sábado, 11 de junio de 2011

Releyendo a Borges en 1978. Diccionario del Amante de América Latina (Mario Vargas Llosa)

Borges visto por Mario Vargas Llosa en 1978. Exquisitas reflexiones literarias y humanas de Mario Vargas Llosa sobre Jorge Luis Borges, escritas en 1978. Incluye algunos fragmentos de la entrada "Releyendo a Borges en 1978" incluida en el "Diccionario del Amante de América Latina" del que es autor Mario Vargas Llosa. 



En una entrada anterior de este blog, me referí a la admiración que me produjo releer la entrada sobre Jorge Luis Borges (1899-1986) del Diccionario del Amante de América Latina de Mario Vargas Llosa (MVLL). Prometí escribir más adelante una entrada sobre el fino análisis que MVLL incluyó en su interesantísimo Diccionario sobre la literatura y la persona de Borges, si es que cabe tal separación en el ser más literario que he conocido, el cual dijo de sí mismo: "estoy podrido de literatura".

La cercanía del 25º aniversario de la muerte de Borges, fallecido en Ginebra (Suiza) el 14 de junio de 1986, y lo mucho que estos días se lee en prensa sobre Borges, me sirven de acicate para cumplir esa promesa. El texto de MVLL es de bastante extensión y está dividido en dos partes (Releyendo a Borges en 1978 y Celebrando, en París, el centenario de Borges). En esta entrada extractaré el primero de los textos (bastante más largo que el segundo).

Este ejercicio multiplicador de la literatura -escribir sobre lo que otro (MVLL) ha escrito sobre lo que Borges dijo y, sobre todo, escribió- me recuerda a esas imágenes multiplicadas infinitamente que se producen cuando se coloca un objeto o un sujeto en medio de dos espejos enfrentados. Borges, que tenía un instinto insuperable para detectar las paradojas y fue un prodigioso acuñador de frases memorables, dijo de las biografías "que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente. Ejecutar con despreocupación esa paradoja, es la inocente voluntad de toda biografía".

Pues bien, yo aquí quiero despertar en vosotros lo que despertó en mi lo que Vargas Llosa dice que Borges despertó en él...


Quizás, por la devoción a la literatura que hay detrás, hubiera merecido la benevolencia de Borges la radical inutilidad de la tarea a la que se ha entregado este oscuro individuo de España que, encerrado en la soledad de su casa madrileña, ha entresacado en el año 2011 unos cuantos párrafos de lo que un afamado escritor peruano escribió en 1978 (quizás en Londres) sobre un, aún más afamado, escritor bonaerense fallecido en 1986 en Ginebra, para divulgarlos entre amigos, familiares y algunos pocos lectores más, a través de internet.

Sin duda que internet hubiera merecido la admiración de Borges. Alguien que tantas veces pensó en bibliotecas inmensas, en un recinto que albergara los libros que abarcaran todos los conocimientos humanos y la literatura universal, hubiera quedado perplejo y admirado ante la vastedad de los contenidos de la red. El, que tantas horas pasó leyendo la Enciclopedia Británica, que frecuentó las más diveras literaturas, que estudió muchas lenguas, vivas y muertas, habría disfrutado al máximo, con permiso de su vista (la perdió casi por completo a los 55 años), de esta poderosa herramienta que da acceso instántaneo a una masa ingente y sobrehumana de conocimientos y de información.



Tras este excursus hipotético (lo que Borges hubiera pensado de lo que estoy haciendo y sobre internet), me pongo manos a la dura obra de picar en el teclado, y transcribo los fragmentos que me han parecido más interesantes de Releyendo a Borges en 1978. El texto es tan bueno que, a pesar de la pereza que me da la poco creativa tarea de mecanografiar lo que otro ha escrito, me ha costado decidir qué partes excluir. Quizás hubiera acabado antes escaneándolo en un pdf (total supongo que transcribir tanto incluso citando al autor debe transgredir el derecho de autor); pero teclear ese texto me ha hecho sentir por un momento que era yo mismo quien escribía esas cosas tan agudas e iluminadoras  y, ante todo, tan originales y alejadas del tópico, sobre "el maestro". Algo hay en Borges que mueve a llamarlo así, más que a ningún otro escritor.

