domingo, 27 de marzo de 2011

Andrés Iniesta: ¿Elogio o ditirambo?

¿Quién puede discutir el instinto de depredador de Villa, la rapidez con que ve y ejecuta cualquier jugada que pueda acabar en remate o su capacidad para rematar con ambas piernas? ¿Quién puede ver un partido de Xavi sin maravillarse de la infinidad de buenos pases que realiza, de su habilidad innata para encontrar un claro en el campo, levantar la cabeza y elegir la mejor opción o su sentido táctico para ralentizar o acelerar el juego según convenga en cada momento? ¿Quién puede seguir la trayectoria de Iker Casillas sin admirarse de sus reflejos, de su colocación, de la infinidad de partidos en que sus actuaciones han dado puntos, victorias o clasificaciones al Real Madrid o a la selección española?

Pero entre tanta joya, hay, para mi, un diamante especial, alguien que tiene un don para el manejo del balón de los reservados a los genios. Alguien capaz de descubrir una vía de penetración entre las filas enemigas donde los demás ven un muro infranqueable. Un hombre que eleva el fútbol a la categoría de arte, un orfebre del balón, una delicatessen futbolística. Alguien que, con frecuencia y como pasó claramente en el partido contra la República Checa, parece un bailarín entre leñadores. La clase, la finura, la sutileza se dan constante cita en su concepción y ejecución de las jugadas. Tiene la misma habilidad que un malabarista del balón, pero el sabe que la pura exhibición de la habilidad, sólo contenta a quienes no han desarrollado el gusto suficiente para apreciar la exquisitez. Andrés Iniesta sabe que la perfección radica en encontrar siempre la solución más sencilla al problema en cuestión, en la economía de medios, de movimientos. El genio se manifiesta en que hace que parezca verdaderamente fácil lo que es infinitamente difícil. Es tan sutil que, a veces, hace falta recurrir a la repetición de la jugada en cámara lenta para darse cuenta del soberbio nivel técnico e imaginativo de sus jugadas.

Si hay un atisbo de crítica que hacer a Iniesta sería que se le resiste un poco ese repartidor de éxitos y fracasos futbolísticos que es el gol, ese caprichoso dirimente de batallas. Son muchísimos los pasadores, los creadores de juego que, por no marcar apenas goles, por no ser la causa última del éxtasis colectivo del gol, no reciben el premio de la gloria futbolística, no son receptores del fervor del público, que suele ser para el delantero goleador más que para ningún otro.

Sin embargo, el destino, los hados, los dioses del balón, le han hecho justicia a Andrés Iniesta, permitiendo que marcara dos goles inolvidables: uno para el barcelonismo, frente al Chelsea, con su equipo al borde de la eliminación, en semifinales de la Champion’s 2008-2009 y el otro, en la cima del planeta fútbol, el único gol de la final del Campeonato del Mundo de Sudáfrica, el único Mundial ganado por España hasta el momento. Eso, más su admirado talento, su limpieza en el terreno de juego y su categoría humana fuera de él, le permiten ser aclamado allá donde va.

No, definitivamente esto no es un ditirambo. Es el merecido elogio de un futbolista absolutamente excepcional que hemos tenido la suerte de que naciera en España. Concretamente, y como sabe todo el mundo, en Fuentealbilla, provincia de Albacete. Parafraseando la canción con que Andrés Calamaro rindió tributo a Maradona: gracias, Andrés, por las alegrías que le das al pueblo y por tu arte también.





Prohibición de los anuncios de prostitución en los periódicos


Recientemente se ha conocido que la Comisión de Estudios del Consejo de Estado ha emitido un informe sobre la posibilidad de prohibir los anuncios de prostitución en la prensa. “El supremo órgano consultivo del Gobierno”, como lo definen las leyes, ha resuelto una consulta planteada por el extinto Ministerio de Igualdad, a cuyo frente estaba  Bibiana Aído, hoy convertido en Secretaría de Estado e integrado en un ministerio batiburrillo como es el de Sanidad, Política Social e Igualdad, regido por la singular Leire Pajín. La conclusión de dicho informe es que resulta conforme a Derecho prohibir dichos anuncios y que lo más conveniente es que la prohibición se lleve a cabo mediante una Ley específica para ello.

Merece la pena leer el estudio (o dada su extensión, 59 páginas, picotear un poco de aquí y de allá) en el que los ilustres Consejeros de Estado realizan un análisis, por ejemplo, del tratamiento de la prostitución en el Derecho comparado y de diversa jurisprudencia española y comunitaria que ha resuelto algunas cuestiones relacionadas con la prostitución, algunas de ellas singularísimas. Estas ilustres personalidades, entre otros, Landelino Lavilla, Herrero de Miñón y Rubio Llorente, se apoyan en divertidas definiciones como la del concepto alterne: “la captación de clientes varones, mediante el atractivo sexual, al objeto de que consuman bebidas” (Sentencia del Tribunal Supremo de 14 de mayo de 1985). La definición habría resultado bastante más afinada precisando que las bebidas son, por lo general, alcohólicas y los precios exorbitantes, pero quizá los magistrados, preocupados por el qué dirán, no confiaron en la notoriedad de esos hechos y evitaron cualquier dato que pudiera interpretarse como resultado de un conocimiento directo de la materia. Quizá también por eso el Consejo de Estado hace prolijo uso de las citas en el informe de referencia, no vayamos a pensar que su fuente de conocimiento es la experiencia directa de los prohombres que lo componen.

Estoy de acuerdo en que resulta chocante, por decirlo suavemente, toparse con anuncios de prostitución en periódicos supuestamente serios y en cuyos editoriales y páginas de opinión se defienden valores como el respeto a los derechos humanos, la dignidad de las personas y la igualdad entre hombres y mujeres y otros grandes principios básicos de nuestro Estado de Derecho.

