Fotografía: DonDiario. |
Como los tengo en la familia -ninguna
es perfecta-, sé de lo que me hablo.
Nací en Barcelona y en ella viví
unos añitos, los últimos del régimen de Franco. Entre 1975 y 2019 casi no ha
habido año en que no haya pasado alguna temporada en Cataluña, además de algún
que otro viaje de trabajo o por ocio. Como he dicho, en un pasado ya distante viví allí
y hace tiempo que es imposible no celebrar el haber dejado de hacerlo, el
providencial cambio de trabajo de mi padre que nos trajo a Madrid, aunque he viajado
bastante, pasado formativos y enriquecedores períodos fuera de España y vivido,
incluso, varios años en otro país. Uno
es curioso, observador por naturaleza, y aunque a la gente no le gustaba hablar
del tema, se iba obteniendo información, además de haber seguido con atención
la publicada en los medios de comunicación.
Para que se hagan una idea, resultaba preciso algo parecido a un interrogatorio
para que algunos amigos catalanes se abriesen un poco y te diesen detalles tan
objetivos como la lengua en que se enseñaba en los colegios de sus hijos. Costaba
enterarse de algo tan fáctico e inmediato como la lengua vehicular (la
respuesta se la imaginan, ¿no?). Y otro tanto pasaba con el número de horas dedicadas al aprendizaje del castellano o español: muy
reducidas, con una presencia igual a las lenguas extranjeras (el inglés, vamos),
al menos en tiempos recientes. Más tabú resultaba aún preguntarles si era medianamente
fácil, o simplemente posible, encontrar un colegio público, incluso concertado o
privado donde la lengua vehicular fuese el castellano o español. Y no eran
independentistas o, al menos, jamás expresaron serlo. Unos eran catalanes de pura
cepa, de los de ocho o más apellidos, otros de orígenes foráneos, descendientes
de la numerosa emigración de otras partes de España -la andaluza la más numerosa, pero
ha habido muchas otras, sin salir de mi familia, natural o política, la hay también de
las dos castillas y extremeña.
Por resumir, dominio absoluto del catalán en la enseñanza, se quisiese
o no. Es decir, un bilingüismo de lo más asimétrico o desigual, con manifiesta conculcación de la co-oficialidad
de las otras lenguas españolas y la común, el castellano, establecida por la
Constitución Española de 1978. Infinidad de resoluciones judiciales lo
avalan. Igualmente numeroso ha sido su incumplimiento y la frustración, o
inexistencia incluso, de su ejecución. El idioma local o la lengua vernácula como
barrera para la movilidad, desde e incluso a, otras partes de España. Sin duda
ha sido fundamental la supremacía e imposición, consentida o no, del catalán.
Una imposición que luego llegó a límites totalitarios, como la exigencia por
ley de su presencia en la rotulación de tiendas y negocios en general e incluso en la documentación del tráfico empresarial-económico destinada a los clientes. El
idioma propio o local ha sido el instrumento fundamental para la formación, o
inoculación, de un sentimiento nacional catalán, germen del siguiente estadio,
el independentismo, que es desde hace ya unos años lo predominante en las aulas y medios de comunicación
públicos, entre otros engranajes de la potente maquinaria desplegada.
Han sido algo más de cuarenta años de fotos sucesivas de Cataluña, imágenes o
cortos de una evolución, cambios palpables, y de trato con personas de muy
distinta condición. La mayoría mansos que, impotentes o prefiriendo no ver, hicieron como que no pasaba nada, durante muchos años. Así, hasta que se ha vuelto
imposible no tomar partido, porque ni vivir con un mínimo de normalidad resulta
posible allí. Todo lo ha invadido el nacionalismo rampante, mutado en independentista
decidido en los últimos años, aunque el sentimiento y la aspiración última siempre
anidó en los rectores del nacionalismo. Singularmente, habitaba en la cabeza y
el corazón de su gran hacedor, el Molt Deshonorable Jordi Pujol, quien en paralelo tejía un entramado empresarial-familiar basado en practicas corruptas. El sacrificio de la entrega a la santa causa del nacionalismo catalán, a lo largo
de muchos de años de carrera política, merece alguna compensación, que la familia viva mas que desahogadamente, ¿no?
