en el fragor de la batalla le asoman los senos: la Libertad guiando al pueblo del cuadro de la Delacroix. Cierto que el esperpento del trapo rojo y estrellado que implantó Joaquín Leguina es a la tricolor lo mismo que son estas batallitas nuestras a la Revolución francesa, pero existen similitudes. Hay refriega, hay hembra valerosa y macho chulo y avasallador, con su corte de mediocres, disparatados y resentidos. La mentira por bandera, todos, que Trump no está solo en eso, aunque sea, sí, el más burdo y de largo el más compulsivo con lo del Twitter. 

La Libertad guiando al Pueblo (Delacroix). Abc.es

Tiene Santa Isabelita el encanto innegable de quien va, o parece ir, por la vida sin un rumbo claro, como al albur de lo que quiera que el destino le lance al paso, viviendo intensamente al día, sin rehuir batalla alguna, buscándola incluso, generando afectos y detestos al paso firme y sonoro de sus tacones. Lleva las sedosas blusas abiertas hasta ese momento en que se fue el pudor, pero no ha llegado aún el descaro. En las escasas imágenes en que no es un busto parlante o mirón, se le aprecian algo anchas las caderas y se vislumbra cierta generosidad de carnes en la retaguardia. Apartamientos del aburrido y mandón canon dietético-estético-gimnástico, perfectas imperfecciones que la acercan al pueblo y aprietan no pocos libidinosos gatillos. Tampoco hay que dejarse otro efecto arrastre, corolario de la conocida canción de Objetivo Birmania: si los amigos de tus amigas son tus amigos, la enemiga de tus enemigos es tu amiga. Más la erótica subliminal del poder, supongo.

¡Ea, pues señora, abogada nuestra! Grítanle a Isabelita desde los balcones, tirando de la Salve, como salvas honoríficas. Isabel Díaz Ayuso, flamante Santa y Mártir de Madrid.