Mi visión personal y a vuela pluma sobre el nacionalismo catalán, con alguna referencia tangencial al vasco. No pasa de ser un apunte y, como se decía en los dictámenes jurídicos hasta hace no muchos años, lo "someto gustoso a cualquier otro parecer mejor fundado"; pero ahí lo dejo, en la inmensa galaxia cibernética, "to whom it may concern".
Hace ya algunos meses, demasiados incluso, un amigo muy querido me envió un artículo de Alfonso Ussía, que llevaba por título "El Niño Oriol", y en el que el satírico columnista y escritor glosaba una comida con la familia Pujol. Su lectura me hizo pensar, otra vez, en el nacionalismo catalán, un tema recurrente en la vida española (y lo que nos queda) y que, por razones biográficas, familiares y, en consecuencia, también afectivas, me concierne especialmente. Y, a raíz de ello, lo que empezó siendo un correo electrónico se convirtió en un borrador de artículo que hoy he terminado.Un correo que empezaba así.
Divertido artículo de Ussía, sí, aunque dudo de la autenticidad íntegra de la anécdota de la comida. Parece más bien una exageración cómica, una ficción a partir de algún elemento real. Por ejemplo, o "verbi gratia" que dicen los más cursis, puede ser tan sólo que el jamón se lo pusieran los emperifollados camareros más a mano al meu amic y Molt Honorable Jordi Pujol y que aquel, presa de una torrencial e incontrolable segregación de jugos gástricos, a la vista y aroma de un excelente y españolísimo jamón serrano –quizá de Jabugo, es decir, de la "atrasada y holgazana Andalucía" o de Guijuelo, de la "cerril y montaraz" Castilla, la del pelo de la Dehesa, por más señas–, se llevara, sin apenas darse cuenta de ello, la parte del león.
Divertido artículo de Ussía, sí, aunque dudo de la autenticidad íntegra de la anécdota de la comida. Parece más bien una exageración cómica, una ficción a partir de algún elemento real. Por ejemplo, o "verbi gratia" que dicen los más cursis, puede ser tan sólo que el jamón se lo pusieran los emperifollados camareros más a mano al meu amic y Molt Honorable Jordi Pujol y que aquel, presa de una torrencial e incontrolable segregación de jugos gástricos, a la vista y aroma de un excelente y españolísimo jamón serrano –quizá de Jabugo, es decir, de la "atrasada y holgazana Andalucía" o de Guijuelo, de la "cerril y montaraz" Castilla, la del pelo de la Dehesa, por más señas–, se llevara, sin apenas darse cuenta de ello, la parte del león.
Mas todo es posible. Bonita, aunque arcaizante, conjunción adversativa la del apellido del "Rey Arturo de Cataluña". La quitaron del Padre Nuestro hace unos años y la sustituyeron por la vulgar conjunción copulativa "y" ("y líbranos, Señor, del mal"). De cualquier modo, todas nuestras "denuncias" son inútiles, aunque sean muy loables moralmente, más que nada por las tergiversaciones, falsedades, adulteraciones históricas, mixtificaciones, mentiras e hipocresías que abundan en el sustrato ideológico de los nacionalistas vascos y catalanes. Querer ser independiente es de todo punto legítimo; pero engañar no lo es. Y dejarse engañarse por pereza, comodidad, pusilanimidad, beneficio económico o un sentimiento tribal de pertenencia a un clan supuestamente amenazado por un enemigo exterior, tampoco lo es.
Sin embargo, ambos movimientos políticos se vienen llevando el agua a su molino desde hace ya 30 años y seguirán haciéndolo. Su estrategia es demoledora. Resultan con frecuencia decisivos para la formación de mayorías estables en las Cortes, favorecidos por una ley electoral que prima la concentración geográfica del voto. Aparte, con el control absoluto de la educación, de las televisiones autonómicas y de las licencias de las emisoras de radio, vienen formando conciencias a su antojo y tienen, por ello, ganada la batalla ideológica en el largo plazo, como ya se va viendo.
Añádase una innegable base previa histórica de sentimiento nacionalista en una parte de la población de esos territorios y que la mayoría de sus habitantes, como ocurre en todas partes, se deja llevar. Ni tiene energías, ni tiempo, ni, en bastantes casos, capacidad para formarse un sentido crítico y alcanzar ideas propias (como pasa en todas partes, por supuesto). Hay que informarse pluralmente, leer, pensar y ser valiente para tener unas ideas que vayan a contracorriente de un discurso oficial tan machaconamente reiterado y tan eficazmente instrumentado. Resulta agotador vivir todo el día alerta y defendiéndose de la inoculación del virus nacionalista. Y someter el discurso dominante a un constante ejercicio de duda metódica, y no digamos llegar a la conclusión, y mantenerse en ella, de su error o falsedad, ha de generar una sensación de alienación y extrañamiento difcícilmente tolerables (quien esté en esa situación debe acabar sintiéndose como el protagonista de la película "El Show de Truman" cuando descubrió que su vida entera era un simulacro de vida, un mundo de ficción creado para ser retransmitido por televisión). Es muy incómodo y, en muchas esferas controladas por el poder, económicamente ruinoso y garantía de marginación. Un suicidio social, en definitiva.
