viernes, 4 de marzo de 2011

Reflexiones filosófico-futboleras: ¿Educación = Hipocresía? ¿Sinceridad = Mala educación?

Reflexiones filosófico-futboleras:
¿Educación = hipocresía; sinceridad = mala educación?

Ibrahimovic, tras su fracasado paso por el F.C. Barcelona, ha echado sapos y culebras contra Guardiola. Reincide en llamarlo, burlescamente, "el filósofo", atribuyéndole unas pretensiones intelectuales que excederían, con amplia holgura, de sus funciones y capacidades. La verdad es que para muchos el pretendido insulto se torna un halago en un mundo, el futbolístico, en el que sobran lugares comunes, tópicos, atavismo, palabras malsonantes, gritos  y apelaciones a la testosterona.

Sin embargo, no aprecio inclinaciones a la filosofía en Guardiola, sino en Mourinho. El portugués, noticia permanente, lo cual parece complacerle sobremanera, ha deslizado una idea filosófica de cierto calado. Se le acusa de maleducado, de faltón, de despectivo, altanero y ofensivo en sus manifestaciones relativas a colegas, equipos y jugadores rivales, árbitros, periodistas, algunos de sus jugadores, esto es, a todo el que se le cruza por delante.

El mismo ha ironizado sobre su papel de malo oficial y ha manifestado no estar a disgusto con ese rol.  Pero, como les ocurre a las personas que dicen no participar de la moral o ética dominante, de los valores de la tribu (en este caso, el respeto a los demás), de situarse por encima de lo que está bien y lo que está mal, en un momento dado se justifican, es decir, apelan a un criterio moral, aunque sea discrepante con el mayoritario. Es decir, que todos tendemos a justificarnos, a sostener nuestras acciones en un código ético, un conjunto de valores, una determinada visión de la moral, sea cual sea ésta, mayoritaria o minoritaria, de fundamento religioso o laico.

Hasta los más extremos defensores del relativismo moral y del consiguiente respeto a las costumbres de cada pueblo se contradicen -se apean del burro relativista- ante determinados hechos (p.ej. la ablación de clítorix o la lapidación de mujeres supuestamente infieles) y se ven impelidos a apelar a unas normas morales básicas de validez universal, en la forma de derechos humanos, como antaño se apelaba al Derecho Natural de fundamento divino.

En la línea de la necesidad humana de justificación de las propias acciones, el actual entrenador del Real Madrid ha dicho que la base o fundamento de sus ofensivas declaraciones es su sinceridad, su rechazo de la hipocresía: decir siempre y en todo momento lo que piensa. En otras palabras, el respeto a los demás, evitar ser ofensivos hacia los demás, guardar unas formas en el trato, la buena educación, en suma, son para Mourinho, en esencia, mera y pura hipocresía.

Alguien célebre, no exento de cinismo, creo que Oscar Wilde o George Bernard Shaw, dijo algo así como que si suprimimos la hipocresía se acaba con la vida en sociedad y, creo que no le faltaba razón. Bendita hipocresía la que impide que cada mañana en el rellano le digas a un vecino: la verdad es que no me apetecía empezar el día viéndote el careto porque me caes mal. La que te frena de que le digas a una transeúnte: ¡señora, pero con esa gordura suya, cómo se le ocurre ponerse esa ropa ceñida que tan mal le sienta! Hipocresía es empezar a recoger o no reponer las bebidas, en lugar de decirles a los invitados: largaros de una vez, que ya me he cansado de vuestra presencia y me quiero acostar. Y tantas otras cosas que nos hacen la vida más agradable, liman la aspereza y tosquedad en el trato, evitan tensiones, conflictos e incluso la violencia.

La sinceridad es, sin duda, importante y un valor; pero hay que saber distinguir. La sinceridad valiosa es la que renuncia al empleo de la mentira aunque de ello nos pudiera resultar un beneficio, la que implica tragarse el orgullo, la verdad que busca, ante todo, el bien ajeno. Sinceridad es, por ejemplo, reconocer que te has equivocado, admitir que has obrado mal, confesar una mentira anterior, decirle al camarero o al tendero que te ha cobrado de menos o que te ha dado vuelta de más. Sin embargo, no me parece una forma de sinceridad admisible la de ir diciéndole a todo el mundo lo que en realidad pensamos de ellos, despreocupándonos por completo de si ello les puede ofender o no.

Hace años en los EE.UU. se puso de moda un juego escolar consistente en que los alumnos escribían de forma anónima lo que pensaban de todos y cada uno de sus compañeros y luego el profesor iba leyendo como cada uno era percibido por los demás compañeros. Aquel juego resultó peligrosísimo. Muchos alumnos acababan sumamente dolidos, algunos prácticamente traumatizados, al comprobar como eran percibidos. La sinceridad absoluta es muy peligrosa, además de que su ejercicio en materia de juicio u opinión sobre los demás suele tender a destacar lo malo y no lo bueno.

