Reflexiones de una tarde triste o de un triste por la tarde. Lo efímero de la vida, el deterioro del cuerpo, el ineroxable camino hacia la tumba o las cenizas, la barrera entre vivos y muertos, la presencia en nuestras vidas de los seres queridos que ya se fueron y otras zarandajas, todo ello "amenizado" con algo de fondo musical.
Nota del autor.- Si buscan 'claves' sobre la inmortalidad del alma o trucos, consejos o 'tips' para mantenerse en forma y envejecer más despacio, vayan mejor a otros sitios. Se me olvidaba, tampoco hay aquí apariciones o presencias de seres de ultratumba. Eso es también en otra ventanilla.
En la tarde gris y sin sentido, de horas muertas, de extrañeza
y soledad, tarde de libro de horas del medievo, suena una música triste y melodiosa en el altavoz. Notas de piano que
compuso un viejo sordo alemán cuyo apellido fue convertido en perro lanudo, por
obra y desgracia de la idiocia colectiva, propagada desde Hollywood y replicada universalmente en millones de pantallas, grandes
y pequeñas, como las bocas, como las narices, como las orejas, como las pollas y las tetas. Un perro paseado por un niño que simbolizaba belleza e inocencia, simpatía, desparpajo y travesura. Un niño que acabó mendigando por las calles, drogadicto o lo que
fuese. Mal, muy mal, hecho una piltrafa, una mierda, vamos. Cantidades inmensas
de dinero que los hicieron a él y a su familia inmensamente infelices. Pero
seguimos comprando o pirateando las películas bobas, los objetos innecesarios que nos atosigan
en nuestras casas, viendo incluso, como absortos o abducidos, los inverosímiles
anuncios de la teletienda, considerando con un puntillo de seriedad la
sucesión de productos a caballo entre el esperpanto y el milagro, inútiles y
prescindibles por antonomasia, como casi todo lo que compramos, lo que deseamos
y por lo que trabajamos.
Moonlight Sonata, dice Spotify. Sospechoso nombre, digo yo. Un título como tomado de un CD de gasolinera, "lo mejor de la música clásica", piezas recortadas incluso, reducidas a los fragmentos más conocidos, adaptadas a la impaciencia y simpleza del hombre común, un CD para melómanos de pacotilla, casi para paletos musicales, para tipos como yo. O para viajeros tristes, solitarios y melancólicos. Como yo, también. Ahora Para Elisa. Trillada, manida, ajada de tanta repetición, pero bella, indiscutiblemente.
Moonlight Sonata, dice Spotify. Sospechoso nombre, digo yo. Un título como tomado de un CD de gasolinera, "lo mejor de la música clásica", piezas recortadas incluso, reducidas a los fragmentos más conocidos, adaptadas a la impaciencia y simpleza del hombre común, un CD para melómanos de pacotilla, casi para paletos musicales, para tipos como yo. O para viajeros tristes, solitarios y melancólicos. Como yo, también. Ahora Para Elisa. Trillada, manida, ajada de tanta repetición, pero bella, indiscutiblemente.
Al fondo la calle cruza una mujer, un cuerpo. Veo un
esqueleto. Un esqueleto desgarbado. La veo caminar hacia la tumba y justo
detrás de ella pasa el autobús del aeropuerto. Unos que cogen el camino que
tomaré yo el viernes, otro viernes, por enésima vez. ¿Cuántas veces van ya? ¿Cien,
ciento cincuenta? El incesante trasiego humano, el tráfago de la gran urbe, la versión moderna de las viejas visitas a la corte para la procura de favores, de un cargo, de la solución a una disputa, de una ley favorable a los intereses de cada cual, luchas y manejos del poder. Trafagar por tierra, mar y aire. A pata,
sobre dos ruedas, sobre cuatro, sobre las ocho o dieciséis, incluso, de ese autobús
articulado, doble en una sola planta. Los ingleses, también en eso, van por
libre. Con sus coloridos “double- decker
bus”, por el carril de la izquierda y el conductor a la derecha. Cuánta
actividad inútil. Cuánto afán sin provecho verdadero. Cuánta ansiedad, cuánta
angustia, cuánta frustración, cuánta exigencia e injusticia para nada.
