jueves, 26 de enero de 2012

Un apunte sobre el nacionalismo catalán

Mi visión personal y a vuela pluma sobre el nacionalismo catalán, con alguna referencia tangencial al vasco. No pasa de ser un apunte y, como se decía en los dictámenes jurídicos hasta hace no muchos años, lo "someto gustoso a cualquier otro parecer mejor fundado"; pero ahí lo dejo, en la inmensa galaxia cibernética, "to whom it may concern".

Hace ya algunos meses, demasiados incluso, un amigo muy querido me envió un artículo de Alfonso Ussía, que llevaba por título "El Niño Oriol", y en el que el satírico columnista y escritor glosaba una comida con la familia Pujol. Su lectura me hizo pensar, otra vez, en el nacionalismo catalán, un tema recurrente en la vida española (y lo que nos queda) y que, por razones biográficas, familiares y, en consecuencia, también afectivas, me concierne especialmente. Y, a raíz de ello, lo que empezó siendo un correo electrónico se convirtió en un borrador de artículo que hoy he terminado.Un correo que empezaba así. 


Divertido artículo de Ussía, sí, aunque dudo de la autenticidad íntegra de la anécdota de la comida. Parece más bien una exageración cómica, una ficción a partir de algún elemento real. Por ejemplo, o "verbi gratia" que dicen los más cursis, puede ser tan sólo que el jamón se lo pusieran los emperifollados camareros más a mano al meu amic y Molt Honorable Jordi Pujol y que aquel, presa de una torrencial e incontrolable segregación de jugos gástricos, a la vista y aroma de un excelente y españolísimo jamón serrano –quizá de Jabugo, es decir, de la "atrasada y holgazana Andalucía" o de Guijuelo, de la "cerril y montaraz" Castilla, la del pelo de la Dehesa, por más señas–, se llevara, sin apenas darse cuenta de ello, la parte del león.

Mas todo es posible. Bonita, aunque arcaizante, conjunción adversativa la del apellido del "Rey Arturo de Cataluña". La quitaron del Padre Nuestro hace unos años y la sustituyeron por la vulgar conjunción copulativa "y" ("y líbranos, Señor, del mal"). De cualquier modo, todas nuestras "denuncias" son inútiles, aunque sean muy loables moralmente, más que nada por las tergiversaciones, falsedades, adulteraciones históricas, mixtificaciones, mentiras e hipocresías que abundan en el sustrato ideológico de los nacionalistas vascos y catalanes. Querer ser independiente es de todo punto legítimo; pero engañar no lo es. Y dejarse engañarse por pereza, comodidad, pusilanimidad, beneficio económico o un sentimiento tribal de pertenencia a un clan supuestamente amenazado por un enemigo exterior, tampoco lo es.


Sin embargo, ambos movimientos políticos se vienen llevando el agua a su molino desde hace ya 30 años y seguirán haciéndolo. Su estrategia es demoledora. Resultan con frecuencia decisivos para la formación de mayorías estables en las Cortes, favorecidos por una ley electoral que prima la concentración geográfica del voto. Aparte, con el control absoluto de la educación, de las televisiones autonómicas y de las licencias de las emisoras de radio, vienen formando conciencias a su antojo y tienen, por ello, ganada la batalla ideológica en el largo plazo, como ya se va viendo.

Añádase una innegable base previa histórica de sentimiento nacionalista en una parte de la población de esos territorios y que la mayoría de sus habitantes, como ocurre en todas partes, se deja llevar. Ni tiene energías, ni tiempo, ni, en bastantes casos, capacidad para formarse un sentido crítico y alcanzar ideas propias (como pasa en todas partes, por supuesto). Hay que informarse pluralmente, leer, pensar y ser valiente para tener unas ideas que vayan a contracorriente de un discurso oficial tan machaconamente reiterado y tan eficazmente instrumentado. Resulta agotador vivir todo el día alerta y defendiéndose de la inoculación del virus nacionalista. Y someter el discurso dominante a un constante ejercicio de duda metódica, y no digamos llegar a la conclusión, y mantenerse en ella, de su error o falsedad, ha de generar una sensación de alienación y extrañamiento difcícilmente tolerables (quien esté en esa situación debe acabar sintiéndose como el protagonista de la película "El Show de Truman" cuando descubrió que su vida entera era un simulacro de vida, un mundo de ficción creado para ser retransmitido por televisión). Es muy incómodo y, en muchas esferas controladas por el poder, económicamente ruinoso y garantía de marginación. Un suicidio social, en definitiva.

Además, el nacionalismo catalán es rentable económicamente, vive en estado permanente de demanda de fondos, siempre esgrime un supuesto maltrato económico porque Cataluña aporta a la Hacienda de la Administración General del Estado más de lo que recibe, como también les pasa a otras Comunidades Autónomas y, en un manifiesto ejercicio de cinismo, muchos políticos nacionalistas catalanes sostienen que sus reivindicaciones no se oponen a la solidaridad interterritorial que proclama nuestra Constitución y, con frecuencia, arañan algo.

Algunos pocos vascos o catalanes destacados, como Albert Boadella, Juanjo Puigcorbé, Arcadi Espada, Jon Juaristi, Rosa Díez o Nicolás Redondo (hijo) y una pequeña parte de la ciudadanía, algunos actuando incluso de forma heroica, se han atrevido a discrepar del credo nacionalista imperante, muchas veces simplemente a reclamar el respeto de la Constitución y las leyes, y una parte de ellos lo han pagado muy caro, con la marginación profesional y social, la consideración pública de renegados, de traidores a la causa, hasta verse forzados al destierro y ser considerados después como una suerte de marionetas al servicio del centralismo, personas que le bailan el agua a "Madrit", "ninots" que el españolismo más recalcitrante exhibe como prueba de la existencia de una especie de dictadura encubierta del nacionalismo, de la ausencia de una verdadera libertad de pensamiento y opinión.

Por otra parte, no se puede negar que el nacionalismo catalán también es fomentado desde fuera de Cataluña, puesto que existe, desde hace muchísimo tiempo, un cierto prejuicio hacia los catalanes en otras partes de España, a los que se atribuyen rasgos negativos y absolutamente tópicos como el ser tacaños, antipáticos, egoístas o interesados. También el terrorismo de ETA ha causado profundos daños en el afecto del resto de los españoles hacia los vascos, al menos, la duda de si este o aquel serán de los vascos que están a favor o en contra de ETA. 


El españolismo rancio y furibundo, el de los que quisieran ver prácticamente proscrito el uso del catalán y del eusquera y esgrimen beligerantes la rojigualda como una enseña que excluye en lugar de incluir, también contribuye de manera no desdeñable a reforzar el sentimiento separatista de bastantes vascos y catalanes. El españolismo atrabiliario y asilvestrado de quienes les gritan en los estadios a los jugadores de los equipos vascos o catalanes "no son españoles, son hijos de puta". El españolismo populachero y hortera de quienes cuando les ganan se ponen a entonar la melodía con ritmo de pasodoble del "Que viva España" de Manolo Escobar. Ese comportamiento salvaje y absurdo que, contra la lógica más elemental, afirma que vascos y catalanes no son españoles y, al mismo tiempo, quieren que lo sean y lo sientan y que para "estimularles" a ello los embadurna con los insultos más groseros y primarios. Pero, en fin, el odio visceral que con frecuencia tiene asiento en los estadios de fútbol no usa los mismos circuitos cerebrales que el pensamiento racional, lo mismo en el Nou Camp que en el Bernabéu o en el Carlos Belmonte (el estadio del Albacete Balompié), por citar un ejemplo cualquiera.

