lunes, 22 de abril de 2019

Esperando a los Bárbaros (JM Coetzee)




John Maxwell Coetzee, nacido en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) en 1940, obtuvo el premio Nobel de Literatura en 2003. En su fallo, la Academia sueca, institución a la que la Fundación Nobel le tiene encomendada la elección del ganador del Premio Nobel de Literatura desde que dichos premios se instituyeran allá por 1901 y en tiempos recientes bajo la lupa del escrutinio, destacó su "crítica sin piedad del racionalismo cruel y la moral cosmética de la civilización occidental", distanciándose siempre "del teatro fácil del remordimiento y la confesión". "Incluso cuando se transparentan sus propias convicciones, como en la defensa de los derechos de los animales, arroja luz sobre los fundamentos de esta convicción más que argumentar en su favor". El jurado dijo que la obra de Coetzee se asemeja al famoso cuadro de Magritte en el que un hombre contempla su propia nuca en un espejo, con personajes que, en los momentos decisivos, se quedan "detrás de sí mismos, incapaces de asistir a sus actos".

Esperando a los bárbaros” ("Waiting for the Barbarians") se publicó en 1980, es decir, cuando JM Coetzee tenía 40 años, y trabajaba como profesor de literatura en la universidad de Ciudad del Cabo, después de haber estudiado y trabajado en Londres y los EE.UU., y enseñado en este último país. Antes, había publicado dos novelas “Dusklands” (Tierras de poniente, 1974) y “In the Heart of the Country” (En medio de ninguna parte, 1977) . Fue su siguiente novela, "Life and Times of Michael K." (Vida y época de Michael K. 1983),  ganadora del Booker Price e impulsora de su fama. Coetzee fue, por cierto, el primer autor en conseguir dos veces ese premio. La segunda vez, por la muy celebrada “Disgrace" (Desgracia, 1999).



Coetzee ya deja ver algunas de sus señas de identidad como escritor en “esperando a los bárbaros”, aunque se han ido acentuando, o perfeccionando para quienes lo admiran precisamente por eso, en su obra posterior. En esta novela se aprecia su tendencia al control de la verbosidad, su concisión casi lírica y, a la vez, árida y dura, como las tierras donde sitúa sus narraciones[i]. Las palabras están contadas, medidas, sin perjuicio de la profundidad de su pensamiento, de la definición completa de sus personajes y, lo que es más difícil, sin que se sienta como el autor se contiene de forma deliberada, venciendo otra inclinación. Coetzee se muestra muy pausado en las pocas entrevistas habladas que concede, piensa muchos aquello que dice y, en ocasiones, puede ser lacónico en sus respuestas, sobre todo acerca de su obra. En "esperando a los bárbaros" ejerce gran protagonismo el paisaje, la interacción entre el hombre y el medio físico en el que habita. Un componente fundamental en las otras dos novelas suyas que he leído hasta la fecha (“Desgracia” (Disgrace, 1999) y “Verano” (Summertime, 2009), una autobiografía novelada, se dice). Si el hombre altera el medio, las características del entorno concreto en el que aquel habita también conforman al ser humano, tanto al individuo como a las sociedades.

En esta novela no sabemos cuándo ni dónde transcurre la acción. Deducimos, por el escaso grado de desarrollo tecnológico, que en un tiempo lejano y sabemos que la ciudad-fortaleza en que principalmente se desarrolla la trama se encuentra situada en un lugar fronterizo, muy alejado de la capital de un gran imperio. Del mismo modo, el lector irá descubriendo, muy paulatinamente y no del todo, la identidad del protagonista y narrador. Se genera así un cierto carácter simbólico o alegórico que empuja al lector a tratar de averiguar el dónde y el cuándo, que le hace conjeturar. También se refuerza la universalidad de las peripecias narradas. Los conflictos, dilemas, temores, bajezas y cuestiones éticas que aborda la novela, así como los apetitos, desde la comida, al poder, pasando por el erotismo y el sexo, podrían abordarse de la misma manera saltando bastantes siglos en la historia, en cualquiera de los dos sentidos. Menos, mucho menos, en el espacio. La aspereza de la tierra, el clima extremo, el apartamiento, la condición remota y fronteriza del lugar, como Sudáfrica, son esenciales, pero en el mundo no deja de haber muchos sitios así. Todo imperio los ha tenido y los tiene.