La Danza de los Muertos, ritual de Jueves Santo, Verges (Gerona) (Luis Gene/AFP) |
El esqueleto cruza al fondo, donde la librería italiana,
el de la mujer de unos treinta años, más bien alta, desgarbada, vencida hacia delante, eterna
adolescente que no domina su cuerpo recién aumentado. Un esqueleto recubierto de una
falda negra más bien corta, de unas medias de nylon, algo densas e igualmente
negras y de una cazadora de cuero entallada, grana oscuro, como ennegrecida a brochazos de betún, manchas diluidas y difuminadas por el tiempo. Colores apagados que aquí proliferan, acordados con la grisura del cielo, ese
cielo que en España será hoy claro y al que se alzarán esta noche las llamas
hipnóticas y caprichosas de las hogueras de la nit de Sant Joan.
Hogueras de muebles y
trastos viejos que ardían en medio de las calles de Barcelona o de cualquier otro
lugar del Mediterráneo, crepitación, pavesas, calor en la cara como de repentina insolación, llamas que imantan al que las contempla y cambian sin parar de forma y color. Hogueras que mi memoria infantil grabó por siempre como
enormes, fastuosas, un hilo que tira hacia lo ancestral, aunque entonces yo no lo supiera;
pero lo sentí en esos ojos con cámara de vídeo incorporada que todo niño lleva
consigo, y a los que no renuncio por más que la vida se empeñe en que lo haga.
Un rito simbólico de purificación, de comienzo, una pira que nos hace libres,
como el verano, como salir de las cuatro paredes y abrirnos al anchuroso mundo,
al horizonte infinito del mar, ser mecidos, incluso desde la orilla, por el eterno
vaivén del oleaje, detenidos en el tiempo por el arrullo del mar, sentir en la piel la caricia de su brisa.
Despojarnos de la ropa, vestir ligero, sin lastre, sin equipaje, sin ataduras, soltar amarras, no llevar horarios, liberados de la profunda inutilidad de lo útil y entregados a la radical utilidad de lo inútil, del porque sí, porque me apetece, porque me da la gana. Al fin libres para la inclinación personal, para la apetencia del momento, para "il dolce far niente", para "la vie en rose". O para la pugna por un sitio en una playa atestada y la cola en el buffet libre, la felicidad de establo del crucero y del resort a pensión completa. Catatonia de hamaca soleada. El cuerpo de otra, de la de otro, que tienta. Remojo de hipopótamo en charca. Cebado porcino. El cuerpo de la de uno que también lo hace. Hacer el amor, echar un polvo o hasta follar de verdad en la sobremesa, con un vigor y una pasión tan olvidados que sorprenden. Y siesta reparadora, con ronquidos. Cena lenta, conversación en la noche que retrotrae a estadios anteriores del amor. Mirada lenta, sostenida, concentrada en el otro, que redescubre encantos. El alcohol, que todo lo perfecciona, y enciende la llama. Combustible para la antorcha. Disputas y hasta broncas de pareja que convive a tiempo completo. Cada cual con sus agravios, sus reproches, sus manías, queriendo que el otro sea distinto, se comporte de otra manera, que sea plastilina amoldada a nuestros deseos. Querellas de niños nerviosos o aburridos fuera de su entorno habitual. Adolescentes insatisfechos que cambian de ubicación su rebeldía. Érase un chico o una chica a una pantalla pegado. Todos como sin saber qué hacer ante un tiempo del que somos extrañamanete dueños. Concreciones que nunca estarán a la altura de los proyectos, unos proyectos con algo de onírico e hiperbólico. Libros que regresan sin haber sido abiertos, como tomados de la estantería a dar un paseo, a recorrer mundo. Otro más de la familia. Expectativas imposibles de cumplirse. Vacaciones que alojan la esperanza de una felicidad que niega el día a día. Procrastinación perenne del disfrute. Vacaciones que jamás podrán satisfacer unas expectativas tan difusas como desmedidas. Hacerse trampas jugando al solitario de la vida.