Hablar del nacionalismo catalán con muchos catalanes es meterse en un terreno donde las susceptibilidades están a flor de piel y, con frecuencia, se percibe una reacción defensiva visceral que impide todo debate sereno. Algunos llegan a negar las evidencias más absolutas como, por ejemplo, el papel totalmente residual del castellano en la enseñanza escolar, convertido en una asignatura más, como el inglés o las matemáticas, para acto seguido defender que el castellano lo aprenden fuera de la escuela, por otros medios. Y, en efecto, los niños educados bajo ese sistema hablan el castellano, muchas veces bastante mal, pero lo hablan y lo entienden. Uno se pregunta cómo lo leen y lo escriben, facetas esenciales para poseer de verdad un idioma y que difícilmente se adquieren fuera de la escuela. 


La defensa frente a la denuncia de esa grave deficiencia del modelo educativo catalán de "inmersión lingüística" la hizo el propio Artur Mas refiriéndose a que también en otras comunidades autónomas no bilingües muchos alumnos hablan, leen y escriben mal el castellano. El President demostró tener muy pocas aspiraciones para los alumnos catalanes y olvidó aquello tan sabido de "mal de muchos, consuelo de tontos".


También se percibe la reacción de rechazo a la injerencia. "Esto es cosa nuestra" y "vosotros" no sois nadie para decirnos a los catalanes lo que tenemos que hacer. Una traslación del lema abortista "nosotras parimos, nosotras decidimos" al terreno de la integración o separación de Cataluña y el resto de España. La respuesta irritada que produce el que alguien se meta a tratar de gobernar nuestras vidas. Pero tampoco se respeta mucho a los catalanes que discrepan, a los que se apartan del dogma nacionalista y han sido innumerables los casos en que ha habido acoso, insultos y hasta agresiones a quienes han defendido públicamente la españolidad de Cataluña. Se minimiza el hecho, se imputa a los radicales que hay en todas partes ("the lunatic fringe", "el fleco demencial", según traducción de Julián Marías) y se mira para otra parte.


Cataluña tiene muchas cosas admirables. Por citar una de ahora mismo, aunque elemental, tiene al Barça en el cenit de su historia. Un equipo que ha maravillado al mundo con su juego exquisito, un club basado en la cantera, que ha sido clave en que la selección española haya sido campeona del mundo, un equipo que se muestra humilde en la victoria, unido como una piña, premiado en diversas ocasiones por su juego limpio, dirigido por una persona mesurada, serena e inteligente y, a la vez, apasionada, como es Josep Guardiola, cuya actitud ejemplar está contraste diario con la de otro famoso entrenador ibérico "de cuyo nombre no quiero acordarme". Guardiola es un entrenador capaz de actos de tanta calidad humana y tan inusitados en el fútbol super-profesionalizado e hiper-mercantilizado de hoy día como el de alinear al portero suplente, Pinto, en la Copa del Rey para que también tenga la oportunidad de jugar con cierta regularidad, lo mismo ante el Hospitalet que ante el Real Madrid y en la mismísima final del año pasado en Valencia, aun sabiendo a ciencia cierta que la mejor opción, con criterios puramente utilitaristas o prácticos, es alinear a Víctor Valdés. Una persona que contribuye a la concordia y al civismo frente a la permanente siembra de cizaña del colega al que no quiero nombrar.


En fin, me consta que sin siquiera salir del círculo de personas muy allegadas, las hay que  discrepan totalmente de mi visión del fenómeno del nacionalismo catalán. Creen que quienes así pensamos vemos fantasmas, que nos hacemos la idea de un ogro terrible que no lo es tal. A la vista de las reacciones que he observado al tratar este tema con familiares, amigos, conocidos e interlocutores casuales, pienso incluso que hasta pueden soliviantarse al leer algunos fragmentos de este artículo. Pero si escribo sobre este tema es porque Cataluña me importa y me produce tristeza y me parece un error la deriva nacionalista que tomó hace ya algún tiempo, en la que sigue avanzando y a la que, con distintos grados de compromiso, se ha unido la casi totalidad del espectro político catalán, a medida que se da el relevo generacional y los nuevos políticos han crecido ya en un ecosistema en el que impera, cual monarca absoluto, el "dogma" de la nación catalana y la negación de la pertenencia de Cataluña a la nación española, cuya existencia llega incluso a negarse por algunos.


Esta exaltación nacionalista, muy aldeana y sumamente autocomplaciente, supone una limitación radical de las posibilidades de Cataluña, la está aislando por las barreras de todo tipo que conlleva, está consumiendo buena parte de las energías de los catalanes y es el carro al que se sube la ambición desmedida de muchos políticos ramplones, de muy cortas miras y a los que sirve de señuelo para que muchos aprieten las filas en torno a ellos acríticamente.


Nota del 18 de marzo de 2012. Busco en Google quién es Félix de Azúa, tras leer un artículo suyo en El País que nada tiene que ver con el nacionalismo catalán y me encuentro con que este poeta, novelista y ensayista catalán, también se larga de Cataluña, harto del "monólogo del nacionalismo catalán" y del odio al castellano. Se niega a que su futura hija sea educada en ese ambiente.

Félix de Azúa, otro exiliado del totalitarismo del nacionalismo catalán

El nacionalismo es la peor construcción del hombre" (Mario Vargas Llosa)

Etimologías (II): hacerse el sueco, despedirse a la francesa, presente griego y puntualidad británica.

¿Quieres saber por qué se dice "hacerse el sueco" o "despedirse a la francesa"? ¿Sabes lo que significa un "presente griego" y por qué se ha acuñado esa expresión? ¿Sabes lo que quiere decir "puntualidad inglesa"?


Este artículo explica el significado y, sobre todo, el origen de las expresiones del idioma español "hacerse el sueco", "despedirse a la francesa", "un presente griego" y "puntualidad inglesa". A veces, sólo lo intenta, dada la incertidumbre que rodea al origen de la expresión en cuestión. De paso, contiene alguna reflexión, no demasiado ambiciosa y desde el más puro y ufano diletantismo, sobre lo que supone pensar sobre una lengua.

 
Wikipedia. La torre de Babel, obra de Pieter Brueghel el Viejo

Hoy sigo a vueltas con el idioma y voy a etimologizar otro poco. A fin de cuentas, reflexionar e indagar sobre nuestro idioma es analizar nuestro pensamiento, nuestros esquemas mentales, ideas comunes o prejuicios de aceptación generalizada o, cuando menos, inculcados desde la cuna por obra del idioma mismo y, muchas veces, acríticamente aceptados e internalizados.

Cualquier indagación sobre el idioma, por superficial que sea, supone penetrar en la forma de ser y la concepción que una determinada colectividad tiene del mundo y de la persona. Esa colectividad es la de los hispanohablantes en nuestro caso, con todas las diferencias que se dan dentro de un grupo humano tan numeroso, muy extendido geográficamente y con grandes diferencias históricas y culturales, las cuales tienen su reflejo en las considerables diferencias regionales del español. 