Espero que alguien lea, y a ser posible que los disfrute, los fragmentos que transcribo y que el esfuerzo de mecanografiarlos haya merecido la pena, más allá de volver a disfrutar del certero y profundo análisis literario de MVLL, tanto para elegir los aspectos que tratar como para argumentar y exponer sus juicios y apreciaciones. He leído bastante sobre Borges y, en mi opinión, esto se cuenta entre lo mejor.

             “Cuando yo era estudiante (…).

(…) Para mi representaba, de manera químicamente pura, todo aquello que Sartre me había enseñado a odiar: el artista evadido de su mundo y de la actualidad en un universo intelectual de erudición y de fantasía; el escritor desdeñoso de la política, de la historia, y hasta de la realidad que exhibía con impudor su escepticismo y risueño desdén sobre todo lo que no fuera la literatura; el intelectual que no sólo se permitía ironizar sobre los dogmas y utopías de la izquierda sino que llevaba su iconoclasia hasta el extremo de afiliarse al Partido Conservador con el insolente argumento de que los caballeros se afilian de preferencia a las causas perdidas.

(…) Releer sus textos, algo que he hecho cada cierto tiempo, como quien cumple un rito, ha sido siempre una aventura feliz. Ahora mismo releí de corrido toda su obra y, mientras lo hacía, volví a maravillarme, como la primera vez, por la elegancia y limpieza de su prosa, el refinamiento de sus historias y la perfección con que sabía construirlas. Sé lo transeúntes que pueden ser las valoraciones artísticas; pero creo que en su caso no es arriesgado afirmar que Borges es lo más importante que le sucedió a la literatura en lengua española moderna y uno de los artistas contemporáneos más memorables.

(…) Para el escritor latinoamericano, Borges significó la ruptura de un cierto complejo de inferioridad que, de manera inconsciente, por supuesto, lo inhibía de abordar ciertos asuntos y lo encarcelaba dentro de un horizonte provinciano. Antes de él parecía temerario o iluso, para uno de nosotros pasearse por la cultura universal como podían hacerlo un europeo o u norteamericano (…).

(…). La prosa de Borges, por su furiosa originalidad, ha causado estragos en incontables admiradores a los que el uso de ciertos verbos o imágenes o maneras de adjetivar que él inauguró volvió meras parodias. Es la influencia que se detecta más rápido, porque Borges es uno de los escritores de nuestra lengua que llegó a crear un modo de expresión tan suyo, una música verbal (para decirlo con sus palabras) tan propia, como los más ilustres clásicos: Quevedo (a quien él tanto admiró) o Góngora (que nunca le gustó demasiado)., La prosa de Borges se reconoce al oído, a veces basta una frase e incluso un simple verbo (conjeturar, por ejemplo, o fatigar como transitivo) para saber que se trata de él.

(…). Lo revolucionario de ella es que en la prosa de Borges hay casi tantas ideas como palabras, pues precisión y concisión son absolutas, algo que no es infrecuente en la literatura inglesa e incluso en la francesa, pero que en cambio en la de lengua española tiene escasos precedentes. Un personaje borgeano, la pintora Marta Pizarro (de El duelo) lee a Lugones y Ortega y Gasset y estas lecturas, dice el texto, confirman “sus sospecha de que la lengua a la que estaba predestinada es menos apta para la expresión del pensamiento o de las pasiones que para la vanidad palabrera”. Bromas aparte, y si se suprime en ella lo de “pasiones”, la sentencia tiene algo de cierto. El español, como el italiano o el portugués, es un idioma palabrero, abundante, pirotécnico, de una formidable expresividad emocional, pero, por lo mismo, conceptualmente impreciso. (…)