Despojarnos de la ropa, vestir ligero, sin lastre, sin equipaje, sin ataduras, soltar amarras, no llevar horarios, liberados de la profunda inutilidad de lo útil y entregados a la radical utilidad de lo inútil, del porque sí, porque me apetece, porque me da la gana. Al fin libres para la inclinación personal, para la apetencia del momento, para "il dolce far niente", para "la vie en rose". O para la pugna por un sitio en una playa atestada y la cola en el buffet libre, la felicidad de establo del crucero y del resort a pensión completa. Catatonia de hamaca soleada. El cuerpo de otra, de la de otro, que tienta. Remojo de hipopótamo en charca. Cebado porcino. El cuerpo de la de uno que también lo hace. Hacer el amor, echar un polvo o hasta follar de verdad en la sobremesa, con un vigor y una pasión tan olvidados que sorprenden. Y siesta reparadora, con ronquidos. Cena lenta, conversación en la noche que retrotrae a estadios anteriores del amor. Mirada lenta, sostenida, concentrada en el otro, que redescubre encantos. El alcohol, que todo lo perfecciona, y enciende la llama. Combustible para la antorcha. Disputas y hasta broncas de pareja que convive a tiempo completo. Cada cual con sus agravios, sus reproches, sus manías, queriendo que el otro sea distinto, se comporte de otra manera, que sea plastilina amoldada a nuestros deseos. Querellas de niños nerviosos o aburridos fuera de su entorno habitual. Adolescentes insatisfechos que cambian de ubicación su rebeldía. Érase un chico o una chica a una pantalla pegado. Todos como sin saber qué hacer ante un tiempo del que somos extrañamanete dueños. Concreciones que nunca estarán a la altura de los proyectos, unos proyectos con algo de onírico e hiperbólico. Libros que regresan sin haber sido abiertos, como tomados de la estantería a dar un paseo, a recorrer mundo. Otro más de la familia. Expectativas imposibles de cumplirse. Vacaciones que alojan la esperanza de una felicidad que niega el día a día. Procrastinación perenne del disfrute. Vacaciones que jamás podrán satisfacer unas expectativas tan difusas como desmedidas. Hacerse trampas jugando al solitario de la vida.
Esa chica, esa mujer, la peatona de la esquina, se
transmutaba en esqueleto en los pocos metros del paso de peatones, antaño, en
tiempos de la hoguera más arriba, llamado de cebra, y poco después se convertía en polvo.
Polvo rápido y menudo de la incineración
o polvo lento y fatigoso que se forma por descomposición bajo tierra en una
caja de madera, a la par que esta se desintegra y todo ello, hecho ya una masa
informe e indistinguible, se funde con la tierra de alrededor, hasta que quizá
alguna excavadora algún día lo arranque todo de cuajo, a dentelladas, porque los vivos necesitan todo el espacio y
hay que acabar con esa vieja y bárbara costumbre del pasado de sembrar la
tierra con simiente de muertos, de llenar el subsuelo de bacterias y gusanos. Y más aún con lo demencial de ocupar valiosas hectáreas de terreno edificable para alojar
cadáveres. Muertos a los que se visitaba el 1 del mes 11, antes llamado
noviembre, en tiempos de la cultura de la palabra, día entonces llamado de Todos los Santos. En una era previa al 24/7 y 365/365 en que la
gente trabajaba o descansaba toda a la vez, y se desplazaba masivamente a
diario a su lugar de trabajo y los fines de semana se iba o llegaba en masa a
las metrópolis, provocando atascos interminables de coches. Un coche cada persona,
pareja o familia. Artefactos contaminantes y diabólicos, causantes de millones
de muertes y de lesiones graves que convertían a mucha gente en personas con
defectos graves, en ciudadanos escasamente productivos y muy costosos para la
Colectividad. Además de hacerlos profundamente infelices a ellos y sus
familias. Aquellos tiempos atroces en que “el sacrificio individual por el
interés general” tan sólo se aplicaba a
algunos animales. Ni eugenesia había. Tiempos salvajes, primitivos, bárbaros, escasamente programados, dejados al albur de la lotería genética.
Hogueras en la nit de Sant Joan (Barcelona) Fotografía: Pere Nubiola |
La chica de más arriba, la que cruza la calle, era ya polvo. Quizás enamorado, mas polvo. De un polvo
venimos, todos menos Jesús, el Cristo, nacido por obra y gracia del Espíritu
Santo, de Santa María siempre Virgen. Y al polvo vamos. Y entre medias,
dichosos, alguno que otro echamos. Pero no todo va ser follar, como dice Javier Krahe. “Ya follé el año pasado a la
orillita del mar con una mujer sin par”.
Papá, ¿dónde estás? ¿Ya no existes? ¿Esas cenizas con las que
no sabemos qué hacer es en lo que te has convertido? Hay que reconocer que
fuiste original en vida y ahora eres un muerto tan original, que no
sabemos qué hacer con él. Hay que ver cómo es la vida. Nunca fuiste fumador, ni
entendías el vicio, aunque alguna foto hay por ahí de algún fin de fiesta en
que se te veía con algún cigarro en la boca o varios a la vez, incluso. Y ahora
eres tanta ceniza que llenarías los ceniceros de cien bares. Perdón, que ya no se fuma en los bares.