La pela es la pela y eso es catalanidad pura, consustancial a la idiosincrasia,
que el dinero importe muchísimo. No es exclusivo, pero el grado de importancia atribuida
al vil metal, con su precipitado de egoísmo, tampoco exclusivo, sólo mayor, es aceptable
como “hecho diferencial”. Lo admitimos.
Por desgracia la corrupción no ha sido, ni es, ni será un elemento diferenciador, pues seguirán aflorando
casos en todas partes. Sí lo son, la sistematicidad, aquel 3% que a alguien
se le escapó en sede parlamentaria, y que se cerraran filas para enterrarlo
cuanto antes, incluida el discreto tratamiento de estos casos en los medios de comunicación. No conviene deteriorar
la imagen del "Edén catalán". Duro trago el de tener que reconocerse tan pecador como el resto de los
españoles y dar, así, argumentos al cada vez más utilizado enemigo exterior, ahora
ya llamado “invasor” y “opresor”. ¡Quién da más! Aparte, quien más, quien menos
tiene algo que es mejor no airear. Lo que pasa es que la salpicadura, la mancha
profunda, mejor dicho, del padre contemporáneo de la patria catalana, el
Moisés que guiaba a su pueblo hacia la liberación nacional y el elemento
familiar, con tintes de “El Padrino”, singularizan el caso. También la benignidad
y lentitud geológica de la respuesta judicial. El afloramiento de corrupción en gente de la vieja CiU no es para nada ajena
tampoco al acelerón que Artur Mas le dio a la aspiración de independencia.
Una causa común y de este calado deja en segundo plano algo tan extendido como
la corrupción.
La tipología social más abundante,
al menos entre mis numerosos interlocutores a lo largo de los años, es la de los que vivían bastante ajenos a lo que se estaba
gestando, primero. Y también, aunque ya menos ajenos, a lo que progresaba y
mucho. Aceptaremos lo de “tsunami”, pero la desposesión del adjetivo democràtic (sic) es obligada. El cinismo no me va. La mayoría eran dóciles, apenas se “coscaban”.
Algunos han sido víctimas del fracaso escolar, al que ha contribuido especialmente
su dificultad para el aprendizaje de idiomas, el
catalán, claro. Aparte de los factores ambientales y de niveles de formación,
en mi familia, en sentido amplio, coexisten diversas ramas con grandes
diferencias genéticas, particularmente en cuanto a nivel de inteligencia.
También los tengo en la familia partidarios, de una u otra forma, de la independencia,
particularmente de corazón. No son los más tontos, ni tampoco los más
listos de la familia, muy posiblemente se mueven en niveles medios o hasta
medio-altos, en algún caso. Ni son tampoco los más formados, ni los menos, e
igualmente pasa con su nivel de información, con su seguimiento de las noticias.
En todo ello se mueven en valores medios,
lo cual los hace muy representativos.
Puigdemont posando ante su "Casa de la República" (Waterloo, Bélgica) con Fredi Bentenach, fundador de la banda terrorista Terra Lliure (más de 200 atentados), el 2 de septiembre de 2019. Visita facilitada por la plataforma "Chalecos Amarillos Global". (fotografía: diario ABC)
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Nos guía la pretensión de
ecuanimidad, lejos de todo sesgo o sectarismo. Cada cual tiene sus ideas, sin duda, y sus sentimientos. Otra cosa es
su fundamento y, más aún, el distinto grado de libertad en que unas y otras se
han desarrollado, el ambiente plural o monolítico, la presencia circunstancial
o constante de uno y otro nacionalismo, si bien en ambos territorios ha habido
variaciones, aunque las diferencias no se han reducido significativamente, dada
la eclosión o desafuero del nacionalismo catalán en los últimos dos años. Un
proceso de aceleración que, como interesado en la política y la historia, no
deja de parecerme fascinante, pese a su notoria toxicidad y más que previsible resultado
dañoso, para todos. Así será, o está siendo, sentimientos aparte.