Más llamativo resulta aún que medios, como por ejemplo el ABC, cuya línea editorial coincide plenamente con la doctrina de la Iglesia Católica, no tenga inconveniente en mostrar en portada al Papa o una imagen de alguna procesión o una bucólica estampa familiar y, unas decenas de páginas más adelante, esos anuncios de prostitución (femenina, masculina y transexual) cuyos textos e imágenes se han ido volviendo, progresivamente, más explícitos y soeces. Tampoco parece encontrar contradicción El País entre su línea editorial, supuestamente defensora de la igualdad entre el hombre y la mujer y superadora del cliché de la mujer-objeto, y el hecho de hacer caja a diario con este tipo de anuncios. 

No discuto que esos anuncios conllevan para las mujeres y, a veces también para los hombres, cuyos servicios sexuales se anuncian, una degradación de su dignidad como personas, en cuanto se les reduce a meros objetos para el disfrute ajeno. Asimismo, esos reiterados y numerosos anuncios, hacen que quienes leen el periódico, incluidos menores de edad, perciban la prostitución como una profesión más, como un modo normal y lícito de ganarse la vida y, desde la perspectiva de potenciales clientes, que no encuentren nada deshonroso, inmoral, ni siquiera criticable, en recibir sexo a cambio de dinero.

Probablemente, sea bueno para el conjunto de la sociedad que desaparezcan de la prensa “seria” este tipo de anuncios —cuyo contenido como mínimo debiera moderarse por decoro—, aunque pasarán a la red, donde existen páginas específicamente dedicadas a este tipo de anuncios (incluido algún foro donde la comunidad de clientes valora los servicios recibidos e intercambian sus impresiones al respecto, como en las páginas sobre turismo). Pero no puedo ocultar que empieza a darme miedo tanta prohibición y tanto marcarnos como debemos comportarnos. Si voy en moto, debo llevar casco. Si es en coche, el cinturón de seguridad. Ya se prohíbe fumar en todos los bares y restaurantes, aunque lo quieran el dueño y todos los clientes, así como sobrepasar los 110 kms./h. en autovías y autopistas porque el Gobierno nos dice que hay que ahorrar combustible, un combustible que no me paga el Gobierno, sino que me lo pago yo e incluso le pago mucho dinero al Gobierno por los impuestos que lo gravan. Suenan voces que piden la prohibición de los menús hipercalóricos de las cadenas de hamburgueserías. ¿Dónde y cuándo parará la espiral de prohibiciones? ¿Acabaremos viviendo una vida insoportable por una falta total de libertad derivada de miles de normas dictadas con el bienintencionado fin de protegernos de nosotros mismos?

Me pregunto qué pensarán tantas y tantas protegidas sobre la protección que tantos salvadores quieren dispensarles. Me pregunto cuántas prostitutas que ejercen voluntariamente su profesión pueden perder su sustento o, cuando menos, parte de sus ingresos, si esta medida va adelante, o cuántos periodistas o intermediarios de publicidad irán a la calle por la desaparición de estos anuncios. Y, sobre todo, me pregunto qué sociedad es ésta —qué tipo de personas somos— en la que conviven reparos morales a este tipo de anuncios y que acepta, sin auténtico reproche moral, el aborto (115.812 abortos en España en 2008) o que en el mundo convivan las fortunas superlativas con la muerte de millones de personas por hambre o por falta de agua potable. Las contradicciones morales no se dan sólo en los editores de prensa…

Por otra parte, los anuncios de prostitución descubrían al lector adolescente (hablo en pretérito imperfecto porque hoy día todo se cuece en Internet) una realidad muy compleja y contradictoria. Le abrían los ojos a un mundo de gustos, a veces, raros, muy rebuscados o pervertidos. Un mundo donde unas personas están dispuestas a hacer la pura voluntad de otras por dinero. Un mundo donde por dinero se incurre en la más flagrante contradicción con los principios que se proclaman. Un mundo donde lo prohibido no lo es tanto y donde lo supuestamente marginal resulta que está bastante generalizado. Todo ello componía un mundo sumamente imperfecto, pero real.

La prostitución, como el aborto, van a seguir existiendo por siempre jamás. Otra cosa es si algunas conciencias se quedan más tranquilas así y se creen que limpian por el hecho de esconder la suciedad debajo de las alfombras.

Informe de la Comisión de Estudios del Consejo de Estado

domingo, 20 de marzo de 2011

Otra jornada de liga; otro derbi para el Madrid; el Barça sigue a 5 puntos

Se nos va otra jornada de liga. Siguen ganando el Barça y el Real Madrid. Se mantiene su distancia de 5 puntos en su particular liga y Cristiano Ronaldo estará de baja entre dos y tres semanas (aunque ya veremos, pues su última baja ha resultado mucho más breve de lo anunciado, aunque quizá el alta prematura esté detrás de la nueva baja).

La segunda liga, la de las plazas de Champions, se decanta muy a favor de Villarreal y Valencia. Un Villarreal, ejemplo de club bien gestionado, de acierto supremo en los fichajes, que sigue paseando su excelente fútbol por los campos de España y Europa y que está semana se ha merendado, con autoridad, al Bayer Leverkusen y al Athletic de Bilbao. El Valencia, que se ha repuesto bastante bien de la pérdida de Villa y Silva, acaba de pinchar en casa con el Sevilla, pero aún así está a 11 puntos del Español, el 5º clasificado.

Luego viene otro grupo de equipos que aspiran a alguna de las dos plazas de Europa League (Español, Ath. Bilbao, Sevilla, Atlético de Madrid e incluso el Mallorca) y que no acaban de conseguir regularidad.