Sinceridad sería, por poner algunos ejemplos "inocentes", reconocer que un determinado error arbitral te ha favorecido o que el calendario te ha otorgado más días de descanso que al rival y no sólo denunciar o quejarte cuando es al revés. Hipocresía, químicamente pura, es protestar contra Preciado (el entrenador del Sporting de Gijón) porque no alinea a varios titulares contra el Barça y defender que es absolutamente razonable cuando lo hace el entrenador de tu rival (Pellegrini en esta última jornada).

Quien dice ser sincero siempre y en todo momento, casi sin excepción miente y, si no, es probable que esté buscando una excusa para dar rienda suelta a una naturaleza borde, detrás de lo cual suele estar el pagar con otros las propias frustraciones o inadaptaciones.

Dice el refrán español que antes se coje a un mentiroso que a un cojo. Lo que no falla en quienes andan todo el día largando de unos y otros, y de sí mismos, es que incurren en evidentes contradicciones. De cualquier modo, con el permiso de Ibrahimovic, a mi sí me gustan los entrenadores "filósofos" y los que dejan caer alguna idea más o menos profunda. Son, por lo común, signos de inteligencia. Si encima saben formularlo con orden y belleza, como hace Valdano, mucho mejor. La pena es que Valdano está en un papel directivo donde no se aparta un milímetro del discurso oficialista, de lo políticamente correcto. Listo como es, se ha alejado de los banquillos, del frente, hacia más pacíficas zonas de retaguardia, Dignas de conocerse serían las chispas que han saltado entre estas dos personas (Mourinho y Valdano), de inteligencia superior a la media futbolística, que dicho sea de paso, me parece que no es ni peor ni mejor que la media nacional y universal.

Lo que no cabe duda es que para la masa social madridista, como ocurriría con cualquier otra, serán los títulos o la falta de ellos los que determinen si Mourinho es un ególatra superlativo o tiene una personalidad arrolladora y atrayente; un tipo de altanería intolerable o de sinceridad apabullante; alguien que denuncia injusticias o que busca, desesperadamente, excusas y cortinas de humo; una persona a la que persigue la polémica, como su sombra, o que la busca deliberada y pertinazmente; si es acorde con el estilo del Real Madrid o si mancilla su imagen. Es lo que tiene el partisanismo, que casa muy mal con la lejanía y el desapasionamiento que requiere el raciocinio, con la búsqueda, siquiera, de la inalcanzable objetividad.

Para ver lo que piensan sobre este "tema" otros (con más lectores) click below
http://www.elmundo.es/blogs/deportes/libredirecto/2011/03/02/yo-tambien-soy-hipocrita.html

2 comentarios:

Sherman McCoy dijo...

Sería interesante conocer la opinión de los madridistas sobre quién representa mejor al Real Madrid: ¿Valdano o Mourinho?

David dijo...

Gracias, Sherman McCoy por tu comentario.

Creo que el Real Madrid es un club tan grande y que, por tanto, engloba a tanta gente distinta que ninguno de los dos (ni Valdano, ni Mourinho) lo representan por completo.

Conozco madridistas que consideran deplorable el comportamiento de Mourinho, a pesar de que ante el ataque exterior, siempre se tiende a cerrar filas. Para otros, sólo cuenta ganar y aprueban cualquier método si sirve para ello.
Hay gente que sigue creyendo en las buenas maneras, la cordialidad, el respeto a los demás, la modestia, la humildad, la discreción y que aprecia el "fair play". Personas para las que el fin no justifica cualquier medio.
Para otros, todo eso son antiguallas, sandeces, remilgos de monja, fingimientos, mentiras en las que en el fondo nadie cree de verdad. Sólo les importa el éxito y éste legitima cualquier conducta. Es más, para ellos es consustancial al ser del triunfador el mostrarse engreído, arrogante, agresivo, hiriente y despectivo con los demás. No es que lo disculpen, es que incluso admiran esos atributos, se identifican con esos comportamientos y desearían que sus circunstancias les permitiesen a ellos mismos actuar de ese modo.

Para mi es la diferencia entre la civilización y la barbarie, la mejora y avance de la humanidad o el retroceso al primitivismo, por mucha tecnología que nos acompañe; pero hay gente para todo.

P.D. Me has hecho buscar quien es Sherman McCoy. Es el protagonista de "la Hoguera de las Vanidades " de Tom Wolfe. Leí el libro y he visto la película, pero no lo recordaba. Pensaba que podía ser algún futbolista británico.