Además, el nacionalismo catalán es rentable económicamente, vive en estado permanente de demanda de fondos, siempre esgrime un supuesto maltrato económico porque Cataluña aporta a la Hacienda de la Administración General del Estado más de lo que recibe, como también les pasa a otras Comunidades Autónomas y, en un manifiesto ejercicio de cinismo, muchos políticos nacionalistas catalanes sostienen que sus reivindicaciones no se oponen a la solidaridad interterritorial que proclama nuestra Constitución y, con frecuencia, arañan algo.
Algunos pocos vascos o catalanes destacados, como Albert Boadella, Juanjo Puigcorbé, Arcadi Espada, Jon Juaristi, Rosa Díez o Nicolás Redondo (hijo) y una pequeña parte de la ciudadanía, algunos actuando incluso de forma heroica, se han atrevido a discrepar del credo nacionalista imperante, muchas veces simplemente a reclamar el respeto de la Constitución y las leyes, y una parte de ellos lo han pagado muy caro, con la marginación profesional y social, la consideración pública de renegados, de traidores a la causa, hasta verse forzados al destierro y ser considerados después como una suerte de marionetas al servicio del centralismo, personas que le bailan el agua a "Madrit", "ninots" que el españolismo más recalcitrante exhibe como prueba de la existencia de una especie de dictadura encubierta del nacionalismo, de la ausencia de una verdadera libertad de pensamiento y opinión.
Por otra parte, no se puede negar que el nacionalismo catalán también es fomentado desde fuera de Cataluña, puesto que existe, desde hace muchísimo tiempo, un cierto prejuicio hacia los catalanes en otras partes de España, a los que se atribuyen rasgos negativos y absolutamente tópicos como el ser tacaños, antipáticos, egoístas o interesados. También el terrorismo de ETA ha causado profundos daños en el afecto del resto de los españoles hacia los vascos, al menos, la duda de si este o aquel serán de los vascos que están a favor o en contra de ETA.
El españolismo rancio y furibundo, el de los que quisieran ver prácticamente proscrito el uso del catalán y del eusquera y esgrimen beligerantes la rojigualda como una enseña que excluye en lugar de incluir, también contribuye de manera no desdeñable a reforzar el sentimiento separatista de bastantes vascos y catalanes. El españolismo atrabiliario y asilvestrado de quienes les gritan en los estadios a los jugadores de los equipos vascos o catalanes "no son españoles, son hijos de puta". El españolismo populachero y hortera de quienes cuando les ganan se ponen a entonar la melodía con ritmo de pasodoble del "Que viva España" de Manolo Escobar. Ese comportamiento salvaje y absurdo que, contra la lógica más elemental, afirma que vascos y catalanes no son españoles y, al mismo tiempo, quieren que lo sean y lo sientan y que para "estimularles" a ello los embadurna con los insultos más groseros y primarios. Pero, en fin, el odio visceral que con frecuencia tiene asiento en los estadios de fútbol no usa los mismos circuitos cerebrales que el pensamiento racional, lo mismo en el Nou Camp que en el Bernabéu o en el Carlos Belmonte (el estadio del Albacete Balompié), por citar un ejemplo cualquiera.
El españolismo rancio y furibundo, el de los que quisieran ver prácticamente proscrito el uso del catalán y del eusquera y esgrimen beligerantes la rojigualda como una enseña que excluye en lugar de incluir, también contribuye de manera no desdeñable a reforzar el sentimiento separatista de bastantes vascos y catalanes. El españolismo atrabiliario y asilvestrado de quienes les gritan en los estadios a los jugadores de los equipos vascos o catalanes "no son españoles, son hijos de puta". El españolismo populachero y hortera de quienes cuando les ganan se ponen a entonar la melodía con ritmo de pasodoble del "Que viva España" de Manolo Escobar. Ese comportamiento salvaje y absurdo que, contra la lógica más elemental, afirma que vascos y catalanes no son españoles y, al mismo tiempo, quieren que lo sean y lo sientan y que para "estimularles" a ello los embadurna con los insultos más groseros y primarios. Pero, en fin, el odio visceral que con frecuencia tiene asiento en los estadios de fútbol no usa los mismos circuitos cerebrales que el pensamiento racional, lo mismo en el Nou Camp que en el Bernabéu o en el Carlos Belmonte (el estadio del Albacete Balompié), por citar un ejemplo cualquiera.