Esta jornada nos dejó el derbi entre Atlético y Real Madrid. La historia de la última década se repitió una vez más. En las vísperas algo de caldeamiento del ambiente. Apelación rojiblanca al orgullo, a la oportunidad de salvar una floja temporada venciendo, por fin, al Real Madrid. Palabras de cierto respeto del Real Madrid al Atlético, por no hacerle el feo al vecino y por prestigiar, de paso, una más que previsible victoria. Llegado ya el partido, la hora de la verdad, desconcierto defensivo inicial del Atlético, como siempre. Llegadas de gran peligro del Real Madrid. Gol tempranero, aunque algo menos que otras veces, del Real Madrid. El Atlético que intenta sobreponerse, crea ocasiones y se topa con grandes intervenciones de Casillas y cuando mejor estaba jugando, letal contrataque del Real Madrid, De Gea que no resuelve bien la situación y partido visto para sentencia. Nuevos intentos rojiblancos aunque ni demasiado frecuentes, ni demasiado amenazantes. Cierto sesteo madridista, sin perjuicio de reparto de leña por parte de Lass y Xavi Alonso, con la aquiescencia del colegiado. Mourinho hasta se permite dar descanso a jugadores clave y que daban muestras de cansancio. Y, en las postrimerías, gol del Kun Agüero, el único jugador rojiblanco capaz de tratar de tú a tú a los de la elite mundial. Los de casa pueden decir que merecieron más y los visitantes que hicieron lo justo para ganar y que habrían podido hacer más, aparte de reivindicar al portero como parte del equipo. Si hasta el rabo es toro, en el fútbol hasta el portero es equipo. Lo que no se salta un gitano es que el Madrid se llevó los tres puntos y creo que van 22 partidos sin perder con el Atlético. Pese a ello, me dice un buen amigo, que el Atlético es el equipo que más puntos ha obtenido en el Bernabéu en la historia de la liga (hubo, está claro, tiempos mejores para el Atlético).

Se acercan las semanas decisivas, en España y en Europa (en Libia también, pero esa es otra guerra), y el Barça y el Madrid se van a medir, por lo menos, dos veces: en la final de la Copa del Rey y en la vuelta de la liga en el Bernabéu. Y, más que posiblemente, otras dos en una semifinal de la Champion's League que se presume, como se decía antaño, "no apta para cardiacos". El Barça y Messi han perdido un punto de forma y el Real Madrid, pierde a Ronaldo, durante algunos partidos. El Real Madrid sigue sin hacer un fútbol excesivamente convincente, al menos, no de manera sostenida. Es más de ráfagas que de continuidad; pero ha ganado solidez en defensa, tiene mucha pegada, es rápido, fuerte físicamente y va cobrando moral. Se percibe hasta en la calle como el madridismo ha renacido tras pasar esa barrera de los octavos de final que parecía infranqueable. El tiempo, y no muy largo, dirá si esta vez no vuelve a venir el Barça a bajarle los humos. Eso sí, la próxima jornada de liga el Barça -que ha perdido a Abidal cuando mejor estaba jugando- tiene una salida complicada al Madrigal (Villarreal), donde además no podrán jugar ni Xavi, ni Villa, mientras que el Real Madrid recibe en casa al Sporting de Gijón. Podría, pues, acortarse la diferencia, aunque pese a todo, pienso que el pronóctico más probable para el partido de Villarreal es un dos.

Clasificación liga tras jornada 29ª (20-3-2011)

Calendario de liga (próxima jornada la 30ª)

Japón: la catástrofe se viste de Prada

A la velocidad con la que se suceden las noticias y con la limitada capacidad del hombre contemporáneo para mantener la atención de manera prolongada sobre un mismo objeto, Japón parece ya agua pasada (juro que la expresión no va con segundas). Y eso aun persistiendo cierta incertidumbre sobre el final bastante feliz de la amenaza de desastre nuclear.

Estos días de atrás me preguntaba por qué sentíamos más el terremoto y el tsunami de Japón que otras desgracias como el terremoto de Haití (12 de enero de 2010) o el tsunami  de Indonesia, Tailandia y Sri Lanka (26 de diciembre de 2006), catástrofes ambas que se saldaron con muchos más muertos que el terremoto y tsunami de Japón.

Creo que hay varias razones para ello, por ejemplo, la abundancia de imágenes en el caso de Japón; la mucho mayor relación comercial y consiguiente efecto sobre nuestras economías y vidas; en alguna medida, el mayor conocimiento de ese país o, al menos, mayor presencia mental del mismo, es decir, que contamos con Japón, consideramos a los japoneses actores, si no principales, sí importantes en el teatro del mundo y no unos simples extras. A pesar de su irrelevancia militar, por la dimensión de su economía, Japón está en el cogollo del mundo y no en la anónima periferia en que situamos a la inmensa mayoría de la humanidad. Puede sonar cruel y materialista, pero esos esquemas mentales han arraigado en nuestra manera de pensar y de sentir. De Japón viene una parte de los coches que conducimos, de las televisiones que están en nuestras casas, de las cámaras de vídeo, de los ordenadores, las consolas y los videojuegos con que se entretienen nuestros hijos (y algunos que ya no son niños), los dibujos animados, el manga, etc.

Pero tratando de reconducir todas esas circunstancias a un concepto más amplio, a la idea fundamental, diría que lo que ocurre es que nos identificamos mucho más con el sufrimiento de los japoneses que con el de los haitianos, los tailandeses o los indonesios. Asociamos, por una pura estadística de nuestra experiencia vital, las catástrofes naturales con la pobreza, el escaso desarrollo, con el tercer mundo. Sin embargo, en el caso de Japón, hemos visto a un país superdesarrollado, a una de las mayores economías del mundo, a un país más rico que el nuestro, sufrir un azote atroz, de esos que dejan tras de sí un rastro de muerte y destrucción.

En Japón ha habido miles de muertos, muchísimos heridos graves, destrucción, angustia, miedo, pánico, imposibilidad para comunicarse por los teléfonos móviles, de viajar, escasez de alimentos, de medicinas, de agua, falta de combustible, cortes de luz,etc. Hemos visto sufrir a personas cuyas vidas, como las nuestras, parecen desarrollarse al margen de esas desgracias. Asumimos algunos peligros para nuestra vida (el cáncer, un infarto o un accidente de tráfico); pero pensamos que estamos totalmente a salvo de amenazas tales como las catástrofes naturales o la guerra. Creemos que nuestro bienestar material, nuestras instituciones políticas estables, nuestra avanzada tecnología, nos hacen por entero inmunes a ello. Creíamos también que nuestras centrales nucleares eran absolutamente seguras y que desastres como el de Chernobil sólo podían ocurrir en un sistema que se desmoronaba, como el comunista de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la URSS), un nombre que sonará extrañísimo a las generaciones más jóvenes.