Pongamos trescientos ceniceros donde quiera que estén. ¿Tan grande es la
división entre los que figuramos en el censo y los que habéis causado baja? Una
vez que Hacienda nos olvida, ¿de veras que no somos nada?
Y hablo contigo. No como los locos. No escucho tu voz. No te hablo de palabra, sólo de pensamiento, como los pecados más placenteros. Eres idea como las hazañas mayores, como los éxitos más absolutos, como las cópulas salvajes con bellas desconocidas. Eres libre, ubicuo, ilimitado, fuera del espacio y del tiempo, idea pura, leve como un verso de Rubén, incorpóreo como una jugada de ajedrez que de pronto viene a tu cabeza, repentino como un chispazo del intelecto en la ducha o una broma en la conversación. Una idea apresada que necesita un vano para aflorar, un gas encapsulado que se expande y encuentra un resquicio por el que aflorar, una presencia inesperada que hace compañía, un afecto que nada puede borrar. En la distancia y en la soledad vivos y muertos queridos son, sois, iguales. Sois idea y recuerdo. El mismo esfuerzo cuesta imaginar vuestros rostros, vuestras voces, vuestros cuerpos.
Y hablo contigo. No como los locos. No escucho tu voz. No te hablo de palabra, sólo de pensamiento, como los pecados más placenteros. Eres idea como las hazañas mayores, como los éxitos más absolutos, como las cópulas salvajes con bellas desconocidas. Eres libre, ubicuo, ilimitado, fuera del espacio y del tiempo, idea pura, leve como un verso de Rubén, incorpóreo como una jugada de ajedrez que de pronto viene a tu cabeza, repentino como un chispazo del intelecto en la ducha o una broma en la conversación. Una idea apresada que necesita un vano para aflorar, un gas encapsulado que se expande y encuentra un resquicio por el que aflorar, una presencia inesperada que hace compañía, un afecto que nada puede borrar. En la distancia y en la soledad vivos y muertos queridos son, sois, iguales. Sois idea y recuerdo. El mismo esfuerzo cuesta imaginar vuestros rostros, vuestras voces, vuestros cuerpos.
La ciencia lo niega.
La religión lo proclama. Las dos mienten o se equivocan. Cada una a su manera. Intransigentes, engreídas, en su dogma y en su prueba. ¿Quién es más
real, quién está más vivo, Don Quijote o yo? Don Quijote habita la mente de
millones de personas por el mundo entero, por los siglos de los siglos. También en
mí. ¿Quién ha pensado en mí a lo largo de hoy? ¿Y en Alonso Quijano?¿Cuántos conocen mi nombre? ¿Quiénes
piensan en mí al ver un paisaje, al encontrarse con un señor con determinado
aspecto o con un comportamiento hecho de nobleza, generosidad, obstinación,
irrealidad y desmesura? ¿Cuántos en Don Quijote? No puede haber,
no hay, una barrera tan grande, entre vivos y muertos. No es más real lo
tangible que lo intangible. Lo manifiesto, que lo oculto. Lo expreso, que lo implícito. Lo dice hasta el Código Civil al regular el contenido de los contratos, los cuales obligan a más que lo expresamente pactado. No es menos lo inventado que la noticia. No es
más poderoso lo que ocurre, que lo imaginado. No es más verdadera la realidad que la ficción, una persona que un personaje. Somos una caja de pensamientos, sueños
e ideas con dos patas.
Y por eso pienso en ti, te siento. Estás ahí, atento a mi devenir, orgulloso de algunas acciones, crítico en tu interior de otras, comprensivo siempre. Contemplado risueño el juego de la vida, un juego que amabas, como el ajedrez, y para el que también demostraste un gran talento, acrecentando partida tras partida, queriendo ganar, pero sin emparejar tu felicidad al resultado, sabiendo que en el mero jugar está el secreto. Ni rendirse, ni querer atravesar paredes. Has aflorado en un día tan asocial como el que hoy he tenido,
tan solitario y aislado, ensimismado y reflexivo, a fases compulsivo, de
debilidad y grandeza, de esfuerzo y abandono, de inspiración y atasco, de luz y
confusión, de fe y desesperanza, una proteica fecha en blanco en la agenda que
se mofa de la productividad de sus atareados pares.