Pararse a pensar sobre el idioma, preguntarse por qué un grupo humano se expresa de determinada manera es, en alguna medida, adentrarse en la Weltanschauung (Welt, "mundo", y anschauen, "observar) o cosmovisión de los hablantes de esa lengua. Y, en todo caso, supone conocerlos un poco mejor o, al menos, intentarlo. También se convierte, como ocurre con algunas de las expresiones que aquí se analizan, en una pequeña lección de historia. El animal es biológico y el ser humano histórico, se ha dicho, lo cual puede ser una simplificación muy reduccionista de la complejidad del ser humano; pero no deja de tener su parte de verdad.


En el español, como ocurre también en otros idiomas, hay expresiones que hacen referencia a costumbres o actitudes, reales o supuestas, de las personas naturales de un determinado país: franceses y suecos en el caso de las expresiones que hoy voy a analizar ("despedirse a la francesa" y "hacerse el sueco"). Otras veces se trata de un simple adjetivo que tiene su origen en un hecho histórico, como es el caso de la expresión "un presente griego" o, simplemente, de un adjetivo que a fuerza de un uso extendido y reiterado se ha convertido en una expresión hecha, de uso muy frecuente (p.ej. "puntualidad inglesa o británica").

Vamos a ver, seguidamente, el significado y origen (cuando ello es posible) de esas expresiones: hacerse el sueco, despedirse a la francesa, un regalo o presente griego y puntualidad británica o inglesa.



(i) Hacerse el sueco

De las cuatro expresiones analizadas, esta es sin duda la de origen más incierto.

Hacerse el sueco significa "desentenderse de algo o fingir que no se oye, ve o entiende" (cfr. Diccionario de Uso del Español Actual "Clave", Editorial SM), "desentenderse de una cosa; fingir que no se entiende" (DRAE, 21ª Edición, Espasa Calpe). Procediendo de esa manera se elude una obligación, deber o responsabilidad, se evita una situación perjudicial, molesta, difícil o conflictiva.

Al parecer, la expresión es utilizada tanto en Hispanoamérica como en España, pero tiene un uso más frecuente en esta última. Se cree que la primera aparición literaria de este modismo tuvo lugar en 1841, en la obra teatral "dios los cría y ellos se juntan"de Manuel Bretón de los Herreros.

Existen muy diversas teorías sobre esta expresión. De manera muy resumida, apunto las siguientes:

1.- Se refiere a los habitantes de Sueca (Valencia), campesinos, cultivadores de arroz, tildados de paletos por los habitantes de la capital y que cuando acudían a ella no se enteraban de nada o hacían como que no se enteraban. Esta teoría resulta un tanto cómica y es inverosímil. Por lo pronto, el gentilicio de los habitantes de Sueca es suecano (suecá en valenciano), según Wikipedia.

2.- Deriva de la palabra latina "soccus", especie de zapato, similar al zueco, usado por los actores cómicos griegos y romanos que representaban a los personajes vulgares, de poco entendimiento y que, por tanto, no se enteraban de nada. 

3.- Deriva de la palabra árabe "suqat" que significa desecho, objeto inútil y que habría dado origen a la palabra "zoquete", esto es, persona torpe, inútil, de poco entendimiento. De ahí que la otra supuesta evolución del vocablo árabe, a "sueco", aluda también a la idea de no enterarse o no entender, aunque sea de forma fingida.

4.- Tiene su origen en la conducta de los suecos en algún momento histórico en que tuvieron relación más estrecha con España.

Pudo ser en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) en la que las diferencias religiosas enfrentaron, entre otros, a España y Suecia y haría alusión a la actitud de los prisioneros suecos durante los interrogatorios de los soldados españoles. Los soldados suecos al no entender el español o hacer que no lo entendían eran finalmente puestos en libertad. También hay quienes sostienen que la expresión se debe a la neutralidad sueca en diversos momentos históricos y, por tanto, la expresión alude a la actitud elusiva de una situación molesta, complicada o perjudicial, al desentenderse de ella, a hacer como que no va con uno.

También se ha fijado el origen de esa expresión en la época de intenso comercio del vino de Jerez entre Inglaterra y España, en la que algunos barcos ingleses que se abastecían en Cádiz enarbolaban bandera sueca para poder seguir comerciando en los períodos en que las relaciones entre España e Inglaterra eran especialmente tensas.

Hay incluso quienes sostienen que el origen de la expresión está en la actitud de las turistas de aquel país que en los años sesenta sufrían el incesante acoso del sexualmente reprimido "macho ibérico", al que evitaban haciendo como que no le oían o no le entendían (teoría extraordinariamente peregrina, tan cómica como la propia situación y su reiterado tratamiento cinematográfico y que es refutada por el primer uso literario la expresión que data de 1841, según se ha mencionado antes).

5.- Deriva de la palabra latina "soccus" (tronco, tocón). El tronco representaría la insensibilidad máxima, esto es, la misma idea que subyace en la expresión "dormir como un tronco", estado en el que el sujeto se encuentra en un aislamiento total y no se entera de nada de lo que pasa a su alrededor. Eso enlazaría con la idea de hacerse el tronco cuando se hace como que no se ve, oye o entiende algo. Esta hipótesis no me resulta demasiado convincente, pero es una idea que se me ha ocurrido al pensar sobre esta cuestión y ahí la dejo. Reclamo su autoría, si nadie más la ha sostenido previamente.

Quienes quieran saber más sobre las posibles explicaciones de la expresión "hacerse el sueco", pueden leer el trabajo de Fernando Álvarez Montalbán, profesor de español de la Universidad de Upsala (Suecia), que ha sido mi fuente principal para esta parte de mi entrada.


(ii) Despedirse a la Francesa (o marcharse o irse).

Despedirse, marcharse o irse a la francesa significa hacerlo repentinamente, sin decir una palabra de despedida (DRAE). Se usa normalmente a modo de reproche, para reprobar el comportamiento de alguien que, sin despedida alguna, se retira de una reunión. En el caso de la variante "despedirse a la francesa" se observa la paradoja que supone referirse a despedirse, para una acción que consiste precisamente en no hacerlo, justamente en la omisión del saludo. El lenguaje se vale claramente de una ironía, en ese caso. 

La expresión tiene, al parecer, su origen en la Francia del siglo XVIII donde surgió una moda, uso o hábito social entre las personas de la alta sociedad consistente en retirarse del lugar en el que se estaba desarrollando una reunión o velada sin despedirse de nadie, incluidos los anfitriones. Dicho hábito llegó a tal grado de vigencia que era considerado un rasgo de mala educación y estaba, por tanto, muy mal visto, saludar en el momento de la partida. Nada se objetaba, por ejemplo, a que la persona mirase el reloj para dar a entender la razón por la que debía retirarse, pero de ninguna manera se veía con buenos ojos que el asistente saludase antes de ausentarse, interrumpiendo la conversación de los anfitriones o de otros invitados. Esta costumbre dio origen en Francia al dicho sans adieu (sin adiós).