Los que se consideren que han logrado
o, al menos, avanzado en su objetivo, se sentirán ganadores, total o parcialmente,
y tendrán sus alegrías. Los que se vean más lejos del modelo de Estado y de
convivencia que desean, se sentirán perdedores. Es ley de vida. Si bien, dada
la inevitable aparición del odio alcanzado cierto nivel de tensión, tampoco lo
sentimental dará, a mi juicio, arrojará un saldo favorable en el agregado. La
desafección crece. No se puede pedir que la gente tenga madera de santo,
tampoco la de mártir, abunda. No son tiempo de heroísmos.
El escenario que sigo juzgando más probable, al menos a unos años
vista, tampoco muchos, es el del avance en la autonomía de Cataluña, como
antesala de su independencia, previo referéndum, que es probable se fije sine
die o para un tiempo en que quien lo pactó, o lo pactaron, ya no estarán. Un “marrón”
enorme como legado que habrán de comerse otros. Pero no nos guía el afán de
predecir, siempre arriesgado y supeditado a que no sobrevenga alguna muerte,
por ejemplo, o algún factor impredecible en este momento, que rompa el gran abrazo
del otro día, o lo haga inútil.
Ya es hora de que me ponga con el
objeto inicial de este texto, nacido en un improvisado mensaje de WhastApp:
realizar un somero análisis de los síntomas
de la patología independentista, a partir del caso de un familiar. Si nos ponemos
a ello, aparte de que la cabra curiosa y analítica tire al monte del análisis,
del querer entender qué produce estos brotes, no es por los que padecen esta
enfermedad, muchos de los cuales parecen incurables. Además, sarna con gusto no
pica, o no del todo. Pero es que ya estamos en evitar la infección. Paliar la
propagación es lo que, mayormente, le anima a uno a este esfuerzo, seguramente
inútil, de escribir. Se lee poco y menos a quien escribe en una tribuna de tan
reducida difusión.
A continuación, el somero análisis de síntomas de una variedad
de la patología, bastante extendida, del nacionalismo catalán e independentista,
al menos, independentista de corazón y mucho.
Esta variedad de la patología presenta una forma modulable, que permite al enfermo desear una cosa y decir que no la desea al tiempo. El mensaje del paciente cambia de manera significativa en función de su interlocutor y, asimismo, en función del curso de los acontecimientos. Le sirve al paciente para evitar frustraciones y justificar a posteriori cualquier evolución de los acontecimientos. En primer lugar, ante sí mismo. La enfermedad cursa con una forma de discurrir plagada de contradicciones y eufemismos. Como ocurre con patologías aún más severas el enfermo se juzga cuerdo y considera locos tanto a parte de aquellos con los que comparte sentimientos de independencia, como a los que se oponen fuertemente a ello, si bien con aversión exclusiva hacia estos últimos. A su vez, en la espiral de sus contradicciones, el enfermo pierde, entre otras facultades mentales, la del cálculo básico de las distancias y se considera políticamente equidistante entre uno y otro de los grupos antes señalados.
Esta variedad de la patología presenta una forma modulable, que permite al enfermo desear una cosa y decir que no la desea al tiempo. El mensaje del paciente cambia de manera significativa en función de su interlocutor y, asimismo, en función del curso de los acontecimientos. Le sirve al paciente para evitar frustraciones y justificar a posteriori cualquier evolución de los acontecimientos. En primer lugar, ante sí mismo. La enfermedad cursa con una forma de discurrir plagada de contradicciones y eufemismos. Como ocurre con patologías aún más severas el enfermo se juzga cuerdo y considera locos tanto a parte de aquellos con los que comparte sentimientos de independencia, como a los que se oponen fuertemente a ello, si bien con aversión exclusiva hacia estos últimos. A su vez, en la espiral de sus contradicciones, el enfermo pierde, entre otras facultades mentales, la del cálculo básico de las distancias y se considera políticamente equidistante entre uno y otro de los grupos antes señalados.
