martes, 24 de junio de 2014

Días de diario. Antonio Muñoz Molina. Porque en el mundo (de las letras) hay algo más que ficción...

 “Días de Diario”, de Antonio Muñoz Molina, es un fragmento o selección del diario que escribe desde hace ya muchos años este novelista, articulista, ensayista y ahora diarista, nacido en Úbeda (Jaén) en 1956, antípoda del andaluz profesional – parafraseando la despectiva y caricaturesca definición que Borges hizo de  García Lorca-, casado desde hace ya cerca de 20 años con la también escritora y articulista Elvira Lindo, con la que vive en un nomadismo, hecho de alternos y ya cíclicos sedentarismos, entre Madrid y Nueva York. Además de ese diario personal, Antonio Muñoz Molina viene escribiendo con una frecuencia casi diaria – los  días de diario, por cierto- en “Escrito en un instante”, su blog, que él prefiere llamar “cuaderno”, uno de sus objetos fetiches.

Publicado por la editorial Seix Barral en marzo de  2007, dentro de la colección “Únicos”, en una esmerada edición de tapa dura y sobrecubierta, “Días de Diario” se abre, además, con un bello prólogo del excelente poeta y crítico literario Pere Gimferrer, miembro de la Real Academia Española, al igual que Muñoz Molina. 

El período que abarca este segmento de su diario personal, sustraído al ámbito personal para su difusión editorial aparentemente con muy leves retoques, es de apenas cuatro meses, los que van entre el 10 de julio y el  11 de noviembre de 2005, tiempo en el que el diarista estaba escribiendo, entre  Madrid y  Nueva York, la novela “el Viento de la Luna” (publicada en agosto de 2006, también por Seix Barral).

Como dice la sinopsis de la editorial, “’Días de Diario’ es el relato de un fragmento de la vida de Antonio Muñoz Molina. Fechado en la época en que estaba escribiendo El viento de la Luna, este diario arroja luz sobre el proceso de gestación y redacción de la novela, a la vez que, con una llamativa humildad, nos regala un esbozo de cotidianidad. Hábitos, reflexiones, paisajes, presencias y ausencias conforman un día a día convertido, en estas páginas, en un testimonio literario de primer orden”. Y no deja de ser un resumen bastante exacto, aun cuando en ese tipo de textos proliferen especies tan poco atractivas como la fría y rígida taxonomía de los géneros literarios, la enunciación tópica y formularia, o la flamígera laudatio del autor y su obra por obvios fines comerciales. Tan es así que las sinopsis editoriales acaban desposeyendo a los libros, casi sin  excepción, de su singularidad y misterio, incluidos los que merecen la justicia involuntaria de tan severo castigo.

Confieso que me complace especialmente escribir una reseña de este libro. Lo primero, porque uno desea siempre compartir con otros aquello que le ha hecho disfrutar, tratar de animar a otros, siempre de forma implícita, a que participen también de ese placer. Y lo segundo, y no menos importante, porque no se trata de un libro de ficción. Del mismo modo que la prosa se ha enseñoreado de la literatura entera, arrinconando a la poesía, sin piedad y de forma empobrecedora, la ficción tiene un monopolio casi absoluto de la narrativa y hasta del conjunto de la escritura literaria.

Hay algún terreno, de extensión moderada y ubicación más bien periférica, para el ensayo, tanto desde el punto de vista editorial o comercial, como en cuanto a los hábitos y gustos de los lectores, que son lo que más nos importa. Lo siento, pero la autoayuda no cuenta como ensayo, pues no en todas partes el pulpo es admitido como animal de compañía. Sin embargo, el ensayo español contemporáneo tiende por lo común a carecer de verdadero mérito o valor literario. Probablemente, por la simple razón de que bastantes ensayistas no saben escribir bien. Pero puede que ello se deba, en no pocos casos, a que los autores de ensayos huyen de forma deliberada, incluso con obstinación, de cuanto pueda oler a valor literario, el cual es considerado un estigma que pone en duda, e incluso menoscaba, el pretendido rigor científico, la veracidad estadística, o el fundamento racional y técnico de sus obras. Lo cual, de ser cierta esta sospecha, revelaría una notable confusión entre lo verdaderamente literario y su caricatura. Sería de una elementalidad impropia de quien se pretenda ensayista hacer sinónimos el escribir bien con adornarse o recrearse en la forma en detrimento del fondo.