Sea como fuere, lo cierto es que surgió y prendió en el español la frase "despedirse a la francesa" con el sentido peyorativo ya mencionado, justamente como crítica o censura de ese mismo comportamiento que en la Francia dieciochesca fue toda una señal de distinción para las personas de la alta sociedad. Y no solamente pasó con ese sentido al español, pues también el inglés recogió la expresión con el mismo sentido de reprobación y así encontramos to leave without saying goodbye o to take French leave, es decir, marcharse sin decir adiós, marcharse, largarse o irse a la francesa. Claro que al difundirse esta expresión inglesa, también crítica con ese comportamiento que se atribuía a los franceses, éstos, que se supone ya debían haber modificado sus costumbres en el ínterin o quién sabe si con gran cisnismo, se lo devolvieron a los ingleses y así ese comportamiento pasó al francés como filer à l´anglaise (literalmente, largarse a la inglesa, esto es, irse pitando, rápidamente y sin despedirse). Como vemos, el supuesto mal hábito se atribuía siempre al otro, a la nación vecina, y cruzó el Canal de la Mancha en ambas direcciones.


(iii) Un presente griego

Por su parte, un presente griego quiere decir un regalo que resulta muy caro y ruinoso para el que lo recibe, un obsequio que conlleva molestias, cargas y preocupaciones para su destinatario, incluso hasta el punto de provocar su misma destrucción o muerte.

Su origen está en el archiconocido Caballo de Troya, esto es, el artilugio/ardid del que los griegos se valieron para conquistar Troya. Después de diez años de asedio ante los muros de Troya, sin conseguir tomarla, se le ocurrió a Odiseo o a Atenea (hay incertidumbre al respecto) una estratagema para lograrlo. Concertó una tregua y ofreció a los troyanos un enorme caballo de madera que dijo ser voto hecho a los dioses. Dadas su grandes dimensiones, para introducirlo en la ciudad fue preciso derribar parte de la muralla, pues no cabía por las puertas. Además, en su vientre iban escondidos varios guerreros, escogidos entre los más valientes. Al llegar la noche, salieron de su encierro y, abriendo las puertas de la ciudad, dieron entrada a las tropas griegas que también penetraron en tropel por el boquete hecho en la muralla para introducir el célebre caballo.


(iv) Puntualidad inglesa

Puntualidad inglesa es "la muy exacta y precisa" (Diccionario Clave, Editorial SM). Una de las acepciones de puntualidad, la primera por ser más exactos, que recoge el DRAE (online) es el "cuidado y diligencia en llegar a un lugar o partir de él a la hora convenida". Y los ingleses siempre han tenido fama de comportarse de ese modo, de andar siempre pendientes de la hora y de mostrarse intolerantes con la falta de puntualidad. 

La preocupación por la puntualidad y propensión a ella de los ingleses fue retratada literariamente por Julio Verne, quien hizo de la misma uno de los rasgos más definitorios, si no el que más, de Phileas Fogg, el archiconocido protagonista de "La Vuelta al Mundo en Ochenta Días", al que caricaturiza por su obsesivo afán y aspiración de puntualidad.   


Si te ha interesado este artículo, puede que también te interese también este otro sobre el origen y significado de la expresión "como quien oye llover".


NOTA.- Mi agradecimiento por anticipado a cualquier lector que quiera completar o rectificar las teorías expuestas sobre el incierto origen de la expresión "hacerse el sueco". Puede  escribirme a: librosfutbolpoliticaymas@gmail.com

jueves, 19 de enero de 2012

Necrológica. Maximiana Alonso Martínez. Mi abuela.

Mi abuela, como nos ocurrirá previsiblemente a casi todos los demás, no tendrá una necrológica en ningún periódico. Si su muerte aparece en prensa, será en letra diminuta, en la larga lista de los fallecidos en un día determinado en una gran ciudad. Más aún, si la lista es sólo de los fallecidos en la capital, ni siquiera eso, pues vivía en un municipio del extrarradio. Sin embargo, su vida ha sido fértil, como fértil y mucho, fue ella misma. Deja huella, deja una impronta, la familia más unida que haya conocido, sin desavenencia alguna, una multitudinaria familia, de la que ella era el centro, un centro discreto, sin alardes, ni autoritarismos, pero el centro absoluto. Una familia que la amaba y admiraba, que hoy llora serenamente el final de su larga vida y que a buen seguro va a vivir con ella en el recuerdo, conversando con ella imaginariamente, pensando en que le habría parecido esto o aquello, en cómo le habría gustado, o disgustado, los grandes o pequeños acontecimientos familiares que ocurran a partir de hoy, ya sin su presencia, Y, además, no le va a faltar una necrológica, escrita por devoción y no por obligación, probablemente con pocos, pero muy sentidos lectores.

Adiós, Abuela

Foto: Mi madre con mis abuelos, el día de la boda de mis padres, en 1967.


Esta madrugada ha muerto mi abuela, Maximiana Alonso Martínez, hija de Hipólito y Eustaquia, natural de Altarejos (Cuenca). Tenía 93 años. Tuvo diez hijos: ocho mujeres y dos varones. Ha sobrevivido a dos de sus hijas. Deja, pues, en este mundo, ocho hijos que la adoraban, por los que se entregó al máximo y que se dirigían y referían a ella como "madre", con ese habla antigua y recia de los pueblos. Su estirpe se compone también de veintitantos nietos y unos cuantos bisnietos, grado que inauguró mi hija mayor, en vísperas del siglo XXI. Era viuda desde hace cerca de 20 años. Su cuerpo, algo menudo, delgado y fibroso aguantó con fortaleza trabajos en el campo, partos -de los de entonces, en casa y sin nada que aliviara el dolor-, crianzas, peritonitis, fracturas de huesos y muchos achaques de la vejez. Desde hace unos pocos años le costaba mucho moverse y vivía sin salir de casa. Mantuvo la lucidez hasta hace no mucho. 

Todos sus seres queridos sentimos mucho su pérdida, pero aceptamos que había llegado su hora. Su vida había empezado ya a ser una no vida. Y, sobre todo, nos deja el recuerdo del amor que prodigaba a toda la familia. Nos queda el recuerdo de su sentido de la justicia, sus convicciones profundas sobre la justicia social y su rechazo de las tremebundas desigualdades económicas que hay en el mundo, de su capacidad de sacrificio, de su espíritu austero, que no ansiaba nunca la comodidad, ni el lujo. Como Sócrates, que quizás no supiese bien quién era, pensaba que el mundo estaba lleno de cosas que no necesitaba y que nos afanamos absurdamente por poseer. 

Pero la austeridad la quería para ella, le era en realidad consustancial, y disfrutaba con el progreso económico de sus hijos y nietos. Siempre deseaba para ellos y, a veces les recomendaba, aunque no era de esas personas machaconamente consejeras, la supresión de todo gasto superfluo y la seguridad de unos ahorros. Había vivido épocas de gran estrechez, de cambios repentinos y tenía acendrada esa idea de guardar para el día de mañana, por lo que pueda pasar. Dinero en "la cartilla", una casa pagada, sin deudas, un trabajo fijo para toda la vida, nada de riesgos: la seguridad por principio. También tenía muchos miedos que han pasado a sus hijos y, en alguna medida, a sus nietos, aunque era a la vez valerosa y una persona curtida, con mucha capacidad para soportar el dolor y las adversidades de la vida. El avión era para ella el summum del riesgo, dijeran lo que dijesen las estadísticas. Para Vd. los viajes "en burro y con los pies cerca del suelo", como le decía mi padre, al que quiso mucho y que le correspondía. Mi padre la bautizó como "Santa Maximiana de Altarejos", para que luego digan de la relación entre suegra y yerno. 