1.- La invención o
exageración constante y disparatada del hecho diferencial.
En el caso concreto objeto de análisis, la referencia a cómo
algo se dice en la lengua vernácula, con un énfasis de admiración o hallazgo,
no suele superar el intervalo de media hora. “Como decimos aquí, …”, “como se
dice en catalán, …”, “como decimos los catalanes”. Prácticamente siempre la
frase o expresión, traducida literalmente al español, o con mínimas variaciones
por las diferentes sintaxis, es también común en esta lengua. No pocas veces
también en una o varias de las otras lenguas que hablo o conozco.
Lo curioso es que la persona en cuestión
tuvo el castellano como lengua materna, fue la lengua única o principal en su
paso por el colegio, y tiene una cierta competencia en dicho idioma. Pero, en
fin, igual es que se está perdiendo hasta ese punto el uso del castellan. O se trata del embeleso que suele producir una
lengua cuyo uso competente se ha adquirido de forma deliberada, tal vez no sin algo
de esfuerzo o afán, sobre todo las competencias de lectura y escritura.
En cualquier caso, las
referencias a la lengua local resultan muy cansinas y el tono de emocionada
admiración ante el supuesto hallazgo léxico o la originalidad de la formulación,
enseguida desmentidos por la tozudez de los hechos, realza el ridículo y
confirma la ausencia de sentido de la realidad hasta en el plano léxico en quienes
padecen esta patología.
2.- La amalgama de la España unida con el franquismo y sus atrocidades,
en conjunción con la invención de otra singularidad, otro hecho diferencial: Cataluña
como bastión de resistencia antifranquista.
Las ideas sobre la historia de España
de esta persona y aún sobre la interpretación de nuestro pasado colectivo más
reciente y la adhesión o rechazo a los principales partidos políticos, se
fundamenta en lo siguiente.
Un ingrediente importante de este
engrudo histórico de agravios y diferencias, el más potente en el plano sentimental,
es la historia inventada de una invasión o sometimiento de siglos, pero a la
vez sin mezcla, ni dilución de las esencias catalanas, las cuales habrían
pervivido milagrosamente a tanto ataque.
Si consideramos que no pocos de
los que suscriben esto, como artículo de Fe, ni siquiera han nacido en
Cataluña, si no que serían eslabones de ese movimiento de opresión e invasión,
la situación ya se torna delirante. No es que se declaren conversos y pidan
perdón por los abusos e injusticias cometidos por sus antepasados, castellanos y
murcianos en este caso. Es que directamente forman parte del pueblo invadido y
oprimido desde un tiempo muy lejano y de forma ininterrumpida.
3.- Sesgo muy izquierdista, con toques semi-revolucionarios, y fusión abigarrada de enemigos, pasados y
presentes: el franquismo, los ricos y explotadores, la banca, los fachas, los
rupestres mesetarios y andaluces, los pijos y chorizos del PP, los temibles
chicos de Abascal, y hasta la parte menos ilustrada y modernizada del
socialismo español.
Todos ellos integrando el bando
enemigo, sin solución de la continuidad histórica y superando la dispersión
geográfica, e incluso sus conflictos de intereses y divisiones internas, tal
vez hasta con la malquerencia hacia Cataluña como argamasa que sostiene tan
variopinta unión.
Ahora, con Vox, más el PP, la derecha
pija y choriza de Madrid (“Madrit”, para los hablantes nativos de catalán), incluidos
los restos de esos indeseables de Ciudadanos, se palpa el riesgo de que se
forme una gran coalición, que los aplastará sin miramiento alguno, mediante los
medios más crueles y llevando a cabo toda clase de iniquidades. Una temible y
reaccionaria coalición que añadirá un nuevo capítulo a la larga serie de
afrentas padecidas por el pueblo catalán. Otra vez sufriendo a los bárbaros venidos
de fuera, para perpetuar la ocupación, si no se actúa a tiempo y con
determinación.
