Foto: blogdelhumor.com.ar |
Yo venía a hablarles del gran Johan Cruyff
y, de golpe, me descubro filosófico o existencialista, al menos, pensando en todas las señales con que la
vida me va diciendo que me estoy haciendo viejo.
Foto: diario ABC |
En un libro comprado hace poco (“La Puerta de la Infamia. Crónicas del casoMarey”, de Antonio Muñoz Molina)
se nombra a Manuel Cobo del Rosal, Catedrático
de Derecho Penal y abogado de RafaelVera, Secretario de Estado de Seguridad (1986-1994), en ese proceso. Aquel hombre vino
un día a darnos clase, a los de la promoción del actual Rey de España – que ahora
luce barba crecientemente canosa y entonces era un joven espigado e imberbe-,
como profesor invitado. Entonces me pareció algo mayor, efecto quizá
acrecentado por su mal color y aspecto general de mala salud. Sólo aparente pues
sigue vivo a sus 81 años de edad. Antes de consultar ese dato pienso en que ahora
será un anciano y no me confundo, aunque no lo esperaba ya octogenario. El
propio asunto de los GAL presenta ya un aire inequívoco de pasado lejano del
que muchos no han oído siquiera hablar y del que casi todos los demás conservan,
o conservamos, una memoria mínima. Tempus
fugit, vita nostra brevis est, etc.
Foto: whotalking.com |
Unas semanas atrás me crucé en las proximidades
de unos conocidos cines en V.O. en la zona de Plaza de España con otro
profesor, el Catedrático de Filosofía del Derecho, Elías Díaz, conocido como ideólogo del PSOE en su etapa más gloriosa,
los años ochenta y primeros noventa. Conservaba la mayor parte de su crespo pelo
blanco, su barbilla tenaz y restos de vivacidad inquisitiva en la mirada tras
sus gafas, ojos de intelectual. Iba con una mujer de edad también avanzada
vestida con un aire juvenil y alternativo. Pero la curva de su espalda y sus
andares eran de viejo. Aquel hombre, cofundador de Cuadernos para el Diálogo y autor de una extensa bibliografía
sobre filosofía jurídica y política, que transmitía vigor y entusiasmo en sus
clases, era a todas luces un anciano. Compruebo ahora que mi viejo profesor
nació, al igual que Manuel Cobo del Rosal, en 1934, esto es, aún en tiempos de
la Segunda República, como también mi padre, nacido en el mismo año de su
proclamación, y que desde hace ya más de dos años es recuerdo.
Ese mismo día o uno cercano me cruzo
en la puerta de los lavabos de esos cines con Pedro Almodóvar, de cabellos también blancos y aún más crespos que
los de Elías Díaz. Y mi primera impresión, aparte de cierta sorpresa que me
bloquea en mi camino de salida que él aguardaba con educación para entrar, es
qué viejo está. Miré en Wikipedia al volver a casa. Almodóvar, anclado en mi
mente como al margen del tiempo, en el juvenilismo subversivo de la
archiconocida Movida Madrileña, nació en 1949, tiene ya 66 años y hace ya 17 que ganó el Óscar a la mejor película extranjera con "Todo sobre mi Madre"…
Llego de vacaciones de Semana Santa a un apartotel (así
en el DRAE - :)) ) en la Costa del Sol y me encuentro con una recepcionista a la que
no puedo dejar de mirar con cara de tonto, supongo, aunque desde mi perspectiva
eran ojos de deseo. Tiene los ojos verdes, el pelo largo y algo rizado, sonríe
al hablar, mira fijamente y su boca… miro sus labios como el sordo que ha de
interpretarlos, aunque mis oídos funcionan. Aprecio cada explicación que da,
superflua o no, en una demora por irnos con las llaves y descargar el equipaje
que contrasta con mi impaciencia habitual en estas situaciones. Me parece
joven, sexy, seductora, absolutamente deseable. Después trato de estimar su
edad. Algo me lleva a echarle veintitantos, pero meditándolo con pretensión de
objetividad concluyo que igual ya está en la treintena. Debió haber un tiempo
en que una chica así me parecería una mujer demasiado mayor, una esposa o hasta
madre y ahora es, perdón por el topicazo, un bombón. Para mis adentros, ahora
desvelados, se quedó con el apodo literario de la Lozana Andaluza. El día de la partida vamos a devolverle las
llaves. Sigue igual de guapa y sonriente, pero tiene ojeras. Entraría temprano
a su turno en recepción, pero yo las atribuyo a una noche previa de intensa
actividad sexual. Vuelvo a entretenerme en el juego sin solución de su edad.
Unos 30 y me parece jovencísima…
El mediodía anterior veo una pareja
joven comiendo justo enfrente en la terraza de un restaurante junto al mar.