En “esperando a los bárbaros” se difuminan las condiciones, los roles, las líneas divisorias. ¿Quién es el bárbaro, quién el civilizado? ¿Quién el humano evolucionado y quién el salvaje? Invocando ciertos principios se puede actuar de forma exactamente contraria. El miedo a lo desconocido, la atribución a los otros, los que son distintos, los bárbaros, de una condición inferior, salvaje y despiadada que ese temor dispara, propalado por iamginaciones, rumores, falsos indicios, sospechas, de toda clase atributos negativos es central en esta novela. La presencia decisiva del miedo me ha recordado en algún momento a la muy posterior, contemporánea y urbana, “El País del Miedo, de Isaac Rosa, también reseñada en este blog. Puede ser que el miedo nos haga ser justamente aquello que nos aterra y que saque lo peor de nosotros como individuos y, más aún, como sociedad. Un enemigo exterior, cuya condición vil nos devuelva de paso una imagen mejorada de nosotros mismos en el espejo, le resulta de gran utilidad al poder. Aglutina al grupo, lo distrae, justifica medidas excepcionales, desarbola tibiezas, relega a secundarias y contraproducentes las formas, normas y procedimientos. A su vez, refuerza la necesidad de que nos otorguen su protección quienes administran el poder del Estado, cuya importancia social no deja de crecer exponecialmente, pues el miedo nutre al poder, generando mucha obediencia y una gran dependencia del poder político y los militares.

Cuando esta novela se publicó, el régimen de segregación racial, el llamado apartheid, era el principio rector del sistema legal y político sudraficano. Las personas de raza negra no podían moverse ni fijar su residencia libremente dentro de Sudáfrica, ni bañarse en las mismas playas o sentarse en los mismos bancos que las personas de raza blanca. Por supuesto, no tenían derecho al voto y muchos vivían hacinados en guetos en torno a las grandes ciudades, en condiciones de pobreza, violencia y desesperación. Fuera de los refinamientos de la civilización, inadmitidos al paraíso del bienestar, privados de sus beneficios, en la barbarie. Entre otros, les eran ajenos la educación, la ley y el orden. Se les consideraba legalmemnte trabajadores extranjeros sin derechos políticos. Se crearon, asimismo, supuestos estados independientes, llamados batustanes, de los que se consideraba eran nacionales los negros, de forma que al carecer de la nacionalidad sudafricana nada tenían que pedirle al Gobierno de Pretoria. El apartheid no fue abolido hasta 1992.

Gran parte de la crítica literaria vio un claro paralelismo entre "Esperando a los bárbaros" y la situación político-social de la Sudáfrica de finales de los años 70, tiempo en que fue escrita. Coetzee ha tomado posturas políticas claras y valientes a lo largo de su vida, desde la protesta en los EE.UU contra la guerra de Vietnam que le hizo perder su permiso de  residencia en dicho país, a la crítica del apartheid, y posteriormente de la corrupción política de su país natal, después de la predidencia de Nelson Mandela. Una disconformidad que lo le llevón a trasladar su residencia a Adelaida en 2002 y a aceptar la doble nacionalidad, que le otorgó el gobierno australiano en marzo de 2006. 

Asimismo, J. M. Coetzee se ha comprometido públicamente en la defensa del bienestar animal, en especial, en la forma de explotación de diversas especies destinadas al consumo humano. Pero todo eso lo ha hecho, como ha señalado Antonio Muñoz Molina, sin tener “nada de personaje público” y pareciendo a la vez “tan refractario a la política como a la retórica”, compaginando su condición de novelista de resonancia universal con ser “un hombre que vive en privado y que no alza la voz, porque un escritor de verdad nunca habla a gritos, ni por megafonía, ni se dirige a multitudes, sino a cada persona, una por una, a cada lector, en el tono de una conversación confidencial”.




[i] Coetzee visto por Muñoz Molina (2010):

Me gusta mucho J.M. Coetzee. Me gusta su manera de escribir y su manera de ser escritor, esa reserva, esa falta de pomposidad que ha mantenido incluso después del Nobel. Me da envidia su estilo tan austero y flexible, que a veces tiene algo como de neutro enunciado, de exasperante aridez: la aridez que puede haber en las almas y en las vidas de las personas, y en esos paisajes de Sudáfrica y de Australia contra los cuales uno imagina que resalta su figura solitaria como la de un eremita en un desierto”.