La defensa frente a la denuncia de esa grave deficiencia del modelo educativo catalán de "inmersión lingüística" la hizo el propio Artur Mas refiriéndose a que también en otras comunidades autónomas no bilingües muchos alumnos hablan, leen y escriben mal el castellano. El President demostró tener muy pocas aspiraciones para los alumnos catalanes y olvidó aquello tan sabido de "mal de muchos, consuelo de tontos".
También se percibe la reacción de rechazo a la injerencia. "Esto es cosa nuestra" y "vosotros" no sois nadie para decirnos a los catalanes lo que tenemos que hacer. Una traslación del lema abortista "nosotras parimos, nosotras decidimos" al terreno de la integración o separación de Cataluña y el resto de España. La respuesta irritada que produce el que alguien se meta a tratar de gobernar nuestras vidas. Pero tampoco se respeta mucho a los catalanes que discrepan, a los que se apartan del dogma nacionalista y han sido innumerables los casos en que ha habido acoso, insultos y hasta agresiones a quienes han defendido públicamente la españolidad de Cataluña. Se minimiza el hecho, se imputa a los radicales que hay en todas partes ("the lunatic fringe", "el fleco demencial", según traducción de Julián Marías) y se mira para otra parte.
Cataluña tiene muchas cosas admirables. Por citar una de ahora mismo, aunque elemental, tiene al Barça en el cenit de su historia. Un equipo que ha maravillado al mundo con su juego exquisito, un club basado en la cantera, que ha sido clave en que la selección española haya sido campeona del mundo, un equipo que se muestra humilde en la victoria, unido como una piña, premiado en diversas ocasiones por su juego limpio, dirigido por una persona mesurada, serena e inteligente y, a la vez, apasionada, como es Josep Guardiola, cuya actitud ejemplar está contraste diario con la de otro famoso entrenador ibérico "de cuyo nombre no quiero acordarme". Guardiola es un entrenador capaz de actos de tanta calidad humana y tan inusitados en el fútbol super-profesionalizado e hiper-mercantilizado de hoy día como el de alinear al portero suplente, Pinto, en la Copa del Rey para que también tenga la oportunidad de jugar con cierta regularidad, lo mismo ante el Hospitalet que ante el Real Madrid y en la mismísima final del año pasado en Valencia, aun sabiendo a ciencia cierta que la mejor opción, con criterios puramente utilitaristas o prácticos, es alinear a Víctor Valdés. Una persona que contribuye a la concordia y al civismo frente a la permanente siembra de cizaña del colega al que no quiero nombrar.
En fin, me consta que sin siquiera salir del círculo de personas muy allegadas, las hay que discrepan totalmente de mi visión del fenómeno del nacionalismo catalán. Creen que quienes así pensamos vemos fantasmas, que nos hacemos la idea de un ogro terrible que no lo es tal. A la vista de las reacciones que he observado al tratar este tema con familiares, amigos, conocidos e interlocutores casuales, pienso incluso que hasta pueden soliviantarse al leer algunos fragmentos de este artículo. Pero si escribo sobre este tema es porque Cataluña me importa y me produce tristeza y me parece un error la deriva nacionalista que tomó hace ya algún tiempo, en la que sigue avanzando y a la que, con distintos grados de compromiso, se ha unido la casi totalidad del espectro político catalán, a medida que se da el relevo generacional y los nuevos políticos han crecido ya en un ecosistema en el que impera, cual monarca absoluto, el "dogma" de la nación catalana y la negación de la pertenencia de Cataluña a la nación española, cuya existencia llega incluso a negarse por algunos.
Esta exaltación nacionalista, muy aldeana y sumamente autocomplaciente, supone una limitación radical de las posibilidades de Cataluña, la está aislando por las barreras de todo tipo que conlleva, está consumiendo buena parte de las energías de los catalanes y es el carro al que se sube la ambición desmedida de muchos políticos ramplones, de muy cortas miras y a los que sirve de señuelo para que muchos aprieten las filas en torno a ellos acríticamente.
Nota del 18 de marzo de 2012. Busco en Google quién es Félix de Azúa, tras leer un artículo suyo en El País que nada tiene que ver con el nacionalismo catalán y me encuentro con que este poeta, novelista y ensayista catalán, también se larga de Cataluña, harto del "monólogo del nacionalismo catalán" y del odio al castellano. Se niega a que su futura hija sea educada en ese ambiente.
Félix de Azúa, otro exiliado del totalitarismo del nacionalismo catalán
El nacionalismo es la peor construcción del hombre" (Mario Vargas Llosa)