Mi vida con Potlach
Inma
Luna
Ediciones
Baile del Sol, Tenerife (España), 2013
«Mi Vida con Potlach» es la primera novela de la poeta Inma Luna,
antropóloga y periodista madrileña, publicada en 2013 por la editorial
tinerfeña Ediciones Baile del Sol.
Relato en forma de diario, iniciado por prescripción facultativa,
cuyo protagonista, en puertas de la mediana edad, atraviesa una etapa crítica
de su vida, un tiempo de cambios radicales. Luis es un excéntrico personaje, al
borde mismo de la locura. Cuando su vida anterior se desmorona, y él mismo se
vuelve un juguete roto, decide agarrarse al orden más estricto como tabla de
salvación e iniciar una nueva vida.
Su singular remedio consiste en llevar una vida de eremita, pero no
en una cueva, sino trabajando como contable en una inmobiliaria y viviendo en
un desangelado barrio del extrarradio de Madrid. Sin más compañía que la de
un perro, y decidido a esquivar el trato con las personas para evitar todo daño,
se empeña en su propósito de tenerlo todo bajo control.
Blogs de INMA LUNA.
|
Esta novela, hecha de frases cortas,
directas, con un lenguaje relativamente sencillo y moderada extensión -poco
menos de 300 páginas-, engancha al lector con su poderoso arranque. Tiene forma
de diario y su narrador y protagonista coinciden en la persona del estrambótico
Luis, informático en una universidad de Madrid. Por prescripción facultativa empieza
a escribir su diario en medio de la carísima calma de una clínica psiquiátrica
de lujo.
El ritmo narrativo de «Mi Vida con
Potlach» sufre importantes cambios. El diario de Luis se ralentiza o acelera de
forma paralela a cómo evoluciona la vida de su autor, cuya trayectoria vital,
en parte excepcional y en parte muy común, es decir, como una vida cualquiera, como
todas las vidas, va desvelándose de forma muy paulatina.
Luis llevaba una vida aparentemente
normal, lo que quiera que ello signifique y de pronto aquella, como su cabeza,
se desmorona, revienta por la presión. El desencanto con el trabajo, la
decepción en el amor, el estrés provocado por una vida a la que Luis parece no adaptarse
o con la que no se conforma, el mundo, en general, al que encuentra absurdo y
sin sentido, lo suman en “estrés patológico”. Tan parco y genérico diagnóstico tiene,
sin embargo, un elevadísimo coste.
Su diario es inconstante,
como el propio Luis. Se interrumpe durante largos períodos, en los que no obstante
intuimos que no ocurren grandes cosas. De forma acorde con su hastío vital y
extrema apatía, la escritura de Luis no se mantiene como un propósito constante
y el hallazgo casual del ya olvidado diario da lugar a su reanudación.
En «Mi Vida con Potlach» hay una vida
vieja y una vida nueva, un antes y un
después del internamiento de Luis, hasta cierto punto voluntario, y del que
acaba dándose a sí mismo el alta. Se vuelve demasiado consciente de que a los
médicos, como a los hoteleros, les beneficia, una prolongada estancia del
paciente-huésped y, sobre todo, pierde la fe en la utilidad del tratamiento,
entre otros descreimientos que le van llegando a nuestro protagonista en su
avance por la vida. Llega a la conclusión de que sólo él puede curarse o
salvarse a sí mismo.
Comienza una nueva vida, que es sin
embargo una deliberada no vida, en la cual el narrador-protagonista quiere ante
todo protegerse de un mundo que percibe insatisfactorio, amenazador y hostil. Pretende
la salud, un mínimo equilibrio, imponiéndose un orden de tal calibre que
paradójicamente pide a voces el adjetivo enfermizo. Sus mecanismos de defensa
son el aislamiento, la rutina, el orden y la meticulosidad. Luis aspira a vivir
como un eremita en medio de un inhóspito barrio obrero de la periferia de
Madrid, y ejerciendo su nuevo oficio de contable en una inmobiliaria
cochambrosa y en pleno hundimiento. A sus compañeros y jefes los encuentra en
el fondo despreciables, por vulgares, imbéciles y alienados y, por ello,
socialmente adaptados.
Pero se trata de una quimera, de un
propósito imposible, delirante incluso. Como el agua o el aire, lo imprevisto, la
relación con los otros, las emociones y sentimientos , encuentran
indefectiblemente algún hueco por donde colarse. El tupperware –fetiche del
protagonista y motivo de la portada de la novela– es un objeto y el ser humano,
que respira, que transpira, que produce fluidos y secreciones, come, digiere, huele,
no puede emularlo. La risa, el llanto, la ira, los afectos, la excitación
sexual terminan por hacer siempre su aparición en escena. Los humanos somos
seres sociales, seamos o no individualmente sociables y somos, ante todo, sentimientos. Por
mucho que se planifique sobrevienen siempre hechos o circunstancias imprevisibles
e incontrolables que nos conducen, incluso a rastras, a lo que es propio de
nuestra naturaleza. Vivir es sentir y lo de morir en vida no pasa de ser una
frase hecha.