Dentro de esta tradición, la prosa literaria creada por Borges es una anomalía, una forma que desobedece íntimamente la predisposición natural de la lengua española hacia el exceso, optando por la más estricta parquedad. Decir que con Borges el español se vuelve “inteligente” puede parecer ofensivo para los demás escritores de la lengua, pero no lo es. Pues lo que trato de decir (de esa manera numerosa que acabo de describir) es que en sus textos hay siempre un plano conceptual y lógico que prevalece sobre todos los otros y del que los demás son siempre servidores. El suyo es un mundo de ideas, descontaminadas y claras —también insólitas— a las que las apalabras expresan con una pureza y rigor extremado, a las que nunca traicionan ni relegan a un segundo plano. «No hay placer más completo que el pensamiento y a él nos entregamos»  dice el narrador de El inmortal, con frases que retratan a Borges de cuerpo entero. El cuento es una alegoría de su mundo ficticio, en el que lo intelectual devora y deshace siempre lo físico.

Al forjar un estilo de esta índole, que representaba tan genuinamente sus gustos y su formación, Borges innovó de manera radical nuestra tradición estilística. Y, al depurarlo, intelectualizarlo y colorearlo de modo tan personal como lo hizo, demostró que el español —idioma con el que solía ser tan severo, a veces, como su personaje Marta Pizarro— era potencialmente mucho más rico y flexible de lo que aquella tradición parecía indicar, pues, a condición de que un escritor de su genio lo intentara, era capaz de volverse tan lúcido y lógico como el francés y tan riguroso y matizado como el inglés. Ninguna obra como la de Borges para enseñarnos que, en materia de lengua literaria nada está definitivamente hecho y dicho, sino siempre por hacer.

El más intelectual y abstracto de nuestros escritores fue, al mismo tiempo, un cuentista eximio, la mayoría de cuyos relatos se lee con interés hipnótico, como historias policiales, género que el cultivó impregnándolo de metafísica. Tuvo, en cambio, una actitud desdeñosa hacia la novela, en la que, previsiblemente, le molestaba la inclinación realista, el ser un género que, malgré Henry James y alguna que otra ilustre excepción, está condenado como confundirse con la totalidad de la experiencia humana —las ideas y los instintos, el individuo y la sociedad, lo vivido y lo soñado— y que se resiste a ser confinado en lo puramente especulativo y artístico. Esta imperfección congénita del género novelesco —su dependencia del barro humano— era intolerable para él. Por eso escribió, en 1941, en el prólogo a El jardín de los senderos que se bifurcan: «Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos». La frase presupone que todo libro es una disquisición intelectual, el desarrollo de un argumento o tesis., Si esto fuera cierto, los pormenores de la ficción serían, apenas, la superflua indumentaria de un puñado de conceptos susceptibles de ser aislados y extraídos como la perla que anida en la concha. ¿Son reductibles a una o unas cuantas ideas El Quijote, Moby Dick, La cartuja de Parma, Los demonios? La frase no sirve como definición de la novela, pero es, sí, indicio elocuente de lo que son las ficciones de Borges: conjeturas, especulaciones, teorías, doctrinas, sofismas.

Cada uno de sus cuentos es una joya artística y algunos de ellos —como Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Las ruinas circulares, Los teólogos, El Aleph— obras maestras del género. A lo inesperado y sutil de los temas se suma siempre una arquitectura impecable, de estricta funcionalidad. La economía de recursos es maniática: nunca sobra ni un dato, ni una palabra, aunque, a menudo, han sido escamoteados algunos ingredientes para hacer trabajar a la inteligencia del lector. El exotismo es un elemento indispensable: los sucesos ocurren en lugares distantes en el espacio o en el tiempo a los que la lejanía vuelve pintorescos o en unos arrabales porteños cargados de mitología. (…)