Por todo ello -lo comprobable y lo meramente opinable o conjeturado-, creo que tiene algo de “deber cívico-literario” el tratar de divulgar formas o géneros narrativos que no son ficción, pero que tienen al tiempo un alto valor literario y una componente no desdeñable de creatividad. Ni novela, ni cuento. “Días de Diario” es “sólo”, y a la vez “nada menos que”, un diario, que abarca un período corto de la vida del escritor - parte del verano y del otoño del año 2005-. Siendo más precisos, este libro es un extracto o selección del diario personal que llevó Antonio Muñoz Molina durante ese tiempo, un diario personal que sabemos precedió al proyecto mismo de este opúsculo e intuimos que lo habrá sobrevivido, cualquiera que sea su destino editorial futuro o, puede que simplemente debamos decir, cuando quiera que le llegue la hora o momento de su publicación, total, parcial, o de ambas formas.
Como de él ha escrito Pere Gimferrer: «La lectura [de Días de Diario] apasiona porque el texto va en pos de otro texto, y, a través de él, en pos del ser del autor; en esta búsqueda todos podemos reconocernos, y, cuando el autor halle su rostro revivido en la novela que escribe, sabremos que, con él, también nosotros hemos ido en pos de nosotros mismos. Por ser, en un doble sentido, “de diario”, habrán sido, precisamente, días extraordinarios

Para los muy enganchados al vicio de leer, los devotos de la literatura, y los aspirantes a escritores, presentes, pasados y futuros, “Días de Diario” tiene el interés de ser un testimonio o crónica, aunque parcial, del proceso de escritura de una novela – “el Viento de la Luna”-, al menos de su parte más visible o evidente, la de la escritura misma, pues una novela se alimenta en las profundidades abisales de la conciencia, y va germinando durante un tiempo que tiene algo de geológico, en virtud de un proceso que probablemente se haya iniciado mucho antes de que el escritor sea consciente de su deseo de escribirla.

Para ellos,  para nosotros, los enamorados e idólatras de la literatura, para los enganchados a  “ce vice impuni, la lecture”, como lo llamó Valery Larbaud, “Días de Diario” tiene el gran atractivo de las confesiones literarias, las menciones, juicios, opiniones, experiencias, impresiones que Muñoz Molina, lector, va dejando caer aquí y allá sobre sus gustos y hábitos literarios, al hilo de sus días. Por sus páginas aparece bastante Philip Roth, con motivo de la preparación de una entrevista que le hizo el propio Muñoz Molina en ese tiempo y, sobre todo, a propósito de la profunda decepción subsiguiente del entrevistador, convencido sin fisuras de que ha malogrado la ocasión. Roth es un escritor al que Muñoz Molina incluye, junto con Saul Bellow, en la exigua nómina de “los mejores” contemporáneos, aunque tal galardón sea concedido de modo incidental para decir, decirse más bien, que incluso esos se equivocan también. No obstante, el diario recoge también que la admiración literaria de Muñoz Molina hacia Roth se encuentra en fase decreciente.