En «Mi Vida con Potlach», a través de
las ideas, lúcidas y originales, e incluso tan excéntricas a menudo como el
propio protagonista, asistimos a una disección poco misericordiosa de la
sociedad entera, en la que se van desgranando aceradas opiniones, por completo alejadas
de los tópicos y lugares comunes. El bisturí de Luis abarca cuestiones tan
diversas como los tratamientos y clínicas psiquiátricos, las relaciones entre
padres e hijos, el amor, el sexo, las relaciones del mundo del trabajo, tanto
entre jefes y empleados, como entre compañeros, el abuso, la explotación, las
diferencias económicas, la lucha de clases. Incluso el lenguaje y los argots
merecen alguna reflexión, como por ejemplo la redicha cursilería de la
correspondencia comercial y el perifrástico, críptico y eufemístico del ámbito
administrativo y legal. El funcionamiento de la justicia, del Estado y de la burocracia,
en general, también son objeto de la implacable y sincera observación de Luis,
en el polo opuesto del pensamiento desiderativo (“wishful thinking”), lo
políticamente correcto o la mentira piadosa. Esas visiones nos enfrentan al absurdo,
la injusticia y la fealdad que frecuentemente nos rodean. Hay alguna que otra
referencia incidental a la antropología, ligada a uno de los personajes
esenciales en la vida de Luis. Y también reiteradas alusiones a las tareas
domésticas, como la limpieza y la compra, con marcada reiteración a la cocina,
pasión confesada de la autora, habilidad en la que el protagonista nos cuenta,
por excepción y con no disimulado orgullo, su progreso.
Espigadas por las páginas de la
novela se encuentran también referencias a esta época de crisis económica en
que el empleo precario, el trabajo-basura, ha adquirido increíblemente la
condición de privilegio. Lo que antes motivaba la protesta social, y cada cual
trataba de evitar para sí mismo como buenamente
pudiese, es ahora considerado como un bien que debe protegerse con uñas y
dientes, un bien envidiado y que mirado en retrospectiva por quienes lo han
perdido y no tienen mucha esperanza de recuperar es añorado como una situación
vital lindante con lo idílico. Algo a lo que adjetivar como basura parece un
sacrilegio, un acto de ingratitud, una muestra de falta de sentido de la
realidad y una prueba de intolerable insensibilidad hacia quienes ni siquiera
tienen eso, ni parece que lo vayan a “conseguir”.
Luis es un juguete roto, un desencantado
total, un derrotado por la vida. Al no esperar ya nada de ésta, al estar o
considerarse, al menos, de vuelta de todo, no teme perder nada. Apenas tiene
preocupaciones económicas. Su nivel de subsistencia, al menos, está prácticamente
asegurado para el resto de sus días y carece por completo de ambiciones materiales.
Todo eso, junto con su decisión de ser radicalmente asocial, lo sitúan en un
plano que le permite opinar con libertad absoluta, sin miramientos, ni
cortapisas. Es un frío observador de la realidad circundante. Muy a resguardo
de las turbulentas aguas de la crisis económica y por completo indiferente a lo
que los demás opinen de él, habla con la sinceridad del que ha abandonado la
partido del juego social y ha decidido evitar todo fingimiento o, cuanto menos,
con la crudeza de alguien convencido de que se encuentra en esa posición.
Pero surge la paradoja, la
contradicción, el conflicto interior, ya que al mismo tiempo siente el
aguijonazo de la envidia del hombre común. Anhela vivir sin pensar, sin
cuestionárselo todo, el conformismo, la intrascendencia, la superficialidad.
Querría zambullirse en la banalidad de los actos sociales repetidos y en las
conversaciones vacuas que sin embargo sirven para llenar el vacío de la vida y para
ahuyentar la angustia y el desasosiego que brotan de los pensamientos profundos.