4.- La ceguera, en los casos más graves, el cinismo, en muchos otros,
que se manifiesta en la obstinada negación
del lavado de cerebro e inducción al nacionalismo y el independentismo.
5.- El federalismo, asimétrico o no, como solución viable y paso previo
a la Nueva Era, una España que por fin enfrente la verdad de que no es una nación,
si no un Estado sin identidad nacional,
una yuxtaposición artificial, una ficción de unidad, formada por muchas
identidades claramente identificables y muy diferenciadas, en especial, la
catalana y la vasca.
Lejos de reajustar el estado de
las autonomías para armonizar las legislaciones, eliminar diferencias, reducir
gastos innecesarios y quitar las trabas a la libre circulación de bienes y
personas, a la realización, en definitiva, de una misma actividad en todo el territorio nacional,
lo que se impone es llevarlo más allá, descentralizar aún más. Asimismo, no
debe haber una caja común, a la que se contribuya en función de la riqueza de cada comunidad autónoma, si no que cada palo debe aguantar su
vela.
Cuestiones de pasta aparte, el federalismo se funda, sin duda, en que la
afirmación de Cataluña como nación conlleve la negación y dilución de la condición
nacional de España. Sin una casa enteramente propia, en la que hacer aún más
de su capa un sayo, quieren establecer nuevas reglas de organización territorial
del poder en el conjunto de España (“el Estado español”), que pasaría a estar
organizado en compartimentos más autónomos, más descoordinados y libres del
control del gobierno central. Allá donde pese a todo no existe un sentimiento
nacional propio, será un pragmático y folclórico regionalismo el que vaya
borrando todo sentimiento nacional español.
Una medida clave en la negación y transformación de España, tal vez la
de mayor calado y mayor potencial desestabilizador, es derrocar a la monarquía.
Un rey, todo rey, que desempeñe la Jefatura del Estado en España, es la
encarnación de una forma de unidad y continuidad de España a través de siglos y
hasta continentes, simboliza su resistencia en momentos de gran dificultad y hasta
su glorioso pasado, según ellos sólo pretendido, producto de la propaganda.
Al extendido deseo entre los independentistas
militantes o de corazón de “echar al Borbón”
le añade saña, entre los filocomunistas, el odio a los ricos y conservadores. Hasta el innegable porte y distinción de Felipe VII o la belleza extrema de
Leonor de Borbón, Princesa de Asturias son la guinda. o la gota que colma el vaso, de su fobia a la monarquía, la cual adornan con zarandajas tales como su falta de legitimidad democrática y su coste, en cuya respuesta no vamos a entrar ahora. Aburre tener que impartir formación elemental, más aún a tan obtuso y empecinado alumnado. Es probable que con muchos de ellos hasta hubiese que empezar por explicarles qué significa obtuso y empecinado.
Como esta patología es incompatible con la auto-exigencia de un pensamiento coherente
y recurre al cinismo en cuanto los hechos “se confabulan” contra sus intereses,
llevan años detestando al Rey. Lo consideran ajeno, no le reconocen autoridad,
pero a la vez le acusaron de parcial y de insensible a la causa del nacionalismo
catalán en su mensaje de 3 de octubre de 2019. En él, tras el intento de la
Generalitat de Cataluña de celebrar un referéndum unilateral sobre la independencia
de Cataluña, declarado previamente contrario a Derecho por el Tribunal Constitucional,
Felipe VI denunció “la deslealtad inadmisible” de aquella, marcando así la
senda del famoso artículo 155 de la Constitución, además de intentar calmar la preocupación
de los españoles ante los recientes acontecimientos ocurridos en Cataluña, primer gran aluvión de lodos venidos de los polvos esparcidos, con la dedicación constante de un buen pagés, por el inefable Jordi Pujol, consultor de videntes y al que el último gran escritor catalán, Josep Plá, hizo blanco reiterado de su desconfianza y desprecio.