  
De Saul Bellow, Premio Nobel de Literatura en 1976, y más concretamente de su novela  “El Planeta de Mr. Sammler”, galardonada en los EE.UU. con el National Book Award de 1971, Muñoz Molina nos cuenta que la ha leído tres o cuatro veces, y que no le ha dejado de acompañar de uno u otro modo desde que la leyó por primera vez, diez años atrás. Otras referencias literarias son: la presencia fantasmal de Truman Capote, la cual siente en un restaurante judío de Nueva York; unos  versos de Yeats; los maestros de los que ha pretendido aprender el juego de las resonancias que aspira lograr en la novela que estaba escribiendo cuando redacta el diario (Proust, Wagner, Balzac, Faulkner y  Onetti), aunque sea en forma de simple enumeración y de modo incidental; la frecuente falta de perspicacia de la crítica literaria, a la que al mismo tiempo tiene cierto temor, y cuya reacción no deja de otorgarle alguna importancia como refrendo o negación, incluso para sí mismo, de sus capacidades y de sus aciertos o errores como novelista.

Días de Diario”  contiene sinceras y  conmovedoras confesiones sobre los miedos y dudas que asaltan a este novelista - quizás a todo novelista, lo diga o se lo calle- ante un nuevo reto literario, incluso teniendo ya tras sí una larga y reconocida trayectoria en el mundo literario; se ocupa del sufrimiento del creador que no deja de presentir una y otra vez, con angustia, que no le va a salir nada al enfrentarse al papel en blanco; incluye muy diversas alusiones a los días productivos y a los improductivos, por causas caprichosas o indescifrables, al menos; menciona breves episodios sobre el trabajo de documentación, así como a los cambios que va introduciendo, según escribe, en sus planes y  planos iniciales, y a los límites que se marca y de los que lucha por no salirse en el proceso de escribir; alude a la reescritura de diversos fragmentos y a todo lo que se desecha, e incluso a lo que llama Muñoz Molina llama “la  historia fantasma de la literatura”, es decir, la de los relatos que no pasaron jamás de ser una idea, algo solamente imaginado, en la mente de los escritores.

Pero no sólo hay literatura en “Días de Diario”. Ni de lejos trata sólo de eso, sino que el libro está invadido de cotidianidad. Es el diario de un melómano y de la música que escucha en ese tiempo; el día a día de un padre que asiste son asombro a la manera tan rápida e inadvertida en la que sus hijos han entrado en una ya indiscutible edad adulta. Es, asimismo, el diario de un hijo que ha perdido no mucho antes a su padre y de la presencia del recuerdo de éste, una suerte de comunicación imaginaria con los muertos, al pensar qué le habría parecido a su padre esto o aquello; es el diario de un espectador de cine al que se la aprecia la condición de ex–cinéfilo, alguien que tuvo un tiempo atrás una gran devoción por ese arte o forma de narrar, que se ha ido apagando con el paso del tiempo; y es también el día a día de un observador muy atento, sensible, y admirado de Madrid y Nueva York, las dos ciudades en las que transcurre su vida.

Leyendo “Días de Diario” me han dado ganas de rehacerlo, duplicando como por arte de magia todas la piezas del mecano, para poder formar así, al lado de la composición original, otra figura o conjunto, otra versión paralela, en la que el diario se subdividiera en varios diarios, de forma que además de estructurarse, como corresponde, en torno a la evidencia de las jornadas del calendario, lo hiciese también por temas, facetas, aspectos o ámbitos. Surgiría así el diario del lector entendido y agudo; el del novelista de cierta fama, bastante conocido en Madrid- dentro del limitado alcance del oficio -, pero casi anónimo en Nueva York, que trabaja en otra novela; el diario del padre, el del hijo, el del habitante de Madrid, del habitante de Nueva York; el diario de un hombre que ha alcanzado la madurez, sin atisbo de derrota, pero también sin la euforia o la complacencia vanidosa y atrofiante que tantas veces segrega el éxito; un hombre que parece estar diciéndose a sí mismo, aunque no lo haga de forma explícita, que ya sabe más o menos lo que cabe pedirle a la vida, su papel en ella, los límites o el marco en que transcurrirá su existencia, y que, en el fondo y en conjunto, esto de vivir no está nada mal.

