domingo, 27 de marzo de 2016

Nos vamos haciendo viejos... RIP Johan Cruyff

Foto: blogdelhumor.com.ar

Yo venía a hablarles del gran Johan Cruyff y, de golpe, me descubro filosófico o existencialista, al menos, pensando en todas las señales con que la vida me va diciendo que me estoy haciendo viejo.

Foto: diario ABC
En un libro comprado hace poco (“La Puerta de la Infamia. Crónicas del casoMarey”, de Antonio Muñoz Molina) se nombra a Manuel Cobo del Rosal, Catedrático de Derecho Penal y abogado de RafaelVera, Secretario de Estado de Seguridad (1986-1994), en ese proceso. Aquel hombre vino un día a darnos clase, a los de la promoción del actual Rey de España – que ahora luce barba crecientemente canosa y entonces era un joven espigado e imberbe-, como profesor invitado. Entonces me pareció algo mayor, efecto quizá acrecentado por su mal color y aspecto general de mala salud. Sólo aparente pues sigue vivo a sus 81 años de edad. Antes de consultar ese dato pienso en que ahora será un anciano y no me confundo, aunque no lo esperaba ya octogenario. El propio asunto de los GAL presenta ya un aire inequívoco de pasado lejano del que muchos no han oído siquiera hablar y del que casi todos los demás conservan, o conservamos, una memoria mínima. Tempus fugit, vita nostra brevis est, etc.


Foto: whotalking.com
Unas semanas atrás me crucé en las proximidades de unos conocidos cines en V.O. en la zona de Plaza de España con otro profesor, el Catedrático de Filosofía del Derecho, Elías Díaz, conocido como ideólogo del PSOE en su etapa más gloriosa, los años ochenta y primeros noventa. Conservaba la mayor parte de su crespo pelo blanco, su barbilla tenaz y restos de vivacidad inquisitiva en la mirada tras sus gafas, ojos de intelectual. Iba con una mujer de edad también avanzada vestida con un aire juvenil y alternativo. Pero la curva de su espalda y sus andares eran de viejo. Aquel hombre, cofundador de Cuadernos para el Diálogo y autor de una extensa bibliografía sobre filosofía jurídica y política, que transmitía vigor y entusiasmo en sus clases, era a todas luces un anciano. Compruebo ahora que mi viejo profesor nació, al igual que Manuel Cobo del Rosal, en 1934, esto es, aún en tiempos de la Segunda República, como también mi padre, nacido en el mismo año de su proclamación, y que desde hace ya más de dos años es recuerdo. 


Ese mismo día o uno cercano me cruzo en la puerta de los lavabos de esos cines con Pedro Almodóvar, de cabellos también blancos y aún más crespos que los de Elías Díaz. Y mi primera impresión, aparte de cierta sorpresa que me bloquea en mi camino de salida que él aguardaba con educación para entrar, es qué viejo está. Miré en Wikipedia al volver a casa. Almodóvar, anclado en mi mente como al margen del tiempo, en el juvenilismo subversivo de la archiconocida Movida Madrileña, nació en 1949, tiene ya 66 años y hace ya 17 que ganó el Óscar a la mejor película extranjera con "Todo sobre mi Madre"… 

Llego de vacaciones de Semana Santa a un apartotel (así en el DRAE - :)) ) en la Costa del Sol y me encuentro con una recepcionista a la que no puedo dejar de mirar con cara de tonto, supongo, aunque desde mi perspectiva eran ojos de deseo. Tiene los ojos verdes, el pelo largo y algo rizado, sonríe al hablar, mira fijamente y su boca… miro sus labios como el sordo que ha de interpretarlos, aunque mis oídos funcionan. Aprecio cada explicación que da, superflua o no, en una demora por irnos con las llaves y descargar el equipaje que contrasta con mi impaciencia habitual en estas situaciones. Me parece joven, sexy, seductora, absolutamente deseable. Después trato de estimar su edad. Algo me lleva a echarle veintitantos, pero meditándolo con pretensión de objetividad concluyo que igual ya está en la treintena. Debió haber un tiempo en que una chica así me parecería una mujer demasiado mayor, una esposa o hasta madre y ahora es, perdón por el topicazo, un bombón. Para mis adentros, ahora desvelados, se quedó con el apodo literario de la Lozana Andaluza. El día de la partida vamos a devolverle las llaves. Sigue igual de guapa y sonriente, pero tiene ojeras. Entraría temprano a su turno en recepción, pero yo las atribuyo a una noche previa de intensa actividad sexual. Vuelvo a entretenerme en el juego sin solución de su edad. Unos 30 y me parece jovencísima…