Todas esas certidumbres de pronto se esfuman y la realidad nos fuerza a ser humildes, a no poder seguir ignorando la vulnerabilidad de la condición humana, la cual compartimos, aunque sea de manera efímera y excepcional, con todos los desheredados de la tierra, con esos pobrecitos a los que vemos sufrir en las noticias y a los que, en el mejor de los casos, dedicamos algún pensamiento compasivo de vez en cuando y algún que otro donativo.

En Japón hemos visto el pánico, el desvalimiento, la desorientación de cientos de miles de personas bien alimentadas, aseadas, con estudios, impecablemente vestidas. Hemos visto a la ropa de Armani, de Zegna, de Calvin Klein, de Gucci, de Dior, de Prada convivir con la catástrofe, la hemos visto en la antítesis de la belleza, el lujo y el placer, en las antípodas de la felicidad que promete su publicidad y que, llegamos a creernos, se puede comprar. Hemos visto volver al hombre de la sociedad de la abundancia e "hipertecnologizada" al más primario y elemental de los deseos, a la más básica de las aspiraciones: seguir vivos él y sus seres queridos.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Reseña de libros: "Es Fácil Dejar de Fumar, Si Sabes Cómo" (Allen Carr)


Esta vez no reseño una novela, un ensayo, una biografía o un libro de poemas, sino un libro práctico, un método, algo clasificable en el género de la autoayuda. Un género que me suscita una gran desconfianza, cuando no espanto. Sí, lo admito, es bueno aspirar a cambiar, a "pulirse", a mejorar; pero hay algo de ingenuo y de credulidad infantil en atribuir semejante poder a lectura de un libro. Además, no predomina la calidad en este género. Hay hiperinflación de libros de  autoayuda, como también de novela histórica, fantástica y policíaca. Son infinidad los autores que, a la vista del éxito económico de otros en esos géneros (p.ej. La Catedral del Mar, El Código Da Vinci, Millenium o Crepúsculo, etc.), se han lanzado a probar fortuna con la esperanza de forrarse ellos también. Hay mucho farsante, mucho juntaletras y mucho charlatán en esos segmentos editoriales.

Y algo de charlatán hay también en el británico Allen Carr, el autor de “Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo”, acostumbrado a impartir charlas para dejar de fumar durante varios años antes de escribir su famoso libro. Sin embargo, tengo que deciros algo desde ya: ¡el método funciona! Vale, no llevo una eternidad sin fumar, apenas estoy acercándome a la semana; pero es todo un logro. Como dice un proverbio oriental: hasta el más largo de los viajes comienza con un solo paso. El éxito no sólo es de Allen Carr, también ha influido el ejemplo de mi mujer, con una hoja de servicios como fumadora más extensa que la mía y que lleva sin fumar desde comienzos de año. Pero es que ¡ella también ha leído libro! Creo que simultáneamente a dejar de fumar, esto es, que para ella ha sido refuerzo y no causa, pero ahí está también el dato.

Este libro tiene una virtud fundamental: el autor sabe de que habla. Fue un gran fumador (varios paquetes al día) –falleció en Benalmádena (Málaga) en 2006- y como tal habla. No es un médico, ni un psicólogo, ni un moralista, sino un asesor financiero, que fue un fumador empedernido durante décadas y que intentó una y otra vez sin éxito dejar de fumar. Un buen día lo consiguió y se propuso ser quien hiciera que muchos otros lo dejaran también, hasta el punto de acabar dedicándose profesionalmente a ello y con un éxito evidente.

Allen Carr no habla del tabaco desde fuera, sino desde dentro, pensando como lo hace un fumador. No nos convence de lo malo que es el tabaco. Eso es sabido y a los fumadores les da igual o, por ser más exacto, nos les disuade de fumar, aunque sean conscientes de ello. El fumador lo que piensa, sobre todo, es que el tabaco le da placer, le relaja, le da confianza, le ayuda a superar las situaciones de estrés, a combatir el aburrimiento, a concentrarse, etc. Y, sobre todo, el fumador piensa que la vida no será igual de buena sin tabaco, que no la disfrutará tanto. Ese es el quid de la cuestión. El que fuma es porque no se ha convencido aún de que la vida es mejor sin tabaco. Concibe el abandono del tabaco como una privación y no como una liberación.

El tabaco, para Carr, es pura y simplemente una droga y el fumador un drogadicto. Es algo que se retroalimenta: la única razón para necesitar fumar es haber fumado previamente. El tabaco sienta mal las primeras veces y el fumador, lejos de seguir su instinto, persevera en fumar hasta que ya no tose, ni se marea, hasta que su cuerpo tolera el tabaco y éste, pero sobre todo su mente, pasan de inmediato a demandarlo. Es algo de locos, pero así ocurre. Además, el cuerpo elimina la nicotina cada vez más rápido y pide una nueva dosis con frecuencia creciente. Pero la verdad última, el gancho que tiene asidos a los fumadores al tabaco, es que están convencidos de que la vida sin tabaco es peor, que la van a disfrutar mucho menos, que será una privación insufrible. 

Todos sabemos, desde hace ya bastante tiempo que el tabaco es muy malo para la salud, que a la larga supone un gasto de muy considerable cuantía y, además, es notorio que en la sociedad se ha generado una actitud cada vez más hostil hacia el tabaco, con diferencia la principal causa de muerte en el mundo. Pero el que sigue fumando es porque piensa en lo miserable que será su vida sin el placer que le produce el primer cigarrillo de la mañana, ese que se mete en el cuerpo después de muchas horas sin tabaco, o el que acompaña al café, a la copa o al de “después de” (comer, cenar o lo que sea). No es capaz de ver el tabaco como lo que realmente es, sino que se engaña a sí mismo, con una idealización del fumar.

Se trata, en definitiva, un libro muy aconsejable para los que quieran dejar de fumar e incluso para los que quieran que otros cercanos a ellos dejen de fumar. A los no fumadores, sobre todo a los que nunca lo fueron, les servirá mucho para entender cómo funcionan los mecanismos adictivos del tabaco y teniendo el libro a mano, siempre cabe que a sus fumadores allegados les dé por leerlo y que, como a tantos otros, les funcione el método. La esencia del mismo es la generación de una motivación tal que el abandono del tabaco no se perciba como un sufrimiento, sino como un gozo, algo de lo que disfrutar y no un calvario.