Pero no lo hace, o al menos no del todo, quizá por un temor algo fetichista o irracional a que ello pueda trastornar enteramente un statu quo vital que le complace bastante o por la cautela, hecha de prudencia e inteligencia, que aplica a la vida, a su vida, quien es plenamente consciente de la fragilidad de todo, alguien que unos años después titulará “Todo lo que era sólido” a su crónica de la vida colectiva de la España que acabó en una gran crisis económica o que abordó en “Sefarad”, entre otros temas, la enfermedad y algunos de los enormes sufrimientos humanos que tuvieron lugar en el Siglo XX, como las matanzas bélicas, los exterminios de razas o pueblos, los exilios forzosos, las torturas policiales de los gobiernos de algunas dictaduras a sus opositores, etc.

Una cautela que parecer ser el trasunto personal de una idea que se reitera con fuerza en sus obras de diversos géneros: la errada percepción humana, una ilusión, de por dar por hecho, y tomar por seguro y duradero -vitalicio o eterno incluso- cualquier logro, conquista o bien, olvidando o ignorando el papel que reclaman tanto algunos azares maléficos -actores espontáneos que siempre cabe aparezcan por sorpresa en la escena del gran teatro de la vida sin haber sido llamados-, como la posibilidad de los cambios radicales, y de repentino desencadenamiento, en el contexto social y político, como nos enseña con reiteración la historia, así como que el progreso ni es lineal, ni mucho menos está garantizado.

A. Muñoz Molina y Elvira Lindo, Nueva York, 2010
“Días de diario” está impregnado de una serena armonía con el mundo, aun cuando a su autor le sobrevenga un sentimiento de pérdida y de melancolía por la ausencia definitiva del padre, por entonces recientemente fallecido. Antonio Muñoz Molina rezuma un gusto inmenso, fuerte y sostenido, por escribir, algo que tiene pinta de corresponderse con mucha exactitud con eso que se viene llamando desde tiempos lejanos la vocación. Aunque él evite a conciencia ser categórico, y calificarlo de necesidad, casi tanto como huiría de adjetivarla de “imperiosa”, envileciendo el idioma con la mugre del lugar común y la insignificancia de la frase hecha. Pese a las dudas e incertidumbres que lo asaltan cuando se pone a ello, o más aún  cuando piensa que ha de ponerse ya manos a la obra, sin postergarlo ni un minuto más, es en la escritura donde encuentra su ser, su verdadero lugar en el mundo. Hay placer por el trabajo, pero también por la holganza y el tiempo libre. Una dedicación a la literatura, que se revela más intensa y ambiciosa en los hechos que en las palabras del diarista, poco amigo de las exaltaciones verbales. Pero es al mismo tiempo una dedicación carente de todo fanatismo, mesianismo, o sentido de la inevitabilidad o predestinación literarias. Haber acabado siendo escritor es algo que nunca pierde para él la condición de hecho contingente. 

Esa visión de la dedicación a la literatura como un destino individual ya escrito desde la cuna, es un enfoque o creencia que no pocas veces va de la mano de la jactanciosa convicción de dedicarse a una tarea muy superior a la de los otros. Ese convencimiento, además de que puede resultar ridículo a la vista de lo pobres que son los resultados literarios obtenidos por buena parte de esos sedicentes seres predestinados a ser escritores, no pocas veces es un fardo que los lastra, impidiendo incluso la realización plena de sus potencialidades literarias, cualesquiera que fuesen, debilitándolos hasta el punto de convertirse en las víctimas perfectas del extendido y letal virus de la autocomplacencia. Otras veces es una revelación de un claro orden de preferencias, el propio de quienes desean mucho más ser escritores que escribir.