El mediodía anterior veo una pareja joven comiendo justo enfrente en la terraza de un restaurante junto al mar. Ella me parece casi una niña. El novio, quizá por la tupida barba, unos años mayor. Tengo que recordar las fotos de mi mujer el día de nuestra boda, en el que justo cumplió 26 años y no le iba a la zaga en aspecto juvenil. Es Jueves Santo y con la plantilla de camareros sometida a un ajuste tan cicatero que los aboca al trabajo estajanovista, la comida no llega nunca. Ella está justo enfrente de mí, algo de perfil. Lleva una falda corta, aunque no recuerdo sus piernas. Me las debía tapar el novio. Lo que veo mejor son su boca algo ancha, sus dientes blancos y bien alineados, pero con personalidad, de una belleza no del todo ortodoxa, sino con leves imperfecciones y, por tanto, mucho más atrayente. Los labios son carnosos y bien perfilados, los ojos negros y muy acuosos. Su pecho no es exagerado, pero sí que reclama atención. Un nuevo ángulo – la bebida se agota y el pan que pedimos por tercera vez se hace esperar, de la comida ni hablemos- me indica que es mayor de lo que me pareció a primera impresión. Hablo de su pecho. Ella me sigue pareciendo jovencísima. 

Llegan sus padres, con otras parejas de unos 50 años. Se presentan ambos y se saludan. Las mujeres miran con curiosidad al novio de la niña. Los tenemos sentados cerca, justo al otro lado de un pequeño muro de madera. Casi leyendo sus labios observo que alguna de las mujeres, que se sientan en un lado de la mesa, al otro los hombres, dice que es guapo. Pienso que es algo generosa, pero ahora caigo en que su juventud le ayudaría en ese rating, aparte de las buenas maneras o la cortesía de la amistad. Los dos grupos -la pareja y los padres y sus amigos no se ven- pero yo los veo a ambos. El padre se acercó a saludar a la pareja y con poco tacto le soltó al novio que su hija llevaba toda la mañana esperándolo. Ella trata de disimularlo, pero el comentario del padre le provoca una lógica contrariedad. Al rato, privilegiados ellos que ya han sido servidos y hasta han comido, puede que pronto para no coincidir con los padres y sus amigos, se levantan para marcharse. La chica guapa, de talle estrecho, buena estatura aunque no exagerada, les aclara a los padres con acento gallego que ellos ya han pagado. El acento gallego a pocos kilómetros del Cabo de Tarifa, el extremo Sur de España y del continente europeo, me sorprende. ¡Qué joven es y ya come en restaurantes con el novio! A su edad yo también lo hacía, con mi novia o ya mi mujer incluso, pero entonces nos veía como dos adultos y no el par de niñatos que éramos. El acento gallego oigo que dice “nosotros nos vamos ya, que si no nos da tiempo”. Bromeo con mi mujer sobre la premura de la joven pareja para  hacerse con la casa, libre de molestos intrusos y testigos durante al menos la próxima hora y media, y "la niña" se ha permitido comunicárselo a los padres y sus amigos sin tapujos. 

Si mis profesores de la universidad me hacían mayor en su avanzada vejez, la bella recepcionista y la novia gallega me arrojan de golpe  años encima por su juventud. Y todo transcurre en el silencio externo, pero en la caja de resonancia interior, una voz, la de la conciencia, supongo, repite sin muestras de cansancio una hiriente letanía: te haces mayor, te haces mayor, la vida se te pasa sin darte cuenta, te haces mayor, te haces mayor y tú apenas te das cuenta.

Foto: primeraplananyc.com
Y ahora lo de Johan, Cruyff, genio del balón y primero de mis ídolos futbolísticos. Esta vez no se trata de jugadores en blanco y negro de los que me hablara mi padre, de nombres gloriosos que unas generaciones de aficionados transmiten a otros y de los que se ve aquí o allá alguna jugada aislada o documental. No. Esta vez se ha ido uno de los que has visto jugar sentado en la grada o en directo por la televisión y en parte ya en color. Un rostro y una voz que recuerdo, sobre todo por su exitosa etapa como entrenador del Barça. Alguien que se merece una entrada próximamente en este blog, alejado desde hace mucho tiempo del fútbol, a pesar de su nombre. 

Según la UEFA, un estudio estimó que dos mil millones de personas conocen su nombre y concluyó que, junto con Rembrandt y Van Gogh, Cruyff es el holandés más famoso de todos los tiempos. Eso es "ser alguien", qué duda cabe.

Hoy me pudo la idea, pugnaz y dolorosa, del veloz paso del tiempo y su daño colateral e inexorable del envejecimiento. La velocidad de Cruyff en el campo, sus memorables cambios de ritmo, quedan pues para otro día.