DIAGNOSIS
Estamos ante una patología mental altamente peligrosa, calificable de pandemia en Cataluña. Su
gravedad deriva tanto de las graves alteraciones en la percepción de la
realidad que produce en quienes la padecen como de su fácil contagio. Existen
factores fuera de Cataluña que hacen temer que su potencial de rápido contagio se haga realidad.
En el resto del cuerpo político español,
e incluso en parte de su tejido social, la enfermedad ha dado muestras de sus
primeros síntomas graves. Por conveniencia, por convicciones, o por ambas cosas
juntas, existen quienes contribuyen a la extensión de la patología aquí
descrita, a la que atribuyen incluso poderes sanadores, de reconstitución del
enfermo.
Nota del Autor.- Fortaleced vuestras defensas mentales que “el virus de la peste independentista” se
asienta más y más “en Madrid”. Por razones biográficas, pasión observadora-
analítica-formuladora -¿cabe
separar esos elementos?- y búsqueda de la verdad esta gentuza, más sus alianzas de intereses e
ideológicas, sin excluirse, concurrentes, me han mutado en un patólogo
diletante. Los llamo gentuza no por sus
ideas o sentimientos, aunque el del odio, que es notorio en bastantes de ellos,
es execrable.
Es de justicia llamarlos así por lo indigno de sus medios: la
ingeniería socio-ideológica, ejercida sobre la población desde la infancia
misma, su cinismo extremo, su deslealtad al Estado de Derecho, su egoísmo, las
vilezas cometidas sobre tantas personas desde hace muchos años. A los valientes
que no se han plegado al nacionalismo catalán, hoy día bastante unido en pos de
la independencia, más aún a los que han alzado su voz dentro de Cataluña los han
sometido a marginación y aislamiento, han sufrido represalias y pérdidas o
daños de muy diversa índole. Ha habido agresiones, escraches, insultos, hasta
acciones terroristas en los años setenta y ochenta (la banda terrorista Terra
Lliure).
Alguno de los nueve miembros de los Comités de Defensa de la Repúbica (CDR)
detenidos en septiembre por la Guardia Civil han declarado que siempre se dio
por hecho, a través de la cadena de contactos que se empleaba, que el asalto al
Parlamento catalán que tenían preparado llevar a cabo contaba con el respaldo
del propio Presidente de la Generalitat, Quim
Torra. Los imputados por terrorismo se reunieron con la hermana del ex Presidente,
el huido Carles Puigdemont, hombre de
una valentía heroica. Según el auto de prisión provisional de la Audiencia
Nacional, los enviados a prisión
provisional fueron enlace entre el actual presidente y su antecesor.
Tampoco esos hechos han dado lugar a medida alguna por parte del Gobierno de
España, en funciones.
Los independentistas catalanes, destacadamente los más radicales, están
poniendo en riesgo nuestro bienestar y hasta la supervivencia de España como estado-nación.
Han causado un claro deterioro en nuestra convivencia, no sólo en Cataluña. Los
asuntos de gestión de la cosa pública y el acometer reformas de calado van quedando postergados,
desplazados a un segundo plano, se quedan en “pendientes” al situarse el
problema catalán, merced a sus muchas formas de presión y la debilidad parlamentaria
de los últimos gobiernos, los largos períodos en que se gobierna en funciones,
la brevedad de las legislaturas y que la realidad política esté siempre marcada
por la cercanía de las siguientes elecciones o con estas sobrevolando.
Perdemos claramente estabilidad, se abandona el centro del arco político,
se desiste de antemano del consenso entre grandes bloques y se recrudece la
oposición entre la izquierda y la derecha.
Se busca una exigua mayoría mediante la que imponerse a una muy amplia minoría.