Pero aunque Muñoz Molina evite incurrir, con obstinada determinación, en la leyenda gremial de la épica inigualable del escritor, “Días de diario” muestra también – y esta vez  el pudor no  logra imponerse sobre el alivio o liberación que confiere contar por fin algo más o menos íntimo, y más aún a aquellos que tienen lo de contar por oficio - la gran ambición literaria de este escritor, que  considera debe ser universal, y su voluntad de  exigirse siempre lo más posible al enfrentarse al papel en blanco; no por la gloria literaria en sentido estricto, no por colmar el ego y de paso también llenar el bolsillo con los signos del triunfo, sino por algo innominado e implícito que está siempre ahí; la necesidad o, por lo menos, voluntad de hacer siempre las cosas lo mejor que se pueda. Aunque sobrevuele una clara convicción - mezcla de modestia y sentido de la realidad, dos de las señas de identidad de Muñoz Molina-, de que no se va a alcanzar jamás el logro de la obra maestra, el poder impulsor de ese deseo, la fuerza propulsora de esa aspiración, está muy presente en su dedicación a la literatura. Y eso se hace materia de una declaración explícita, confesión incluso,  en la cita de Cyril Connolly que aparece en “Días de Diario”, con aire de lema literario y vital, y a la que Antonio Muñoz Molina se adhiere sin reservas: “todo lo que no sea intentar una obra maestra es una pérdida de tiempo”.

(Foto: D.L. Anderson - Indyweek.com)

“Días de Diario” es una excelente lectura para todos aquellos que piensen que un libro puede ser más que contar una o varias historias o, mejor dicho, para quienes crean que una o varias historias se pueden contar de muchas maneras, incluso haciendo creer al lector que no se le está contando ninguna historia. Y es que, además, ¿no se encuentran con mucha gente que les sigue contando cuentos ya de adultos? ¿Se los empiezan acaso a contar diciéndoles “érase una vez”, para que Vds. sepan con certeza que entran en un terreno de ficción, y suspendan de inmediato su incredulidad?

Como sospecho que no es así, sino que el ardid del disimulo y hasta la vileza del engaño están presentes, les animo a que apliquen el mismo criterio a los libros, en los que esos trucos se transmutan en méritos, y puedan así descubrir las muchas historias que se ocultan bajo la apariencia engañosa de las meras descripciones. Si se paran a observar a su alrededor, ya sea un objeto, un paisaje, una persona o varias, con ojos atentos, más aún si logran renovarlos, verán todo lo que pasa cuando creemos que no está ocurriendo nada. Y esa nueva mirada, dotada de una perspicacia y sensibilidad acrecentadas o simplemente recuperadas, les servirá también para identificar rápidamente en lo literario el doble cuento, el que es a un tiempo cuento y mentira o filfa, cosa sin valor, ni mérito, no importa cuánto y cuántos la elogien y hasta la compren y lean, arrastrados por el vendaval de la moda y la imitación, o el temor de apartarse del grueso de la manada. El gusto y la sensibilidad literarios, son como el cuerpo, es decir, no hay dos iguales, todos  presentan diferencias; pero también todos, del primero al último,  son susceptibles de ser cuidados, entrenados, desarrollados mediante el ejercicio y son susceptibles de estar en buena o mala forma, así como de ser arruinados a consecuencia de los malos hábitos.

Apenas 63 páginas, no más de 120 días, un tercio de un año cualquiera, en que por una vez se nos abre la ventana que da a la vida de un escritor, y a la cual, por supuesto, nos asomamos con avidez por ver, y tratar de entender, lo que ocurre tras ella. Asistimos, a través de algo concebido entre lo testimonial y la conversación más o menos secreta e íntima con uno mismo, en la forma y el tono propios de un diario, a la vez muy personales, por tanto, a lo ordinario de los quehaceres y preocupaciones cotidianas del novelista; pero también a lo extraordinario,  justo a lo que más lo diferencia de los otros, pues presenciamos la creación literaria en su realización misma, algo que paradójicamente es a la vez cotidianeidad para el escritor. Como  dice Pere Gimferrer en el cierre de su prólogo a “Días de Diario”, los  días comprendidos en este libro “por ser, en un doble sentido, “de diario”, habrán sido, precisamente, extraordinarios”. A mí, desde luego, también me lo han parecido.