Ella me parece casi una niña. El novio, quizá por la tupida barba, unos años
mayor. Tengo que recordar las fotos de mi mujer el día de nuestra boda, en el
que justo cumplió 26 años y no le iba a la zaga en aspecto juvenil. Es Jueves Santo y
con la plantilla de camareros sometida a un ajuste tan cicatero que los aboca
al trabajo estajanovista, la comida no llega nunca. Ella está justo enfrente de mí,
algo de perfil. Lleva una falda corta, aunque no recuerdo sus piernas. Me las
debía tapar el novio. Lo que veo mejor son su boca algo ancha, sus dientes
blancos y bien alineados, pero con personalidad, de una belleza no del todo
ortodoxa, sino con leves imperfecciones y, por tanto, mucho más atrayente. Los labios
son carnosos y bien perfilados, los ojos negros y muy acuosos. Su pecho no es
exagerado, pero sí que reclama atención. Un nuevo ángulo – la bebida se agota y
el pan que pedimos por tercera vez se hace esperar, de la comida ni hablemos-
me indica que es mayor de lo que me pareció a primera impresión. Hablo de su
pecho. Ella me sigue pareciendo jovencísima.
Llegan sus padres, con otras
parejas de unos 50 años. Se presentan ambos y se saludan. Las mujeres miran con
curiosidad al novio de la niña. Los tenemos sentados cerca, justo al otro lado
de un pequeño muro de madera. Casi leyendo sus labios observo que alguna de las
mujeres, que se sientan en un lado de la mesa, al otro los hombres, dice que es
guapo. Pienso que es algo generosa, pero ahora caigo en que su juventud le
ayudaría en ese rating, aparte de las buenas maneras o la cortesía de la
amistad. Los dos grupos -la pareja y los padres y sus amigos no se ven- pero yo
los veo a ambos. El padre se acercó a saludar a la pareja y con poco tacto le
soltó al novio que su hija llevaba toda la mañana esperándolo. Ella trata de
disimularlo, pero el comentario del padre le provoca una lógica contrariedad.
Al rato, privilegiados ellos que ya han sido servidos y hasta han comido, puede
que pronto para no coincidir con los padres y sus amigos, se levantan para marcharse.
La chica guapa, de talle estrecho, buena estatura aunque no exagerada, les
aclara a los padres con acento gallego que ellos ya han pagado. El acento
gallego a pocos kilómetros del Cabo de Tarifa, el extremo Sur de España y del
continente europeo, me sorprende. ¡Qué joven es y ya come en restaurantes con
el novio! A su edad yo también lo hacía, con mi novia o ya mi mujer incluso, pero
entonces nos veía como dos adultos y no el par de niñatos que éramos. El acento
gallego oigo que dice “nosotros nos vamos ya, que si no nos da tiempo”. Bromeo
con mi mujer sobre la premura de la joven pareja para hacerse con la casa, libre de molestos intrusos
y testigos durante al menos la próxima hora y media, y "la niña" se ha permitido
comunicárselo a los padres y sus amigos sin tapujos.
Si mis profesores de la
universidad me hacían mayor en su avanzada vejez, la bella recepcionista y la novia
gallega me arrojan de golpe años encima
por su juventud. Y todo transcurre en el silencio externo, pero en la caja de
resonancia interior, una voz, la de la conciencia, supongo, repite sin muestras de cansancio una hiriente letanía: te haces
mayor, te haces mayor, la vida se te pasa sin darte cuenta, te haces mayor, te
haces mayor y tú apenas te das cuenta.
Foto: primeraplananyc.com |
Y ahora lo de Johan, Cruyff, genio del balón y primero de mis ídolos futbolísticos. Esta vez no se
trata de jugadores en blanco y negro de los que me hablara mi padre, de nombres
gloriosos que unas generaciones de aficionados transmiten a otros y de los que
se ve aquí o allá alguna jugada aislada o documental. No. Esta vez se ha ido
uno de los que has visto jugar sentado en la grada o en directo por la
televisión y en parte ya en color. Un rostro y una voz que recuerdo, sobre todo por su
exitosa etapa como entrenador del Barça. Alguien que se merece una entrada próximamente
en este blog, alejado desde hace mucho tiempo del fútbol, a pesar de su nombre.
Según la UEFA, un estudio estimó que dos mil millones de personas conocen su nombre y concluyó que, junto con Rembrandt y Van Gogh, Cruyff es el holandés más famoso de todos los tiempos. Eso es "ser alguien", qué duda cabe.
Según la UEFA, un estudio estimó que dos mil millones de personas conocen su nombre y concluyó que, junto con Rembrandt y Van Gogh, Cruyff es el holandés más famoso de todos los tiempos. Eso es "ser alguien", qué duda cabe.
Hoy me pudo la idea, pugnaz y dolorosa, del veloz paso del tiempo y su daño colateral e inexorable del envejecimiento. La velocidad de Cruyff en el
campo, sus memorables cambios de ritmo, quedan pues para otro día.
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