No obstante, Allen Carr, que se supone dejó de fumar en 1983, a la edad de 49 años y murió con 71 años, de cáncer de pulmón… Ni fumar nos asegura el cáncer de pulmón, ni dejar de hacerlo que nos libraremos de él, suponiendo que el autor de este best-seller mundial y fundador de los centros “Easy Way” para dejar de fumar, no volviera a caer en la trampa del tabaco. No obstante, cuantas menos papeletas llevemos para ese fatídico sorteo, mejor.

Y un servidor de Vds. debe confesarles que antes de ponerse a escribir este texto ha comido bastante bien y con algo de buen vino, luego se ha tomado un café y ha sentido —lo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos— ganas de fumar. Pero, aparte de no haberlo hecho, ha contrarrestado esa imagen del fumar como acto de placer con todo lo negativo que lo acompaña: suciedad, mal olor, mal aliento, pérdida o disminución de la capacidad para saborear y del olfato, coste económico, la sensación de estar dominado por algo y no de dominar tu vida y, naturalmente, los graves peligros que supone para la salud. Así, pues, el Easy Way no es perfecto, pero parece que funciona.

No os perdáis el capítulo 21, pág. 64. Se lee muy rápido y merece la pena.

Para saber más sobre el autor

sábado, 12 de marzo de 2011

Torrente, un fenómeno social

TORRENTE 4: LETHAL CRISIS

Desciende el número de espectadores que van a los cines. El cine español pierde cuota de mercado. El público le vuelve la espalda. Pasan los Goya sin pena ni gloria, con la polémica entre Alex de la Iglesia y la ministra Sinde, que ni nos va, ni nos viene. Los premios se los lleva en bloque la película catalana "Pa Negre" (Pan Negro), de la que todos hablan maravillas y... estoy esperando conocer a alguien que haya ido a verla para preguntarle. 

De pronto, todo eso cambia. Reaparece Torrente, un personaje que ya se ha incorporado al imaginario español, como Don Quijote o Mortadelo y Filemón. Vuelve a haber colas para sacar las entradas. Las salas se llenan. Una película española acapara tal cantidad de ellas que condena a ser ignorados, cuando no imposibilitados, a los demás estrenos. Y, nadie lo duda, es una mala película. Al parecer es un público mayoritariamente adolescente el que puebla las salas. Los que más salen de casa, dicho sea de paso. Son chavales que aún usaban chupete cuando comenzó la saga con "Torrente: El Brazo Tonto de la Ley" (1998). Todo lo cual refuerza que estamos ante un personaje "mítico", alguien que ha calado en la sociedad española. Estamos, sin duda, ante un fenómeno de masas, todo un fenómeno social.

Que Santiago Segura, quien ejerce encantado su rol de "cachondo oficial", se lo sabe montar, que rentabiliza al máximo su talento, su trabajo y su dinero, está fuera de dudas. Utiliza recursos fáciles como repescar a conocidísimos actores ya fuera de la circulación (Tony Leblanc o Fernando Esteso) y personajes de la prensa rosa y la telebasura (Paquirrín, Belén Esteban, Ana Obregón), cameos de futbolistas (Kun Agüero), tías buenas, incluida una actriz porno (María Lapiedra), escenas,  conversaciones y alusiones de temática sexual y la música de un cantante de éxito, macarilla, horterilla y de escasas luces (David Bisbal), el cual encaja muy bien con el resto de personajes. Cuenta, además, con una atención mediática incomparable a la de otras películas. El estreno de "Torrente 4: Lethal Crisis" ha sido todo un acontecimiento de sociedad, repleto de personajes de"alto standing" mediático.

Estamos, pues, ante un fenómeno social que no se explica exclusivamente por esos recursos antes enunciados porque, además, la atención mediática tiene su causa en el éxito de las anteriores entregas de la saga y en el interés previo del público por esta cuarta entrega, sin perjuicio de la retroalimentación de ese interés que la amplísima cobertura mediática conlleva. Así que cabe preguntarse, diría que es imperioso incluso hacerlo,  ¿por qué gusta tanto Torrente a los españoles?

Una primera razón que se me ocurre es la escasez de películas de humor, en especial, españolas. Las ganas que tiene el público de reírse y de hacerlo con personajes patrios, con tipos que deambulan por nuestras estrechas aceras y no por anchas avenidas, que estudian en institutos y no en un High School, que viven en pisos y no en chalets, que tienden la ropa, bragas y calzoncillos incluidos, en las cuerdas del patio y algunos, incluso, en la terraza, en plan decorativo. Pero esa explicación es manifiestamente insuficiente. Habría que preguntarse, además, por qué triunfa ese tipo de humor, zafio, basto, tosco, chusco, carente de todo pulimento o sutileza y muy previsible, mientras que otras películas con un humor de otro corte no lo hacen.

El público español se divierte con el arquetipo del español vulgar, hortera, zafio, primario, rastrero y, en suma, casposo, que representa Torrente. Se recrea en esa zafiedad, en la fealdad externa e interna del personaje y la de los espacios físicos en que se mueve, aunque con ciertos cambios en las entregas sucesivas de la saga, pasando del barrio popular al lujo marbellí, nulamente estéticos ambos. Entregas posteriores que han derivado, asimismo, en la burla del cine de acción, en la parodia de sus personajes simplones, apenas esbozos de personas, de sus manidas persecuciones automovilísticas, explosiones, disparos, etc. Hasta los títulos de ese género -que infantiliza al espectador con el esquema de buenos y malos con victoria infalible de los buenos- son hilarantes y de ahí el chistoso "Lethal Crisis" que, por contraste con el hispánico Torrente, resulta de gran comicidad. 