Complemento inseparable del exotismo es la, en sus cuentos, la erudición, algún sabe especializado, casi siempre literario, pero también filológico, histórico, filosófico o teológico. Este saber se exhibe con desenfado y aun insolencia, hasta los límites mismos de la pedantería, pero sin pasar nunca de allí. La cultura de Borges era inmensa, pero la razón de la presencia de la erudición en sus relatos no es, claro está, hacérselo saber al lector. Se trata, también, de un recurso clave de su estrategia creativa, muy semejante a la de los lugares o personajes «exóticos»: infundir a sus historias una cierta coloración, dotarlas de una atmósfera sui géneris. En otras palabras, cumple una función exclusivamente literaria que desnaturaliza lo que esa erudición tiene de conocimientos específico de algo, reemplazando éste o subordinándolo a la tarea que cumple dentro del relato: decorativa, a veces y, a veces, simbólica. Así, en los cuentos de Borges, la teología, la filosofía, la lingüística y todo lo que en ellos aparece como saber especializado se vuelve literatura, pierde su esencia y adquiere la de la ficción, torna a ser parte y contenido de una fantasía literaria.

«Estoy podrido de literatura», le dijo Borges a Luis Harss, el autor de Los nuestros. No sólo él: también el mundo ficticio que inventó está impregnado hasta le tuétano de literatura. Es uno de los mundos más literarios que hay creado escritor alguno, porque en él los personajes, los mitos y las palabras fraguados por otros escritores a lo largo del tiempo comparecen de manera multitudinaria y continua, y de forma tan vívida que han usurpado en cierta forma aquel contexto de toda obra literaria que suele ser el mundo objetivo. El referente de la ficción borgeana es la literatura. «Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra», escribió con coquetería en el epílogo de
El hacedor. (…)

(…) La singularidad del mundo borgeano consiste en que, en él, lo existencial, lo histórico, el sexo, la psicología, los sentimientos, el instinto etc. Han sido disueltos y reducidos a una dimensión exclusivamente intelectual. Y la vida, ese hirviente y caótico tumulto, llega al lector sublimada y conceptualizada, mudada en mito literario por el filtro borgeano, un filtro de una pulcritud lógica tan acabada que parece, a veces, no quintaesenciar la vida, sino abolirla.

            Poesía, cuento y ensayo se complementan en la obra de Borges y a veces es difícil saber a cuál de los géneros pertenecen sus textos. Algunos de sus poemas cuentan historias y muchos de los relatos (los más breves, sobre todo) tienen la compacta condensación y la delicada estructura de poemas en prosa. Pero son, sobre todo, el ensayo y el cuento los géneros que intercambian más elementos en el texto borgeano hasta disolver sus fronteras y confundirse en una sola entidad. (…)

            Ninguna obra literaria, por rica y acabada que sea, carece de sombras. En el caso de Borges, su obra padece, por momentos, de etnocentrismo cultural. El negro, el indio, el primitivo en general, aparecen a menudo en sus cuentos como seres antológicamente inferiores, sumidos en una barbarie que no se diría histórica o socialmente circunstanciada, sino connatural a una raza o condición. Ellos representan una infrahumanidad, cerrada a lo que para Borges es lo humanos por excelencia; el intelecto y la cultura literaria. Nada de esto está explícitamente afirmado, ni es, sin duda, consciente; se trasluce, despunta el sesgo de una frase o es el supuesto de determinados comportamientos. Como para T.S. Eliot, Papini o Pío Baroja, para Borges la civilización sólo podía ser occidental, urbana y, casi, blanca. El Oriente se salvaba, pero como apéndice, es decir, filtrado por las versiones europeas de lo chino, lo persa, lo japonés,  o lo árabe. Otras culturas, que forman parte también de la realidad latinoamericana —como la india y africana, acaso por su débil presencia en la sociedad argentina en la que vivió la mayor parte de su vida, figuran en su obra más como un contraste que como otras variantes de lo humano. (…)”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Disfruto con los post de literatura de tu blog. ¡Seguiré leyendo!

David dijo...

Gracias, anónimo o anónima, por tu comentario.
Me reconforta saber que lo que escribo (y en este caso, sobre todo, transcribo) es leído y produce placer a otros. Te animo a que sigas dejando comentarios.