“Solo de lo negado canta el hombre, solo de lo perdido, solo de la añoranza, siempre de lo mismo”.
Y sí, como la siguiente de Amancio Prada, en la lista hecha por la máquina y
hace bien, como antes las hacían las discográficas por nosotros, yo me dejo
hacer -hoy no quiero luchas, me sobran, me fatigan, me hastían las minucias y
pormenores, querellas y mezquindades del día a día-, juraría que he sido feliz, juraría también que
tú has sido feliz, que lo fuimos juntos
y juraría hasta que seguimos siéndolo.
Post data in extenso
Dedicado a una
monitora, una "coach", de la Franklin Covey Corporation, que con la mejor de las intenciones
quiso ganarme para la causa de los altamente efectivos. Quiso enseñarme (sic) también
a no tener pensamientos negativos, a no dejarme arrastrar por la tristeza, la melancolía
y la desesperanza. A ser ordenado y seguir siempre un plan. A no oponerme nunca
de frente. A tomar a la gente por tonta: “Me
parece una gran idea esto que propones y demuestra un gran trabajo por tu
parte, que merece todo mi reconocimiento. Seguro que tú también has pensado en esta otra posibilidad…
(justo la contraria)”.
Fracasó en su intento. Como le dije a ella: "pero es que yo no quiero
renunciar a nada de eso". Vivir es pasar por todo eso y por lo contrario, claro.
Hieles y mieles. Victorias y fracasos. Ilusiones y desengaños. Enfadar a los
demás y que nos enfaden. La gama de las emociones humanas, toda, el cuadro de la vida se pinta con todos los colores,
la oscuridad de Murillo y la explosión de color de Van Gogh, la Séptima de Beethoven
y el Réquiem de Mozart, Hillary coronando el Everest y el Capitán Scott muerto
de congelación y de fracaso en el Polo Sur. No puedo, ni quiero pasarlo todo por un tamiz, un filtro utilitarista, todo orientado al logro de metas concretas. Una felicidad de bajo vuelo, de miras cortas, metódica y bobalicona. Quiero ser espontáneo y singular. Tener, si acaso, unas pocas recetas propias e improvisar. Prefiero estrellarme o fracasar, pero quiero volar alto, libre, sin pautas, sin técnicas aprendidas, sin un plan de vuelo o, en el peor de los casos, conservar esas aspiraciones, vivir en el engaño de las ilusiones difusas, seguir enganchado a la droga de un futuro distinto y sorprendente.
Pero de su pequeño fracaso, surgió un beneficio. Una convicción
acrecentada en ello. Un rechazo mayor a toda manipulación utilitarista, a toda
amputación, a toda forma de vida ajustada a un plan. Un gusto mayor por lo
inútil. Una querencia mayor por malgastar el tiempo. En realidad a medir su
utilidad por el puro placer. A ser espontáneo y decir cosas que molestan y me
perjudican. A ser desordenado e improvisar. A valorar en su justa medida la
pereza y el abandono. A ser, digamos, pródigo y como el hijo pródigo de la parábola
hoy he vuelto al padre y espero me perdone, mejor dicho me comprenda, por haber
malgastado por entero cualesquiera talentos que pudiera haber recibido, por
haber derrochado, de forma absoluta y gozosamente desordenada, cantidades
ingentes de tiempo y energías.
Para mí me guardé algún motivo de oposición más profundo, por no ser gratuitamente
ofensivo con alguien que, además, se estaba ganado la vida y era agradable. Casi,
casi, estaba buena o tenía, el manos, cierto encanto o
atractivo, a pesar de que tuviera sus años y, sobre todo, arrostrara cierto desgaste, pinta de haber sido
algo maltratada por la vida en el pasado. Igual por eso la conversión. Alguna referencia personal hubo, a una especie de vida nueva, con chalet en la periferia, marido afectuoso
y cumplidor en su trabajo, y algún hijo.
Tantos años de colegio de curas, tantas misas, tantas veces las
mismas ideas repetidas, verdaderas obsesiones, torrentes de prohibiciones y
mandatos, de negar los instintos, de culpabilizar lo que es natural y a nadie
daña, tanto señalarnos el buen camino, y no consiguieron que lo tomara, salvo
cuando me dio la gana de andar por él, ¿y ahora me va a convencer Stephen Covey
de cómo debo vivir?