Al público español le gusta recrearse, deleitarse con el antihéroe José Luis Torrente. Algo hay en el alma hispana que este tipo de personas casi despiertan simpatía y hasta ternura. Diría que hay un cierto componente de identificación innegable. En algunos casos, puede haber una identificación directa. No en vano vivimos la exaltación de lo hortera, la exhibición orgullosa y agresiva de lo barriobajero, al estilo de "la princesa del pueblo". En otros casos, puede ser que se aspire a ser así, en el sentido de romper radicalmente con el molde de lo políticamente correcto, de atreverse a ser genuino, espontáneo, natural, uno mismo contra viento y marea, aun a fuerza de resultar patético y lamentable en el caso de Torrente. Ser, digamos, el anti-anuncio, el anti-climax. Encarnar orgulloso la imperfección consustancial al ser humano, en contra de las fuerzas estandarizadoras y de perfeccionismo aparente que presionan con gran fuerza al individuo contemporáneo. Torrente es lamentable, penoso, repulsivo, sí, pero es auténtico, natural, original, es una persona y no un clon y le importan un comino un sinfín de convenciones sociales.

Aparte de ello, a los españoles nos va mucho lo grotesco, lo esperpéntico, lo aberrante. Hay cierta semejanza entre Torrente y el esperpento de Valle Inclán o el realismo social de Berlanga, salvando grandes distancias de talento, creatividad y valor artístico, es obvio. Torrente es el "freaky" español contemporáneo por antonomasia. Es un colgado, un fracasado, una bola de sebo con cuatro pelos en la cabeza, mal vestido, mal hablado, putero, borracho, vago, cobarde. Su enfoque del sexo es totalmente soez (fetichismo por las bragas, gusto por la pornografía, recurso constante a la prostitución), frustrado (su "performance" sexual es lamentable), machista (la mujer como mero objeto) y, además, hipócrita y contradictorio (presume de masculinidad, zahiere la homosexualidad y, sin embargo, en alguna medida, la practica o la desea).

Creo que fuera de nuestras fronteras al público le resultará más bien infumable. La saga está llena de referencias a la realidad española, con apariciones estelares de personajes absolutamente desconocidos más allá de los Pirineos y, sobre todo, requiere esa disposición del alma que implica regocijarse en el esperpento, amar, en alguna medida, lo que debería causar rechazo.

Sin embargo, el antihéroe tampoco es patrimonio exclusivo español. Por ejemplo, hay una magnífica novela norteamericana, "La Conjura de los Necios" ("A Conspiracy of Dunces"), cuyo personaje central, Ignatius J. Reilly es un antihéroe. Es un colgado, un inútil, un tipo de treintatantos o "cuarenta y" que vive aún con su madre. Es sucio, guarro, rastrero, vil. Tiene la cabeza plagada de ideas inconexas, las cuales componen una ideología delirante. Es alguien que concentra, digamos, toda la conformación negativa que la sociedad norteamericana de aquel tiempo (creo que los 60 ó 70) podía causar sobre un individuo. Es despreciable en todo su ser, repugnante en su aspecto y costumbres y, sin embargo, despierta cierta simpatía y hasta ternura. El protagonista tiene hasta una estatua en Nueva Orléans, la ciudad donde transcurre la acción.

Por cierto, el autor de esa novela (John Kennedy Toole) se suicidó en 1969, a los 31 años, ante el rechazo contumaz de las editoriales a esta novela, la cual fue "descubierta" por el novelista Walker Percy , al que la madre del fallecido autor le insistió mucho en que leyera el manuscrito. Fue publicada en 1980, ganadora del premio Pullitzer 1981 y, a la postre, un best-seller mundial.


lunes, 7 de marzo de 2011

El discurso político: comicidad en estado puro.

Si eres de los que piensan que el discurso político contemporáneo es una bazofia y que la puesta en escena es grotesca, a buen seguro que te divertirá conocer este hecho (extraído de un magnífico blog, titulado la biblioteca de Babel). No tiene desperdicio.


"Otro caso particularmente memorable aparece el día en el que un político, cuyo discurso estaba siendo emitido a través de la televisión, era recibido con carjacadas y pitorreos en el sanatorio por parte de los pacientes con afasia verbal. Esta dolencia impide una comprensión cabal de lo que quiere decir un texto y los que la padecen, si quieren ser capaces de comunicarse, se obligan a tener que fijarse en los otros parámetros concomitantes de un discurso como la gestualidad o el tono de voz. Resultaba que la burlesca gestualidad y altísona voz del político era entendida por estos pacientes como un acto escénico hecho para reír.

También había allí, y con poética simetría, una mujer con afasia tonal incapaz de leer los tonos emocionales o escuchar los gestos connotantes de una persona y que, con su concentrada fijación sobre la simple lógica de un texto, asimismo encontraba deshilachado y absurdo el discurso del político.

Hay que preguntarse entonces porque la gente sana sí acaba hechizada con los políticos. Tal vez porque no atendemos ni a una dimensión ni a otra del discurso y esa desatención nos pierde, o tal vez porque socialmente toleramos la inverosimilitud dramática y la mentira piadosa en asuntos importantes o tal vez porque, como sugiere Sacks, simplemente deseamos ser engañados y no hay más."   http://hector1564.blogspot.com/

Según el DRAE, 

Bazofia,  (Del it. bazzoffia).

1. f. Mezcla de heces, sobras o desechos de comida.

2. f. Cosa soez, sucia y despreciable.

3. f. Comida poco apetitosa.

viernes, 4 de marzo de 2011

Reflexiones filosófico-futboleras: ¿Educación = Hipocresía? ¿Sinceridad = Mala educación?

Reflexiones filosófico-futboleras:
¿Educación = hipocresía; sinceridad = mala educación?

Ibrahimovic, tras su fracasado paso por el F.C. Barcelona, ha echado sapos y culebras contra Guardiola. Reincide en llamarlo, burlescamente, "el filósofo", atribuyéndole unas pretensiones intelectuales que excederían, con amplia holgura, de sus funciones y capacidades. La verdad es que para muchos el pretendido insulto se torna un halago en un mundo, el futbolístico, en el que sobran lugares comunes, tópicos, atavismo, palabras malsonantes, gritos  y apelaciones a la testosterona.

Sin embargo, no aprecio inclinaciones a la filosofía en Guardiola, sino en Mourinho. El portugués, noticia permanente, lo cual parece complacerle sobremanera, ha deslizado una idea filosófica de cierto calado. Se le acusa de maleducado, de faltón, de despectivo, altanero y ofensivo en sus manifestaciones relativas a colegas, equipos y jugadores rivales, árbitros, periodistas, algunos de sus jugadores, esto es, a todo el que se le cruza por delante.

