Imagen tomada de www.mujerpresente.com
Otoño y jerga juvenil (sudar de alguien). La confluencia
– con permiso de Mr Iglesias, alias Sor Passo‑ de forzosa inactividad laboral y
mi inclinación personal por eso que los italianos llaman con su lengua musical il
dolce far niente me tienen apegado a la observación de mi entorno más
inmediato: el mundo que se abarca desde el balcón de mi casa.
Entregado a
tan suave como melancólico deporte, observo cómo el otoño va cambiando la
incidencia del sol, el adelantamiento veloz del crepúsculo, las crujientes
hojas ocres de los plátanos cayendo sobre una pradera inclinada, las oleadas
del viento que las cambia de sitio y la ingente tarea del jardinero, de tez muy
curtida, por su raza, andina, y por su oficio, recogiéndolas día tras día. No
se ha ido aún a otra labor cuando los guasones plátanos ya le han jugado la
pasada de soltar unas cuantas hojas más, que motean el verde de la pradera en talud
que bordea el recinto de la piscina. La piscina en la que el agua va
adquiriendo una tonalidad más y más verdosa, afeada por una hilera de aparatosos
bidones rojos, yacentes como náufragos de vientres hinchados por el agua que
los ahogó. Unos bidones dispuestos, supongo, para que la congelación del agua,
en lo más crudo del invierno, no presione y resquebraje, como un traje estrecho
en un cuerpo engordado, el vaso de la piscina. O tal vez lo sé porque me lo
contó algún día un vecino o el portero, quien fuera, en todo caso un hombre de
esos de sabiduría práctica, capaces de ponerles las cadenas a las ruedas en la
oscuridad y en medio de una nevada con una especie de innata facilidad o de
escoger la mejor oferta de telefonía, tareas ambas que superan con creces mis
muy limitadas capacidades.
Me imagino al hielo
ejerciendo una presión expansiva desde dentro del vaso de la piscina, como al increíble
Hulk, alias la Masa, cuando se disponía a entrar en acción, tornándose verde de
su ira justiciera, su ropa haciéndose jirones ante el empuje incontenible de su
musculatura de culturista, unos músculos de quita y pon o de geometría variable.
Si los primeros días sin depuración el agua son aún soleados dan ganas de
saltar la valla y darse un último baño. A la semana el agua deja de invitar.
Hoy, dos semanas después, el agua es de un verde caza, como de estanque, que
haría repulsiva una simple caída accidental. Hay rachas de viento que arrancan
los delicados pétalos de mi geranio y me pregunto si habrá un nuevo florecimiento
o si esas hojas no volverán a brotar hasta la primavera. Las plantas de mi balcón
crecen ya más lentamente y hay que regarlas menos. Cada otoño igual, per secula seculorum.
Otro “eterno”,
si bien de toda estación del año, es la jerga juvenil, las vueltas que los
jóvenes le dan al lenguaje para lograr algunas expresiones propias, formas de
hablar que refuerzan su identidad grupal y un apartamiento o diferenciación de
niños y mayores. Gustarán más o menos, pero han sido siempre una muestra de
creatividad y, a su lado, los modismos de los adultos y, más aún, las jergas o
argots profesionales, por poner un par de ejemplos, son rígidos, pretenciosos y
grandilocuentes. Me vienen a la mente los horripilantes “recepcionar una
mercancía” o “aperturar una cuenta”. Del verbo recibir nació el sustantivo
recepción y éste parió la horrible criatura “recepcionar”, cuyo vástago me temo
sea al cabo de un tiempo “recepcionamiento”. Prefiero no pensar en la fisonomía
de las futuras descendencias, sino en una afortunada vuelta al sencillo, eficaz
y hasta eufónico, por comparación, recibir. El mismo camino siguió abrir, del
que surgió el sustantivo apertura. Luego debió llegar alguien al que le
parecería que elevaba la dignidad de una cuenta corriente o de cualquier tipo
de cuenta, depósito o imposición añadiendo una distinguida erre. Aperturar, ¡toma
ya!
-
¿Tiene la documentación pertinente para que procedamos
a aperturarle su cuenta de valores, don Matías?
-
Sí, sí, aquí la tengo, y proceda, proceda, Vd., don
José Alberto, que tengo bastante prisa.
La última
novedad del lenguaje juvenil con que me he topado es sudar de alguien. Paula suda de mí o yo sudo de Nacho. Es todo un
fenómeno léxico, una verdadera pirueta. En un principio fue el tan rotundo y
malsonante como extendido me suda la polla que, como todo el
mundo sabe, es la forma fuerte de los ya rancios me
importa un comino, un pimiento o un bledo. La pura insignificancia, la
desconsideración total, cuya otra variante extendida es el (algo o alguien) me importa una mierda, la
cual convive con la formulación negativa: no me importa (o importas) una mierda,
más natural a nuestro idioma. Y es que de por sí, estas expresiones afirmativas
para negar se apartan de la pauta general de la lengua castellana y presentan un
cierto aire afrancesado.
Volviendo a
las sudoraciones, el decoro, las buenas maneras, la buena educación —la
hipocresía, dirán otros y tal vez todos estén lo cierto y no sean más que modos
de mirar y, por ende, de nombrar un mismo hecho— impusieron una elipsis, el uso
del pronombre personal, de forma que se evitara la mención expresa al miembro
viril en la variante femenina del pollo. De ahí surgió el a diario escuchado (o
pronunciado): me la suda(1). Además, el empleo del pronombre facilita su uso indistinto por hombres y
mujeres, aunque no pocas mujeres carecen de reparo alguno en negarse, por
ejemplo, a realizar algo con el espontáneo exabrupto no me sale de los cojones, dejando las ausencias anatómicas aparte.
Pues bien,
los adolescentes han hecho transitivo el verbo antes reflexivo y lo aplican, al menos en el uso que yo he conocido muy recientemente (2), a las personas, en la forma que aparece en el título. Así, pasar de
alguien, esto es, ignorarlo, no estar interesado en su compañía, opiniones,
participación, futuro devenir, en su suerte o lo que fuere, se dice ahora sudar
de alguien. Y una joven puede quejarse a otra así: ¡jo, tía cómo sudas de mí! O, en un momento de arrebato o arranque
de sinceridad, un chaval soltarle a otro: ¿Sabes
que te digo, colega? ¡Que sudo de ti!
El tiempo dirá
si estas nuevas formas léxicas de transpirar se evaporan y no trascienden del
léxico juvenil o si, por el contrario, se quedan adheridas a las ropas e incorporan
de forma estable a nuestra lengua, extendiéndose entre los hablantes de más
edad. En principio, me inclino a creer que es una creación demasiado rebuscada,
algo extraña a los mecanismos usuales de formación de expresiones y que será algo
efímera y de difusión limitada; pero éxitos más raros se han visto. Ahí tenemos
los triunfales sí o sí o la reciente proliferación de un viejo representante
del énfasis tautológico o la cabezonería: no es no.
1. loc. verb. malson. Esp. Serle completamente indiferente. Me la suda cualquierproblema suyo.
(2) Aunque ya en 2010 había quién se preguntaba como traducir esta expresión al inglés, si bien la mayoría decían desconocerla por completo.
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