Anidaba en ella un cierto sentido trágico de la vida, la idea de que lo natural en el mundo es sufrir. Era muy sensible hacia toda forma de injusticia, en especial hacia las diferencias entre ricos y pobres, que le parecían la demostración de que el mundo era un desastre. Le salía del alma solidarizarse o sentir empatía (neologismos o modismos que jamás habría empleado ella) con todos los oprimidos y con cualquier forma de sufrimiento. Jamás pudo ver con indiferencia esas noticias horribles de las que nos informa la televisión. 




Foto: Foto de mis abuelos el día de su boda, celebrada el 20 de noviembre de 1938. 
Uno de los cuadros que han colgado per secula seculorum de las paredes del salón de su casa.
Es "foto de foto", de ahí la mala resolución.

Nació en 1918, justo una semana después de que terminara la Primera Guerra Mundial, cuando la Guerra del Rif aún se estaba desarrollando.Vivió la dictadura del general Primo de Rivera, la Dictablanda, la Segunda República, la Guerra Civil, en la que luchó mi abuelo, creo que lo menos que pudo y pensando que aquella locura no iba con él, refractario como era a los ideales políticos, a las causas más o menos abstractas, hasta el punto de que no sé siquiera en qué bando luchó. Mi abuela vivió todo el franquismo, la transición, el 23-F y dos estatutos de Cataluña, donde residía, tras haber emigrado de su pueblo a la periferia de Barcelona, huyendo del negro horizonte económico que presentaba el bar y tienda que mi abuelo había montado y su pueblo, en general y todo el campo entonces. Se marcharon con la esperanza de una vida mejor en una Cataluña que crecía a toda velocidad, en pleno "desarrollismo" de los años sesenta. Una época en la que mi madre, la tercera de sus hijos, trabajaba jornadas larguísimas, de lacerantes madrugones, inacabables y extenuantes, de lunes a domingo, en múltiples empleos, para ayudar a sacar adelante a toda la familia y poder pagar el piso de mis abuelos. 

Foto: Mis abuelos con sus diez hijos (entre ellos, mi madre, arriba, segunda por la derecha), en el salón de su casa, el día de la boda de mi tía Estrella. Nadie se percató de que había una antiestética bolsa de plástico sobre la mesa...


Desde que me acerqué al umbral de la edad adulta, mi abuela me dio la impresión de que vivía como trasterrada, de ser una de esas personas que están en un sitio físicamente y mentalmente en otro, del cual tuvieron que partir contra su voluntad. Son personas que han parado su reloj, que se cierran interiormente a toda experiencia de su nueva vida, que se rebelan así íntimamente contra esa doliente mudanza forzosa y evocan constantemente lo vivido en el pueblo, el sitio donde estaban sus raíces, el lugar del que no hubieran querido irse. Desubicada, pero jamás indolente u ociosa, sin abdicar en ningún momento del cuidado del marido, de los hijos y de la casa, entregada en cuerpo y alma a ello, en ese trabajo repetitivo, que nunca se acaba, que no entiende de horarios, ni de festivos y que no genera salarios, ni pensión de jubilación; pero que llenó su vida porque lo hizo con todo su amor. 


Su casa estaba en Cornellá, pero podría haber estado en Sebastopol o en la luna y lo mismo le hubiera dado. Su corazón estaba en el pueblo, al que sin embargo volvió muy pocas veces. No le gustaba nada viajar y quizá, en el fondo, temiese sucumbir a la nostalgia. Los hechos del pueblo, fallecimientos, repartos de herencia y los asuntos de tierras, tales como lindes, arrendamientos rústicos y similares eran vividos por ella con una gran intensidad, mucho mayor que los hechos de la ciudad. Barcelona estaba para ella más lejos que para mi, que vivo en Madrid. Creo que vio el mar muy pocas veces. Era de esas gentes del mismo pueblo que se buscan en el mismo barrio obrero de la gran ciudad, al que llegaron los unos atraídos por los otros, haciendo algo que ahora llaman con engolamiento "networking" en las escuelas de negocios y presentan como una gran descubrimiento; gentes que rememoran anécdotas y costumbres de otro tiempo, de un tiempo ya perdido, personas que gustan de recordar las genealogías de unos y otros, con sus consiguientes parentescos y también viejas rencillas, motes, sambenitos y malediciencias, aunque mi abuela, por su natural bondadoso, no participaba de estas últimas. 

La guerra fue un acontecimiento central en la vida de mi abuela, como en la de los españoles de su tiempo, hasta el punto de que jamás necesitan añadirle el adjetivo civil. En cierto momento de esa guerra, mi abuelo, que fue combatiente, se largó de donde estaba destinado y se fue al pueblo a ver a su novia, unos tramos a pie y otros apañándose algún medio de transporte. Esa indisciplina, creo, no recibió castigo, bien por no ser descubierto, bien porque dio con un superior benigno y comprensivo. No lo sé. ¿Se sabrá bien esa anécdota mi madre o alguno de mis tíos o, por el contrario, esa historia se acaba con mi abuela? Según escribo esto, pienso en que me gustaría que mi abuela me la contara con todo detalle, con su lenguaje muy distinto del mío, un lenguaje que no era propiamente culto, pero sí muy rico y preciso, con algunas palabras antiguas, restos de un castellano viejo que se pierde inexorablemente y con el que se comunicaba con gran eficacia. 


Tenía en el físico y en las maneras una distinción natural, una naturaleza discreta y elegante, algo que no tiene nada que ver con la ropa, pues vestía con sencillez y la recuerdo guardando luto desde que tengo uso de razón. Una elegancia compartida con todos los hermanos de ella a los que he conocido. Jamás le oí una vulgaridad, obscenidad o chabacanería y no era nada ñoña. No pienso que se impusiera a sí misma comportarse de esa manera, ni que siguiera unos determinados principios, tampoco que tuviera aspiración alguna de parecer elegante o distinguida, sino que esa era su naturaleza, le salía solo. 

Mi abuela no era muy religiosa. No frecuentaba la iglesia, aunque imagino que en el pueblo no faltaría, como tantos otros, a la misa dominical y pienso que sí creía en Dios. Le parecía una incoherencia radical que Jesucristo hubiese ensalzado la pobreza y el deber de ayudar a los pobres y que la alta jerarquía eclesiástica viviese con opulencia, habiendo tantos necesitados en el mundo. Recelaba de muchas cosas de la modernidad: de la sucesión de novios y parejas, de la promiscuidad sexual, de las familias rotas por los divorcios, del lujo, de los viajes y, me da la impresión, no creía demasiado en lo de la emancipación de la mujer, para la que asumía una cierta sumisión hacia el marido, así como que su rol era, ante todo, la crianza de los hijos y el cuidado de la casa. No obstante, era muy sensible hacia el amor en la pareja y el buen trato entre los cónyuges. Pienso que siempre hubo mucho amor y respeto entre ella y mi abuelo.