El mismo ha ironizado sobre su papel de malo oficial y ha manifestado no estar a disgusto con ese rol.  Pero, como les ocurre a las personas que dicen no participar de la moral o ética dominante, de los valores de la tribu (en este caso, el respeto a los demás), de situarse por encima de lo que está bien y lo que está mal, en un momento dado se justifican, es decir, apelan a un criterio moral, aunque sea discrepante con el mayoritario. Es decir, que todos tendemos a justificarnos, a sostener nuestras acciones en un código ético, un conjunto de valores, una determinada visión de la moral, sea cual sea ésta, mayoritaria o minoritaria, de fundamento religioso o laico.

Hasta los más extremos defensores del relativismo moral y del consiguiente respeto a las costumbres de cada pueblo se contradicen -se apean del burro relativista- ante determinados hechos (p.ej. la ablación de clítorix o la lapidación de mujeres supuestamente infieles) y se ven impelidos a apelar a unas normas morales básicas de validez universal, en la forma de derechos humanos, como antaño se apelaba al Derecho Natural de fundamento divino.

En la línea de la necesidad humana de justificación de las propias acciones, el actual entrenador del Real Madrid ha dicho que la base o fundamento de sus ofensivas declaraciones es su sinceridad, su rechazo de la hipocresía: decir siempre y en todo momento lo que piensa. En otras palabras, el respeto a los demás, evitar ser ofensivos hacia los demás, guardar unas formas en el trato, la buena educación, en suma, son para Mourinho, en esencia, mera y pura hipocresía.

Alguien célebre, no exento de cinismo, creo que Oscar Wilde o George Bernard Shaw, dijo algo así como que si suprimimos la hipocresía se acaba con la vida en sociedad y, creo que no le faltaba razón. Bendita hipocresía la que impide que cada mañana en el rellano le digas a un vecino: la verdad es que no me apetecía empezar el día viéndote el careto porque me caes mal. La que te frena de que le digas a una transeúnte: ¡señora, pero con esa gordura suya, cómo se le ocurre ponerse esa ropa ceñida que tan mal le sienta! Hipocresía es empezar a recoger o no reponer las bebidas, en lugar de decirles a los invitados: largaros de una vez, que ya me he cansado de vuestra presencia y me quiero acostar. Y tantas otras cosas que nos hacen la vida más agradable, liman la aspereza y tosquedad en el trato, evitan tensiones, conflictos e incluso la violencia.

La sinceridad es, sin duda, importante y un valor; pero hay que saber distinguir. La sinceridad valiosa es la que renuncia al empleo de la mentira aunque de ello nos pudiera resultar un beneficio, la que implica tragarse el orgullo, la verdad que busca, ante todo, el bien ajeno. Sinceridad es, por ejemplo, reconocer que te has equivocado, admitir que has obrado mal, confesar una mentira anterior, decirle al camarero o al tendero que te ha cobrado de menos o que te ha dado vuelta de más. Sin embargo, no me parece una forma de sinceridad admisible la de ir diciéndole a todo el mundo lo que en realidad pensamos de ellos, despreocupándonos por completo de si ello les puede ofender o no.

Hace años en los EE.UU. se puso de moda un juego escolar consistente en que los alumnos escribían de forma anónima lo que pensaban de todos y cada uno de sus compañeros y luego el profesor iba leyendo como cada uno era percibido por los demás compañeros. Aquel juego resultó peligrosísimo. Muchos alumnos acababan sumamente dolidos, algunos prácticamente traumatizados, al comprobar como eran percibidos. La sinceridad absoluta es muy peligrosa, además de que su ejercicio en materia de juicio u opinión sobre los demás suele tender a destacar lo malo y no lo bueno.

Sinceridad sería, por poner algunos ejemplos "inocentes", reconocer que un determinado error arbitral te ha favorecido o que el calendario te ha otorgado más días de descanso que al rival y no sólo denunciar o quejarte cuando es al revés. Hipocresía, químicamente pura, es protestar contra Preciado (el entrenador del Sporting de Gijón) porque no alinea a varios titulares contra el Barça y defender que es absolutamente razonable cuando lo hace el entrenador de tu rival (Pellegrini en esta última jornada).

Quien dice ser sincero siempre y en todo momento, casi sin excepción miente y, si no, es probable que esté buscando una excusa para dar rienda suelta a una naturaleza borde, detrás de lo cual suele estar el pagar con otros las propias frustraciones o inadaptaciones.

Dice el refrán español que antes se coje a un mentiroso que a un cojo. Lo que no falla en quienes andan todo el día largando de unos y otros, y de sí mismos, es que incurren en evidentes contradicciones. De cualquier modo, con el permiso de Ibrahimovic, a mi sí me gustan los entrenadores "filósofos" y los que dejan caer alguna idea más o menos profunda. Son, por lo común, signos de inteligencia. Si encima saben formularlo con orden y belleza, como hace Valdano, mucho mejor. La pena es que Valdano está en un papel directivo donde no se aparta un milímetro del discurso oficialista, de lo políticamente correcto. Listo como es, se ha alejado de los banquillos, del frente, hacia más pacíficas zonas de retaguardia, Dignas de conocerse serían las chispas que han saltado entre estas dos personas (Mourinho y Valdano), de inteligencia superior a la media futbolística, que dicho sea de paso, me parece que no es ni peor ni mejor que la media nacional y universal.

Lo que no cabe duda es que para la masa social madridista, como ocurriría con cualquier otra, serán los títulos o la falta de ellos los que determinen si Mourinho es un ególatra superlativo o tiene una personalidad arrolladora y atrayente; un tipo de altanería intolerable o de sinceridad apabullante; alguien que denuncia injusticias o que busca, desesperadamente, excusas y cortinas de humo; una persona a la que persigue la polémica, como su sombra, o que la busca deliberada y pertinazmente; si es acorde con el estilo del Real Madrid o si mancilla su imagen. Es lo que tiene el partisanismo, que casa muy mal con la lejanía y el desapasionamiento que requiere el raciocinio, con la búsqueda, siquiera, de la inalcanzable objetividad.