Fotografía: OKdiario. |
En esta línea, se encuentran en avanzado estado de gestación coaliciones
de gobierno e investidura (por ese orden) que no parece vayan a reforzar, precisamente,
el consenso, la moderación política, ni siquiera nuestra condición de
democracia liberal. Presiones y reformas que no cabe, para nada, descartar que
se quiera extenderse al refrendo o rechazo de la monarquía como forma de
Jefatura de Estado. Y se abre la puerta del Consejo de ministros a un partido que
no acepta plenamente la economía de mercado, que ha llegado a lanzar campañas
contra algunos empresarios, y que alberga la intención de acabar con la enseñanza
concertada, o de poner en riesgo su vialidad. Podemos, en suma, tiene enfilado, entre otros, al catolicismo y, en
especial, a la Iglesia española.
Dado que el odio siembra odio, nadie puede extrañarse de que en la escalada
de desafección entre una parte apreciable de Cataluña y el resto de España, esté
ya gestándose en esta última un sentimiento de rechazo y, cuando se producen
los hechos más graves, hasta odio a “lo
catalán” ¾con la consiguiente injusticia de que no se
hagan distinciones entre catalanes, cuando los que siquiera son nacionalistas son
precisamente las mayores víctimas de todo este proceso. El creciente radicalismo del movimiento
independentista genera su inverso. Son tóxicos y se han infiltrado, además
de ganar poder, por errores manifiestos de nuestro diseño constitucional y del sistema
electoral.
Fotografía: La Opinión de Murcia |
No solo es que la ERC de Rufián y de Torra lleven tiempo
alentando comportamientos ilegales que bordean el secuestro y el terrorismo, a
la vez que son los llamados, en primer lugar, a mantener el orden público, o que JxCat haya abandonado el llamado “gradualismo”
de épocas anteriores, es que un partido antisistema, como la CUP, tiene tres escaños en el Congreso
de los Diputados. En estos últimos días hemos visto cómo ha bajado mucho la intensidad de las distintas acciones violentas e
intimidatorias del brazo vandálico del independentismo al objeto de dar una
tregua al Gobierno en funciones y facilitar que aquel forme gobierno, negocie
y pacte con el independentismo. Esa
intensidad, es evidente, se ajusta como un guante a la estrategia y
conveniencia política de ERC.
La dejación manifiesta de sus funciones de policía por parte del Gobierno
en funciones de Pedro Sánchez, así como el que no haya habido una exigencia
conminatoria a la Generalitat para que restaure el orden público, merecen
figurar en lugar destacado de la reciente historia de España, en la sección “motivos para la vergüenza”. Ojalá que algún día reciban el castigo, del tipo que sea, judicial o electoral, que ello merece.
Ante lo que está por venir, es evidente que este incumplimiento de sus más elementales deberes por parte del Gobierno de España, cómplice por inacción deliberada, de los graves desórdenes habidos pronto quedará reducida a una minucia. Dada la cortedad de la memoria política y la aceleración de las negociaciones con el independentismo, con vistas a la formación urgente de gobierno entre PSOE y Podemos, la dejación de funciones en materia de orden público sólo adquirirá importancia si se produce un recrudecimiento sostenido, o particularmente grave o llamativo, de "la kale borroka a la catalana". Pero por soñar despiertos con alguna forma de justicia que no quede.
Ante lo que está por venir, es evidente que este incumplimiento de sus más elementales deberes por parte del Gobierno de España, cómplice por inacción deliberada, de los graves desórdenes habidos pronto quedará reducida a una minucia. Dada la cortedad de la memoria política y la aceleración de las negociaciones con el independentismo, con vistas a la formación urgente de gobierno entre PSOE y Podemos, la dejación de funciones en materia de orden público sólo adquirirá importancia si se produce un recrudecimiento sostenido, o particularmente grave o llamativo, de "la kale borroka a la catalana". Pero por soñar despiertos con alguna forma de justicia que no quede.
Ojo, pues, con esta patología,
con esta peste del independentismo catalán, no le vayamos a abrir nuestras puertas. Sed
bien conscientes de su fácil contagio, del altísimo potencial destructivo que
lleva de la mano y combatidla como podáis.
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