Era una curiosa mezcla de comunismo y tradicionalismo. Comunista, por su preocupación por la igualdad, la justicia social, el rechazo profundo de las grandes diferencias sociales y de la explotación del hombre por el hombre, de la prevalencia del factor capital sobre el trabajo, del rico sobre el pobre, del fuerte sobre el débil; pero nunca fue militante. La experiencia de la guerra le hacía pensar que era imprudente significarse políticamente y, además, tuvo siempre un cierto descreímiento hacia la política, no tenía esperanza en el cambio. Era, a la vez, muy tradicionalista, con una moral católica, aunque no hubiera en ella rastro de beatería y rechazara profundamente, pero sin manifestarlo en exceso, la falsedad de la religiosidad externa que no se traduce en actos de amor al prójimo; pero no odiaba a nadie, sus palabras no eran nunca hirientes, simplemente su tendencia a la sinceridad, hacía que le repeliera toda forma de hipocresía. 

Por encima de todo, tenía clarísimo que la felicidad se resumía en querer y ser querido. Para ella la familia lo era todo, aunque jamás hizo una declaración de principios, ni creo que teorizara lo más mínimo en toda su vida. Se expresaba con los actos, sin concesión alguna a la retórica, aunque apreciase y le produjese cierto orgullo que algunos de sus de sus hijos o nietos fuesen capaces de expresarse bien, que supieran argumentar, hilvanar un discurso. Juzgaba por los hechos y no por las palabras. Valoraba a las personas exclusivamente por su bondad. No se dejaba impresionar por ellos, ni le importaban, los títulos, los éxitos, el prestigio, el linaje o el patrimonio de la gente, sólo valoraba que fueran buenas personas. Tenía la lucidez de los sencillos.

Su casa era el lugar de encuentro de la familia y a ella peregrinaba yo todos los veranos para visitarla, primero con mis padres, luego junto con mi mujer, más tarde también con mis hijos, sus primeros bisnietos. Salvo mis primeros años de vida, en que la cercanía conllevó que me viera a menudo, nuestro trato era una visita anual, unas pocas horas, de charla agradable, de recuerdos, de recapitulación de mis trastadas infantiles, de responder a sus preguntas para que la pusiésemos al día de nuestra vida. En los últimos tiempos perdió algo de oído, su voz se debilitó y la conversación ya se hizo muy difícil. Estaba cansada y de su boca salían sobre todo quejidos y lamentos. El resto del año yo seguía su evolución a través de las noticias que de ella me daba mi madre, de tarde en tarde.

Las visitas que le hemos hecho desde hace años eran siempre en tardes de estío, con el aire detenido y el calor pegajoso de Barcelona, de persianas medio bajadas para frenar el ímpetu del sol y la puerta entreabierta para generar corriente; tardes de ensimismamiento por el movimiento rítmico e hipnótico del ventilador, con el run run  de su motor como música de fondo; tardes ociosas, sin citas en la agenda, sin las preocupaciones del trabajo, disfrutando plenamente, sin distracción alguna, del placer elemental y profundo de la cercanía de los seres queridos, acrecentado por la escasez de las ocasiones en que nos veíamos; tardes de merienda sobre un hule, de vasos duralex de cristal amarillo, ella siempre preocupada por que comiéramos más, por que la menor de sus hijas nos ofreciese de todo, gozando con la contemplación de sus bisnietos, de su buena salud, ensalzando su belleza, disfrutando de que fueran tan "hermosos", como decía ella. Ofreciéndonos, cuando se iba haciendo tarde, que nos quedásemos a cenar. Siempre preocupada por el bienestar de los suyos. Los niños, pasado un rato, con ganas de marcharse aunque apreciasen el afecto de su bisabuela, deseosos de que no se prolongase ese paréntesis en sus vacaciones en la playa y de volver a la actividad, a su mundo. 

El contraste de una vida quieta, de un lento transcurrir del tiempo, con la movilidad y rapidez de la nuestra, una vida sin más sucesos propios que la alternancia entre las recaídas e ingresos hospitalarios y los períodos de ligera mejoría de la salud, frente a una vida que, aunque ordinaria, está repleta de sucesos y tiene elementos impredecibles, en la que siempre hay cosas por hacer. Una vida por delegación, en que las emociones provienen siempre de lo que les pasa a otros, frente a una vida de experiencias propias. Salud y vigor, frente a los achaques de la vejez, la falta de fuerzas y, al final, de estímulos para seguir viviendo, salvo el ciego instinto de sobrevivir y el miedo a la muerte. Puede que al final, ya ni eso. 

Y durante la visita, la mirada que se recrea en la contemplación de los objetos, esos objetos que siguen siendo los mismos, año tras año, colocados exactamente en el mismo lugar, perennes, sin cambios; objetos en los que la mirada superpone a la vez recuerdo y presente y cuyo reconocimiento produce un placer que seguramente tiene que ver con la seguridad que da lo previsible, la permanencia, la ausencia de cambios, esa inmutabilidad vedada a los humanos. Entre esos objetos, la fotografía de un bebé, "Tomasín", el primogénito de mi madre, el hermano mayor al que nunca conocí, pues murió unos meses antes de que yo naciera, con tan sólo 21 meses. Esa foto, con sus colores desvaídos por el paso de los años, estuvo siempre sobre la televisión, como en una especie de altar, con el que mis abuelos honraban al nieto con el que tan tempranamente se ensañó la enfermedad y es la imagen que yo guardo del que pudo y debió haber sido mi hermano mayor. 

Envolviendo la visita, los olores y sensaciones de la infancia, que se recobran fugazmente y que nos traen a la memoria algún hecho de un pasado ya lejano, a veces con nitidez, las más de las veces en nebulosa. Al despedirnos, la suave admonición, inspirada por el amor y por sus miedos: "cuidado con el coche; no corras". Y en nuestra mente la ilusión de que la abuela era eterna y de que la escena se repetiría idéntica al año siguiente. 

Descansa en paz, abuela. Si hay cielo, tienes la plaza asegurada.

Nota.- El díptico que se repartió en su velatorio, con un hermoso poema de la Madre Teresa de Calcuta. A  buen seguro, mi abuela hubiera congeniado muy bien con ella, de haber tenido la oportunidad de conocerla. No sé si por error de algún familiar o porque el que lo preparó andaba flojo en aritmética, le atribuye un año más de vida a mi abuela.


domingo, 8 de enero de 2012

Las mentiras de los políticos, la corrupción y el fraude fiscal (a propósito de la promesa de Rajoy de que no subiría los impuestos).

Algunas reflexiones sobre el recurso a la mentira en la política y su habitual impunidad, al hilo de las promesas incumplidas de Mariano Rajoy de que no subiría los impuestos. Trato también la aceptación social de la mentira y expongo algunas ideas sobre la corrupción y el fraude fiscal en España.


La mentira, moneda común en la política y su impunidad

Donde dije digo, digo Diego. Prometer una cosa y hacer justo la contraria. Mentir, por concentrarlo todo en un verbo que por estas tierras meridionales se conjuga constantemente y con total impunidad, sin reproche social. Los latinos tenemos, sin duda, otras virtudes; pero la de no recurrir a la mentira no es nuestro fuerte. Aquí el embuste, la pillería y la picaresca no tienen mala prensa. Son percibidas por muchos más como virtudes que como defectos. Por supuesto que en esta parte del mundo también hay personas que no mienten (o que mienten poco); pero es notorio que en España la mentira, incluida la del subgénero político, es admitida y tolerada como lo más natural del mundo. Rara vez recibe el rechazo y castigo que merecería. Evidentemente, la mentira es una realidad universal, pero la docilidad y naturalidad con la que son encajadas las mentiras más notorias de nuestros políticos por el pueblo español es escandalosa. Mentir sale gratis y eso, claro, fomenta que el que recurre a ello reincida en valerse de las mentiras indefinidamente, en vista de que mentir le sale gratis.