Para ver lo que piensan sobre este "tema" otros (con más lectores) click below
http://www.elmundo.es/blogs/deportes/libredirecto/2011/03/02/yo-tambien-soy-hipocrita.html

Reseña de libros: "Los Días de Gloria" (Mario Conde)


LOS DÍAS DE GLORIA
Mario Conde


Me someteré un poco a las exigencias de la temática del blog y reseñaré este libro, uno de los que me trajeron los Reyes. Sí, me gusta hablar así, en vez de decir que me lo regalaron por Reyes. Me agrada mantener esa bella ficción tradicional que, por arte de magia y con una benévola apreciación de los méritos individuales, hace aparecer nuevas "posesiones" en nuestras casas cada 6 de enero. Además, hablar así me sirve para no meter la pata con los niños.

En este libro autobiográfico Mario Conde (MC) da cuenta de su visión de lo que fueron sus años de ascenso social y, finalmente, de la mortal estocada que recibió en forma de intervención de Banesto por parte del Banco de España. El libro se centra en el período en que el autor fue Presidente de Banesto (del 30-11-1987 al  28 de diciembre, de 1993, día de los Santos Inocentes). Hay diversas referencias a épocas posteriores y su vida se cuenta desde el momento presente, en forma de flashback; pero el grueso del libro lo ocupa el período mencionado, cuya esencia recoge muy bien el título.

El libro es un buen tocho (casi 850 páginas, de letra mediana, edición en tapa dura de Ediciones Martínez Roca, Grupo Planeta) y habrá quien se pregunte si las peripecias vitales de MC, mejor dicho, una parte de ellas, merecen que el lector les dedique tanto tiempo. Probablemente, para quienes no hayan vivido aquella época, ni hayan conocido la relevancia que MC tuvo en la sociedad española de entonces, el libro resulte aburrido, muy centrado en una persona que, previsiblemente, no les resultara importante. Y como medio para conocer cómo fue esa época, el libro es demasiado subjetivo, tanto en el sentido de centrarse en un personaje como por ofrecer sólo la interpretación de éste.

Parte del atractivo del libro es revivir tiempos pasados, un entregarse a esa sensación, tonta, pero agradable, que produce volver a oír nombres y sucesos que en su día nos interesaron y que hace mucho que no oímos mencionar. El récord en este campo lo ostenta un taxista madrileño que va escuchando grabaciones de programas de radio de la época de los graves casos de corrupción que acabaron por tumbar al gobierno de Felipe González, un tiempo que, cuenta a sus viajeros cuando estos se aperciben de que lo que parece la radio en directo es una grabación,  le resultaba fascinante. 

A mi juicio, el gran atractivo del libro es conocer de primera mano como es la vida en las alturas, como se cocinan las luchas por el poder económico y político en esa cúspide en que se juntan la política, la elite del mundo empresarial y los medios de comunicación. La retahila de personajes que desfilan por el libro es inagotable (el rey Don Juan Carlos, su padre Don Juan, Felipe González, José María Aznar, Polanco, Solchaga, Luis María Ansón, Mariano Rubio, "Pedrojota", etc.). Muchos de ellos, salen entre bastante y muy mal parados.

Pese a esos dos puntos favorables, reconozco que fueron bastantes los momentos en que leía a la vez que me cuestionaba si estaba empleando bien mi tiempo y mi memoria, llenándola con datos que ni siquiera sirven para ganar una partida de Trivial...

Estilísticamente el libro deja bastante que desear. Y cuando MC pretende hacer literatura, especialmente diálogos, pare unos párrafos, a veces páginas enteras, bastante malos. Usa con frecuencia expresiones vacuas y tan ramplonas que echan para atrás (del tipo "falso de toda falsedad", "malo de toda maldad"); pero nos sirven para conocer al personaje, un tanto teatrero, probablemente con un poco más de envoltorio que de sustancia, un buen vendedor, capaz de poner mucho énfasis en una idea relativamente sencilla, creando la sensación de que está diciendo algo profundo o iluminador. Aún así, por formación, carácter y capacidades intelectuales, MC está muy por encima de la inmensa mayor parte de los principales actores de nuestro presente político-mediático-empresarial.

Por otra parte, el libro no parece haber sido corregido con un mínimo de dedicación. Da la impresión de haber sido enviado a la imprenta aceleradamente. Hay algunos hechos o ideas que se repiten prácticamente con las mismas palabras pocas líneas después. Y si ha sido bien revisado es que MC confía poco en la atención y la memoria de sus lectores.

Sobre los datos que da y las tesis que sostiene MC no diré nada porque las reseñas que incurren en eso siempre me han parecido irrespetuosas con los posibles futuros lectores. Les privan de una parte importante del interés de la lectura.

Se nota que MC es una persona "vivida", que ha experimentado una vida dramática, plena de sobresaltos y emociones, en especial el fallecimiento de su anterior esposa, Lourdes Arroyo, un hombre que ha conocido las mullidas alfombras de los palacios y la dureza de la cárcel, como tantos grandes personajes de la historia. Está, sin duda, curtido en mil batallas y da muestras de sabiduría vital, como la relativización del éxito y del fracaso y de no importarle demasiado las opiniones ajenas.

Por eso, llama la atención que en tantas ocasiones se califique a sí mismo de persona inteligente y brillante, así como que incida, de manera ridícula -por la hipérbole y la reiteración-, en su condición de abogado del estado y los méritos que adornan a todo miembro (en activo o en excedencia) de ese cuerpo. Habría que recordarle la vieja máxima ("stultus se laudat" = el necio se alaba). Por otra parte, quien haya conocido un número no desdeñable de abogados del estado, como quien suscribe, sabrá que entre ellos, como pasa con cualquier colectivo, "hay de todo, como en botica", sin perjuicio de que predominen las personas capacitadas y con buenos conocimientos jurídicos... "Suum cuique tribuere" (más o menos, dar a cada uno lo suyo).

En resumen, un libro ni aconsejable, ni desaconsejable. Dependerá, en gran medida, de los intereses del lector y, tanto o más, de su fecha de nacimiento.