La vida es un jaleo, un lío, un problema, un misterio, algo que se va haciendo sobre la marcha, un navegar por aguas confusas, fondos marinos oscuros en los que no se sabe lo que pueda haber, a ratos por aguas plácidas y cristalinas, vientos cambiantes, que hacen volar o impiden avanzar, fases de rumbo definido y otras de desorientación total, un épico y siempre fracasado intento de aclararse en medio de la incertidumbre y también un abandonarse al azar, a la buena ventura, aceptar el riesgo y la imposibilidad de preverlo todo, aun queriendo, objetivo muy cuestionable, por lo demás. Una sucesión de puertos inesperados. De la existencia de un Dios mucho más grande trataron de convencerme para que creyera en él y soy ateo. ¿Cómo voy a creer en diosecillos? ¿Cómo voy a adorar al fundador de su empresa?¿Cómo voy confiar en que una guía, un manual, encierran el sentido de la felicidad? ¿Cómo voy a creerme que alguien ha dado, al fin, con "la solución", ha desveleado el misterio, resuelto el acertijo, despejado la incógnita, que se acabó el enigma?
La vida es un jaleo, un lío, un problema, un misterio, algo que se va haciendo sobre la marcha, un navegar por aguas confusas, fondos marinos oscuros en los que no se sabe lo que pueda haber, a ratos por aguas plácidas y cristalinas, vientos cambiantes, que hacen volar o impiden avanzar, fases de rumbo definido y otras de desorientación total, un épico y siempre fracasado intento de aclararse en medio de la incertidumbre y también un abandonarse al azar, a la buena ventura, aceptar el riesgo y la imposibilidad de preverlo todo, aun queriendo, objetivo muy cuestionable, por lo demás. Una sucesión de puertos inesperados. De la existencia de un Dios mucho más grande trataron de convencerme para que creyera en él y soy ateo. ¿Cómo voy a creer en diosecillos? ¿Cómo voy a adorar al fundador de su empresa?¿Cómo voy confiar en que una guía, un manual, encierran el sentido de la felicidad? ¿Cómo voy a creerme que alguien ha dado, al fin, con "la solución", ha desveleado el misterio, resuelto el acertijo, despejado la incógnita, que se acabó el enigma?
(Extracto de la parábola del hijo pródigo)
“ Pero
cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho
matar para él el becerro gordo”
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2 comentarios:
Bonito texto. Los comentarios sobre el comportamiento de los niños en vacaciones con la familia son un reflejo de la sociedad actual.
Gracias. Me alegro de que te haya gustado el texto. Tampoco se me ocurre otro nombre mejor para lo que he escrito.
Esa es mi experiencia con mis hijos en vacaciones (y en casa) y lo he observado en muchos otros. Tú lo ratificas. Supongo siempre habrá habido quejas de los padres hacia los hijos y viceversa; pero sí que hay una tendencia a que los niños manden más que antes (la era del filiarcado, he leído en algún sitio). A lo mejor antes había demasiada autoridad paterna, tiranía incluso. Y quizás ahora ocurra al revés.
Mucho mimo o consentimiento, todo fácil, accesible, sin necesidad de esfuerzo, y pierde valor. Se desprecia. No se agradece aquello a lo que uno siente tiene todo el derecho. Recibe y recibe, sin contraprestación, y deviene exigencia, que además no satisface. Qué menos. Es "lo normal". A pesar de la dichosa crisis y de que alguna estadísticas muestran que sin salir de España hay incluso niños malnutridos debido a la pobreza, hay mayor "abundancia" que antes. Los viajes, las vacaciones, los hoteles llegan a aburrirles.
Aparte, están y no están; pero no sólo ellos, también los adultos participamos en esa forma de vivir. La "hiperconectividad", el mundo paralelo que no entiende de distancias, ni de momentos, anytime anywhere, tiene su precio. Rara vez se hace ya una sola cosa. Un tiempo para cada cosa suena ya muy raro. Un tiempo para muchas. Quizá ninguna hecha con plenitud, volcándose en ella, concentrados, apurándola hasta lo último. Saltos incesantes. Cortes y más cortes. Juntos, pero aislados por las intromisiones y las evasiones.
No dramatizo (espero). No todo tiempo pasado fue mejor. Ni mucho menos. Pero constato.
Si te animas, di algo de ti. ¿Madre, padre (supongo)? ¿De España o de dónde?
Un abrazo,
David
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