Todos sabemos que en tiempos de elecciones se prometen muchas cosas que difícilmente podrán ser cumplidas, del mismo modo que todo vendedor exagera los méritos de su mercancía. Y por si algún despistado no lo sabía, el Viejo Profesor, Enrique Tierno Galván, aquel memorable Alcalde de Madrid, cuyo entierro congregó al pueblo de Madrid como nada lo ha hecho en los cerca de 40 años que llevo viviendo en esta ciudad, nos lo dejó bien claro: "las promesas electorales están hechas para no ser cumplidas". Eso dicen que dijo en alguna ocasión, pero quizá también eso sea mentira…

En todo caso, hay mentiras y mentiras o, por lo menos, maneras disimuladas de hacerlo y otras toscas o evidentes. Una cosa es prometer algo que el tiempo va dejando en el olvido o que las circunstancias sobrevenidas hacen muy difícil o imposible de llevar a cabo y otra es prometer algo rotundamente y cuyo cumplimiento depende, además, del que lo promete y, al día siguiente, en plan si te he visto no me acuerdo, hacer exactamente lo contrario.

Normalmente la mentira política nos la edulcoran antes de hacernosla tragar, del mismo modo que el mal sabor de los jarabes es disimulado con sustancias químicas o se aplica anestesia antes de una cirugía. Las técnicas para hacer más tolerable la mentira política son de lo más variado y no es del caso entrar ahora en el análisis de esa faceta ruin de la política. En ello también tiene responsabilidad el electorado, por no castigar a quien miente y porque desea ser embaucado con promesas inalcanzables, creer en un superhombre que le va a solucionar todos sus problemas. El paradigma de la historia reciente son las desmesuradas expectativas que desató la elección de Barack Obama como Presidente de los EE.UU. de América.


Las mentiras de Rajoy sobre la subida de impuestos

Mariano Rajoy jura su cargo ante los Reyes. | Ángel Díaz | Efe

Foto: Ángel Díaz - Agencia EFE
«Hay que seguir bajando los impuestos para ganar recaudación»
(16 de noviembre de 2011, cuatro días antes de las elecciones)

«No quiero subirlos, eso va contra la inversión y el consumo»
(19 de diciembre de 2011, durante el debate de investidura).

Fuente: “20 Minutos”, martes 3 de enero de 2012.

Como puede verse, el mensaje sufrió un cambio sutil entre la campaña electoral y el debate de investidura, esto es, antes de necesitar el voto de los ciudadanos y después, ya desaparecida esa necesidad y cuando tenía, además, asegurada ya la investidura como Presidente del Gobierno, al disponer el PP de mayoría absoluta. Primero hizo una defensa tajante de la bajada de impuestos y después pronunció un mucho menos vehemente y comprometedor  "no quiero subirlos". Es decir, que el Rajoy ya ganador de las elecciones simplemente afirmaba que no quería hacerlo, no que no fuese a hacerlo. Nos advertía sutilmente de una posible subida de impuestos en contra de su voluntad. Yo no quiero, pero... las circunstancias podrían obligarme a ello, podría no quedarme otro remedio, a consecuencia de la mala gestión del gobierno saliente.

Pese a esa modulación de sus palabras, la subida de impuestos de Rajoy se sitúa en flagrante contradicción con las promesas formuladas por él mismo muy poco antes, tanto durante en la campaña electoral como en el debate de investidura, al menos con la manera recta y honesta de interpretar lo que dijo desde la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados. Es una mentira política que nos ha sido impuesta ipso facto, recién aterrizado el Gobierno y, como quien dice, cogiendo desprevenida a la población y aprovechándose del período de gracia inicial que suele tener todo Gobierno. La mentira ha sido administrada sin el más mínimo disimulo, ni cuidado. Ni un poquito de vaselina nos han dado. Cucharada de aceite de hígado de bacalao al gaznate y aguantar toca su horrible sabor. Apenas ha empleado nuestro nuevo Presidente unas pequeñas argucias que no engañan ni a un niño de lo que antes se llamaban "parvulitos". De una parte, se ha escudado en que el déficit del Estado era dos puntos porcentuales mayor de lo presupuestado por el anterior Gobierno. La otra argucia ha sido evitar dar la cara para anunciar esa medida y que, así, a la mala noticia le pongamos la cara de la Vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, su más cercana  colaboradora durante estos largos años en que Rajoy esperaba pacientemente en los bancos de la oposición que cayera el fruto de la Presidencia del Gobierno, ayudado por la crisis económica y por la evidencia de las múltiples carencias de Zapatero, de las que ha terminado por darse cuenta todo el mundo.

Parece un sueño absurdo, pero sí, un tipo tan ligero y poco capacitado para gobernar como Zapatero ha presidido el Gobierno de España durante casi ochos años. Otra cosa son sus habilidades para embaucar a los votantes e ir salvando los muebles, sin más horizonte que conservarlos hasta el día siguiente en que ya se saldrá adelante como se pueda, para lo que a mi juicio ha demostrado un talento excepcional. Pero se trata de habilidades que sólo le aprovechan a él, pues lo que afecta a la gente es el buen criterio y el sentido de la responsabilidad para gobernar y esos, qué duda cabe, no eran los puntos fuertes de ZP. Sólo en su última etapa como Presidente, cuando ya sabía que no volvería a presentarse a las elecciones y arreciaban las presiones desde Europa para evitar que España caminase hacia la quiebra del Estado, adoptó medidas responsables. 

La "sorpresa" de la desviación del déficit no lo es tal porque donde se ha producido la desviación al alza del  déficit presupuestario ha sido, muy principalmente, en Comunidades Autónomas y en Ayuntamientos y el Partido Popular lleva años, o por lo menos meses, gobernando en la mayor parte de ellos. Por eso, no es creíble que no conociera la situación financiera de las mismas. Se trata de una excusa para justificar la mentira electoral de que no se nos iban a subir los impuestos.

No entro ahora en consideraciones sobre a quien corresponde la responsabilidad de haber llegado a esa  situación. Creo que los gobiernos de todo color han estado detrás de ello. Se ha gastado muy mal el dinero público, instalados en una cultura del derroche, flotando en la nube de la perpetua abundancia, en vez de considerar el dinero público como un recurso limitado y, además, ajeno, por lo que debe administrarse con especial cuidado y total transparencia. Basta pensar en la faraónica construcción de aeropuertos para los que no hay viajeros o en la concesión de las más variopintas subvenciones que, además, se reparten entre los afines, fomentando de paso su fidelidad y sumisión.

Y, a pesar de todo ello, no se observa en la calle, ni siquiera entre los que votaron a Rajoy, un verdadero enfado o decepción profunda y sentida por sus flagrantes mentiras en cuanto a que no subiría los impuestos. Se acepta que ha mentido como el hecho más natural del mundo, hasta el punto de que ello no merece ni la molestia de un reproche.