Luis es consciente, quizá exageradamente, de su diferencia y con frecuencia
querría ser uno más, el hombre de la calle, uno del montón, no ser tan lúcido y
consciente de todo. Íntimamente se duele de ser el que ve en un mundo en el que
la masa ha optado por la ceguera. Le intriga cómo será eso de representar bien
un papel en el gran teatro del mundo, actuar con convicción en la función de la
vida, caminar como sabiendo a dónde va y no sin rumbo fijo. Se diría que añora
ser actor, aunque sea de reparto y hasta mero figurante incluso, en vez del espectador,
el observador, el antropólogo que interpreta al grupo humano o el biólogo que
disecciona la rana y sabe ya lo que hay en su interior, el que ve lo que los
otros parecen no ver o no querer ver.
No se respeta un juego en el que no
se aspira a ganar nada, ni a divertirse siquiera. Hay en Luis claros elementos
del anti-héroe, que por momentos recuerdan al célebre Ignatius J. Reilly de “La
Conjura de los Necios”, aunque Luis tiene un núcleo de valores y de dignidad
personal, alguna creencia en la persona concreta y no es rastrero, ni miserable,
ni aprovechado. Incluso intuimos que por su aspecto físico debe resultar bastante
atractivo para las mujeres, a pesar de su manifiesta ineptitud social, su
desgana existencial, su carácter esquivo y su incapacidad para afrontar muchas
situaciones de la vida corriente.
En «Mi Vida con Potlach» se desvela
también el engaño de las apariencias, el timo o falsedad de la felicidad de
anuncio, de revista de decoración, de fin de semana en “casa rural con encanto”
y resulta que lo más bello, lo más deseable y necesario es lo intangible, lo
que no puede comprarse, lo que se da y se recibe por generosidad o amor. En
esta novela todo eso sucede, junto con a lo heroico cotidiano, esto es, el día a día de muchas
personas abocadas a una vida muy dura y a la que Luis era antes completamente
ajeno. El "milagro" ocurre en medio de la fealdad de un desangelado barrio del extrarradio de la gran ciudad, descuidado
por las autoridades, y se manifiesta acompañado del defecto físico, de la minusvalía de algunos
personajes. Personas que viven en la escasez de medios, en la estrechez física
y económica, rodeados por lo vulgar, e incluso en situación de grave riesgo de
perder lo más querido. Y ese riesgo lo encarnan quienes, a su vez, creen estar
obrando bien, imbuidos de ese fetichismo de la imagen, del bienestar material
como condición necesaria para una vida feliz y casi sinónimo de ésta. Con Luis
vamos descubriendo la rapidez con que juzgamos y etiquetamos a los demás y la
hostil desconfianza que nos genera todo aquello que desconocemos, frente a lo
que reaccionamos nerviosamente, con un despectivo y airado rechazo apriorístico,
como de niño al que le sobreviene una pataleta.
La novela puede quizás incurrir en
algún que otro desliz hacia lo tópico, exhalar esporádicamente un cierto aire
de enseñanza moral, así como perder momentáneamente cierta verosimilitud por la
aparición de escenas rocambolescas, con un nítido olor a comedia
cinematográfica. Asimismo, presenta algunas derivas o giros de guión
cinematográfico de película romanticona, bastante previsibles y algunos personajes secundarios pueden resultar algo acartonados y estereotipados, como
arquetipos o clichés de determinados ambientes, clases sociales, países o
épocas. Pero lo estrambótico, lo grotesco y hasta esperpéntico también ocurre y
muy rara vez se cuenta, cosa que sí hace esta novela, que relata varias
de esas situaciones en las que para evitar el embarazo propio o el ajeno hacemos
como que no vemos, como si jamás hubiesen ocurrido.
A mi juicio, la narración pierde algo
de fuelle e interés en su conclusión respecto de su poderoso arranque y más que
aceptable parte media o nudo. En su desenlace resulta menos genuina, como
lastrada por algo de impostura frente a su autenticidad precedente; pero antes
de ese desfallecimiento o ataque de dudas arquitectónicas de su autora ante el
abanico de posibilidades -¿quién sabe?-, «Mi Vida con Potlach» se enriquece con
un progresivo entrelazamiento de una pluralidad de historias que la van
haciendo más compleja, crecientemente viva, como a su narrador-protagonista.
(Fotografía de Inma Luna, autora de "Mi Vida con Potlach")
Aunque en esto de la literatura todo
es opinable y habrá, seguro, quienes hubieran preferido el mundo cerrado del diarista
con su propio pensamiento o conciencia y la abstracción y generalidad de las
experiencias vividas por el personaje, mediante su despersonalización, mediante
la elipsis de su biografía y hasta de su identidad, al modo de algunos de los
relatos de Kafka, por ejemplo. Diría que su autora, Inma Luna, ha coqueteado en
algún momento con esa forma de contar una
historia. Parece haber sentido la tentación de la supresión de toda información contingente y no esencial para la comprensión de
los hechos, forma narrativa que genera misterio e intriga al lector; pero que después la ha abandonado, para entregarse a formas narrativas más convencionales, de mayor aceptación por el público contemporáneo, mediante la aclaración, la supresión de incertidumbres, el relleno de los vanos o lagunas; pero lo ha hecho sin caer, afortunadamente, en temáticas tópicas. La historia es muy original y tiene el valor de presentar una gama de personajes de grupos sociales y oficios de los que rara vez se ocupa la literatura (una limpiadora minusválida, una cajera de supermercado, un curandero inmigrante, los empleados de una inmobiliaria de barrio, etc.). Un verdadero contrapunto a la felicidad publicitaria de la era de la imagen.