A mi juicio, esa tolerancia de las mentiras de Rajoy se debe en parte a la asimilación social de esta ya prolongada y profunda crisis económica en que estamos inmersos y,  más concretamente, a que muchos comparten la exsitencia de una verdadera necesidad de reequilibrar las cuentas públicas e impedir el riesgo de quiebra del Estado, aunque la medida vaya contra la inversión y el consumo y, en consecuencia, contra el empleo. Pero la acrítica y dócil aceptación de tan flagrantes mentiras se debe también a que buena parte de los españoles considera que es normal y aceptable mentir si a uno le conviene y le sirve para conseguir sus objetivos: ganar las elecciones en el caso de Mariano Rajoy. En definitiva, no se considera que el estándar ético exigible a los políticos, en particular, y a todas las personas, en general, conlleve la renuncia a valerse de mentirasY, consecuentemente, mentir le sale gratis al mentiroso. La proliferación de las mentiras de los políticos será la consecuencia lógica de esta forma de pensar. Y, yendo más lejos, las relaciones humanas deberán basarse en la mayor de las desconfianzas si la mentira es lo normal, lo cual es mucho más grave.  


La corrupción y sus nefastas consecuencias

Y tampoco cabe olvidarlo, se ha robado mucho, de las más variadas formas. La corrupción es muy grave porque pervierte el funcionamiento del Estado. Detrás de los gastos absurdos y desmesurados, de los que he citado tan sólo dos ejemplos notorios, se esconde con muchísima frecuencia el enriquecimiento de los políticos corruptos. Además, la corrupción pervierte la competencia entre las empresas, sirve de justificación moral a la defraudación de impuestos y, cuando se instala en las alturas de la política de un país, tiende a ramificarse como un cáncer por toda la Administración Pública e incluso por el conjunto de la sociedad civil.

Allá donde el mal de la corrupción se generaliza, la sociedad entera se degrada y empobrece. Es, pues, algo gravísimo y, con buen criterio, muchos ciudadanos lo consideran uno de los principales problemas de España, pero curiosamente, ni Rubalcaba, ni Rajoy mencionaron la corrupción en su debate televisivo. Sus respectivos partidos se han visto afectados por múltiples e importantes casos de corrupción y optaron por esa forma de engaño paternalista que consiste en no mencionar la verdad, en hacer como que el problema no existe y que el personal no recele más aún de los políticos ni se alarme.


El fraude fiscal en España

Otra lacra de la realidad española cuyo combate adquiere, además, especial importancia y justicia con la subida del IRPF es el fraude fiscal. Aquí abunda el dinero negro, los ingresos por los que no se paga la parte correspondiente al Estado y, por tanto, se pervierte la regla de que todos contribuyamos al sostenimiento de los gastos públicos con arreglo a nuestra verdadera capacidad económica. Parece que se han hecho algunos progresos en ese campo en los últimos años (aumento significativo de la recaudación por la Inspección de Hacienda) al haberse visto necesitado el Estado de obtener recursos financieros por el fuerte descenso de la recaudación por el cauce normal, lo que en ocasiones se llama eufemísticamente "pago voluntario". Sin embargo, el volumen de fraude fiscal existente en España es escandaloso, en términos de justicia contributiva y muy perjudicial, incluso, en términos de pura eficiencia económica y requiere, por tanto, que se multiplique la acción del Estado en la lucha contra el mismo. Ya que el progreso y extensión de una conciencia moral que llevara a que no se produjeran esos comportamientos es una aspiración inalcanzable, hay que actuar contra el fraude fiscal en dos frentes: políticas preventivas y políticas punitivas.

Hay que aprobar y, sobre todo, aplicar normas que traten de impedir la opacidad fiscal de una parte considerable de las transacciones económicas, es decir, hacer que defraudar sea más difícil. También hace falta que la Inspección de los Tributos e incluso la Fiscalía, en los casos más graves de fraude fiscal, incrementen su acción para descubrir y castigar el fraude fiscal y que, al menos, quienes tienen la posibilidad de cometerlo se lo piensen dos veces antes de hacerlo por el miedo a ser descubiertos y a las sanciones o penas consiguientes.

Veremos si las promesas en este campo se cumplen, incluso aunque sea en una medida mucho menor de lo deseable y necesario. Tampoco cabe esperar milagros; pero creo que la inmensa mayoría de los ciudadanos, que sí pagamos con arreglo a lo que ganamos, debemos exigir mucho más a los gobernantes a este respecto. Se puede hacer mucho más de lo que se viene haciendo. Los defraudadores también votan, es cierto, pero no son la mayoría y lo mínimo que cabe exigir a los gobernantes es que garanticen el cumplimiento de las leyes, incluidas las normas tributarias.

No se trata de una cuestión menor y no cabe una perpetua resignación en este campo de la mayoría silenciosa que cobra una nómina y dueña, si acaso, de algunos ahorros generadores de rendimientos del capital, por todo lo cual paga religiosamente su IRPF. En España hay mileuristas que pagan más impuestos que algunos cienmileuristas. Ahora que el Estado anda tan necesitado que no puede dejar escapar un céntimo de euro de ingresos fiscales, nos encontramos ante una ocasión perfecta para paliar la patológica difusión y dimensión del fraude fiscal en España.

Por último, si el dinero público se administra con razonable austeridad y se pone coto a la corrupción en la política y las Administraciones Públicas, se priva de coartada moral a los defraudadores.

No es que yo sea tan naíf como para creer que todos estos cambios se van a producir de la noche a la mañana, ni siquiera en el largo plazo y en la medida deseada; pero esta crisis económica nos está dando a todos algunas lecciones y puede ser una oportunidad para avanzar en la mejor administración del dinero público, así como en la lucha contra la corrupción y el fraude fiscal. La perseverancia de los ciudadanos en esas demandas es, por supuesto, esencial.

En el fondo, todos los problemas expuestos tienen su causa en la falta de ética, como ocurre también en notable medida con el origen de la actual crisis económica. Es evidente que detrás de la crisis económica se oculta una crisis moral. Pero la realidad es cruel y quienes más sufren la crisis son quienes no tienen culpa de ella. Algunos de sus causantes han percibido indemnizaciones millonarias, en unos casos, y en otros, han visto crecer sus ingresos e incluso algunos han sido premiados con puestos de responsabilidad en el Gobierno (me refiero al de los EE.UU.; pero no sé si aquí también tenemos un caso similar, ya saben de quien hablo...).


P.D. Por si os interesa profundizar un poco en la corrupciónadjunto un par de links ilustrativos y que afectan, en un caso, al PP y en otro al PSOE.

Un excelente reportaje que cuenta como se ha llegado al hundimiento financiero de la Comunidad Valenciana, publicado en El País, el 15 de enero de 2012, El Desvarío (Josep Torrent).

Y una aséptica entrada de Wikipedia sobre el escándalo de los ERE en Andalucía. "ERE Gate" o "Fondo de Reptiles"

Otro artículo sobre el recurso a la mentira en la política y, en particular, las mentiras y contradicciones de Rajoy sobre la subida de impuestos.
"La mentira política sale gratis" (Teodoro León Gross, Diario Sur)