Tras haber descartado la autora esa forma
narrativa, según esta conjetura, bien avanzada la novela se van desempolvando hechos
bastante sorprendentes del pasado, que nos trasladan brevemente hasta el Berlín
actual, al de los tiempos de la construcción del famoso muro, y también a la
fría ciudad castellana de Burgos en los tiempos de la dictadura del General
Franco. Esos hechos le hacen replantearse al lector varias de las asunciones
que había realizado bastantes páginas atrás sobre el narrador-protagonista y algunos
otros personajes cruciales en la vida del mismo, de forma que completado el puzle
se produce una cierta reinterpretación del conjunto del relato. El lector se
descubre jugando inopinadamente a psicoanalista y basando su interpretación de la forma de ser y el comportamiento del protagonista en las experiencias vividas durante su infancia.
Es muy probable que el lector de «Mi
Vida con Potlach» se descubra a sí mismo acercándose y alejándose de Luis, alternativamente
entendiéndolo a la perfección o no comprendiendo en absoluto su comportamiento;
oscilando entre la identificación y la extrañeza; entre el rechazo y la
comprensión; entre la lástima y hasta la envidia por el narrador-protagonista. El
acierto en la construcción de este personaje constituye, qué duda cabe, una
prueba de talento literario por parte de su creadora, Inma Luna.
Otra idea interesante, no sé si machista
o feminista o si incluso ambas cosas a la vez, es el evidente paralelismo entre
el ánimo de Luis y las reacciones de su pene. Su ánimo y su pene llevan vidas
paralelas. Ambos pasan del abatimiento absoluto al resurgimiento, de la atonía
a la excitación, a pesar de que el sexo es aparentemente muy secundario para
Luis, así como en cuanto a su presencia cuantitativa en los hábitos y
preocupaciones de casi todos los personajes que pululan por la novela. Pero una
vez más las apariencias engañan. Hay
fuerzas que aunque ocultas siempre están ahí, en estado de latencia, y su
influencia es crucial.
«Mi Vida con Potlach» —publicada en
2013 por la editorial canaria Ediciones Baile del Sol, ópera primera en el
campo de la novela de Inma Luna, quien ya había publicado una colección de
relatos cortos, titulada «Las mujeres no tienen que machacar con ajos su
corazón en el mortero», pero que hasta el momento se ha dedicado de manera muy
principal a la poesía— es una buena “inversión lectora”, expresión que por mercantil
y reductora viene a ser a la literatura como “la marca España” a una nación
entera; pero que ahí se queda, pues también el crítico desfallece, duda, y no da
con la expresión que quisiera.
Se trata, en definitiva, de una
narración que atrapa pronto al lector, que en su mayor parte lo incita a ir
devorando páginas, y que en determinados pasajes o escenas resulta francamente
divertida. A la vez, esta novela estimula su sentido crítico al ponerlo frente
al espejo de nuestra colectiva aceptación, pasiva y confiada, de muchas cosas
que tomamos por serias, fiables, lógicas, fundadas, como elementos de un orden
necesario; pero que, miradas con ojos nuevos, con un poco de rigor y
perspectiva, resultan absurdas, ilógicas, infundadas, contingentes o
arbitrarias, en verdad partes de un conjunto más bien caótico y casual. Y, lo
que es peor, con demasiada frecuencia ese supuesto orden social produce hechos
o situaciones intolerables por su radical injusticia.
Es, por tanto, un prometedor debut en
el campo de la narrativa larga, tal vez el despegue de una novelista de largo
recorrido y altos vuelos, Inma Luna, a la que habrá que seguir de ahora en
adelante con atenta mirada e interés. Tal y como le pasa a Luis de forma inopinada
con una protagonista femenina, la visión de cuyo apetecible cuerpo, lo asalta y
enardece en el más inoportuno de los momentos y en el menos erótico de los
entornos; pero así es la vida y así se cuenta en “Mi Vida con Potlach». ¿No les
parece?
No hay comentarios:
Publicar un comentario